La venganza del precariado

Antes de la pandemia del COVID-19, se suponía que el papel de la mano de obra poco calificada en la economía estaba en caída. En los mercados laborales alterados digitalmente, donde las profesiones STEM (ciencias, tecnología, ingeniería, matemáticas) bien remuneradas tienen un lugar de privilegio, sólo los profesionales altamente calificados pueden prosperar. Aquellos con empleos amenazados por las nuevas tecnologías están condenados a la precariedad, los despidos, la movilidad descendente y la caída de los niveles de vida.

La pandemia ha desmentido en parte este discurso, revelando qué trabajadores son realmente esenciales. Resulta ser que todavía no existen buenos sustitutos tecnológicos para los barrenderos, los vendedores, los trabajadores de servicios públicos, los repartidores de comida, los choferes de camiones o los conductores de ómnibus que han mantenido la economía en funcionamiento en los días más oscuros de la crisis. En muchos casos, estos trabajadores realizan tareas que exigen una adaptabilidad situacional y determinadas capacidades físicas que no se pueden codificar fácilmente en un software ni pueden ser replicadas por un robot.

El hecho de que estos trabajadores menos calificados sean resilientes a las nuevas tecnologías no debería sorprender. Las revoluciones industriales previas siguieron un patrón similar. Como mínimo, a los trabajadores humanos, por lo general, todavía se los necesita para supervisar, mantener o complementar a las máquinas. Y, en muchos casos, desempeñan un papel clave en los nuevos modelos de negocios disruptivos de una era determinada. El desafío siempre ha consistido en cerrar la brecha entre el valor social que crean estos trabajadores y los salarios que perciben.

Suele considerarse que los empleos poco calificados son aquellos que las nuevas tecnologías cooptarán con el tiempo. Pero la mayoría de estos empleos son, en sí mismos, subproductos del progreso tecnológico. Los mecánicos, los electricistas, los plomeros y los instaladores de telecomunicaciones les deben sus ocupaciones a los avances tecnológicos pasados, y son estos trabajadores los que ahora garantizan el funcionamiento apropiado de la maquinaria, las grillas de electricidad, los sistemas de agua y la Internet del mundo.

La innovación no altera la estructura de trabajo piramidal tradicional, según la cual unos pocos puestos altamente calificados en la cima supervisan una jerarquía de ocupaciones menos calificadas. Más bien, lo que la tecnología cambia es la composición de la pirámide, al realimentarla continuamente con tareas nuevas y más sofisticadas, eliminando a la vez las tareas más rutinarias mediante la automatización. Hoy sigue habiendo líneas de ensamblaje; pero un empleo en una fábrica que está plenamente controlada por software y poblada de robots inteligentes es completamente diferente de un empleo en una fábrica de avanzada en los años 1950.

Detrás de sus fachadas digitales elegantes, la mayoría de las Grandes Tecnológicas de hoy dependen sustancialmente de trabajadores poco calificados. En 2018, el salario mediano de un empleado de Amazon era inferior a 30.000 dólares. Esto refleja lo que hacen la mayoría de sus empleados: manejar inventarios y cumplir con pedidos en los almacenes. Lo mismo es válido para el fabricante de autos eléctricos Tesla, donde el salario mediano era de aproximadamente 56.000 dólares en 2018: alrededor de un tercio de sus empleados trabajan en sus plantas de ensamblaje. Y si bien el salario mediano de Facebook en 2018 era 228.000 dólares, esta cifra no tiene en cuenta las decenas de miles de trabajadores contratados de bajos salarios de los que depende la compañía para una moderación del contenido.

Estos patrones son especialmente evidentes en la economía gig (o de pequeños encargos), donde el software y los algoritmos le permiten a la plataforma (un mercado bilateral) vender servicios específicos realizados por trabajadores reales. No importa cuán sofisticadas sean las aplicaciones de transporte a demanda y reparto de Uber, la empresa simplemente no existiría sin sus conductores y sus trabajadores de reparto.

Pero muchas veces, la gente que trabaja en el extremo de la cadena de valor de la economía de plataformas es tratada como mano de obra de segunda clase, ni siquiera alcanza la categoría de personal. A diferencia de los ingenieros y los programadores que diseñan y actualizan las aplicaciones, son empleados como contratistas con una escasa protección laboral.

De la misma manera, la inteligencia artificial, ampliamente catalogada como la causa principal del desempleo tecnológico en el futuro, no existiría sin los aportes de millones de obreros digitales –particularmente en el mundo en desarrollo- que trabajan en las líneas de montaje de la economía de datos. La mayoría de los algoritmos del aprendizaje automático tienen que aplicarse en conjuntos voluminosos de datos que son “depurados” y “etiquetados” manualmente por anotadores humanos que categorizan el contenido. Para que un algoritmo determine que la imagen de un auto es en verdad un auto, alguien por lo general tiene que haber etiquetado la foto según corresponda.

Dadas las realidades de la economía digital, no hay ninguna excusa para tratar a los empleos poco calificados como sinónimo de empleos de baja calidad. Los trabajadores “poco calificados” de hoy pueden no tener títulos académicos avanzados, pero muchos, en realidad, son técnicos capacitados que son expertos en ciertas áreas y técnicas de conocimiento. Reconocer esto será crucial para restablecer el poder de negociación de estos trabajadores y forjar un nuevo contrato social.

Con ese objetivo, los sindicatos tienen la oportunidad de recuperar influencia y presionar por un trato más justo de los menos calificados, incluidos los trabajadores de la economía digital que tienden a quedar afuera de sus radares. Pero las grandes corporaciones (no sólo en el sector tecnológico) también necesitan repensar cómo evalúan y recompensan los aportes de los trabajadores poco calificados. Para cerrar la brecha (en términos de salarios y beneficios) entre los que están en la cima y en la base de la pirámide hará falta una presión desde arriba y desde abajo.

Finalmente, los gobiernos deben hacer más para sustentar las necesidades educativas de los técnicos calificados, porque hasta las tareas más básicas evolucionarán con el tiempo. Mantener el ritmo de la innovación requiere una mejora continua de las capacidades para seguir siendo competitivos en el mercado laboral. En términos de recursos generales, la inversión en este segmento de capital humano debería ser similar a la inversión para profesionales calificados, aunque los dos caminos educativos, por supuesto, estarían estructurados de manera diferente.

Los trabajadores con menos calificaciones formales seguirán siendo una parte central e indispensable de la economía digital. Son las decisiones políticas y empresariales –no las nuevas tecnologías- las que amenazan con empujarlos hacia los márgenes.

Edoardo Campanella is a fellow at the Center for the Governance of Change at IE University in Madrid and co-author (with Marta Dassù) of Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West.

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