La ventaja de ser catalán

Nacer y crecer con dos idiomas en vez de uno es una ventaja y una suerte de las cuales no sé si todos los catalanes bilingües se congratulan suficientemente. Si yo fuera catalán, no dudaría en hacerlo. A mí solo me tocó un idioma, el inglés (los británicos se habían encargado tiempo atrás de aniquilar el celta), y los demás he tenido que irlos adquiriendo, bien que mal, a lo largo de los años, que no es lo mismo que ingerirlos con la leche materna y poder ir de uno a otro, como Pedro por sus casas. Envidio de verdad a los catalanes este doble instrumento expresivo, regalado desde la infancia, que no solo les facilita una gama de registros y posibilidades expresivas inalcanzables para quien está encerrado en una sola lengua, sino que les facilita por añadidura el aprendizaje de otras, sobre todo del francés y del italiano. Qué suerte.

Si descontamos a catalanes, valencianos, gallegos y quienes se expresan en euskera, resulta que más o menos las dos terceras partes de los españoles son monolingües, pero monolingües afortunados, ya que su idioma es uno de los más hablados del globo. No es sorprendente, dada tal circunstancia y el bilingüismo de las comunidades mencionadas, que, excepto cuando se ven obligados, dichos ciudadanos no muestren interés alguno en aprender otra lengua del Estado. Mucho mejor, razonan, un segundo idioma "útil" (hace un lustro, un amigo de la Junta de Andalucía concibió un proyecto alucinante para que dentro de 20 años todos los habitantes de su comunidad tuviesen el inglés como segundo idioma, proyecto que, a juzgar por los resultados, ha naufragado).

Para favorecer la cohesión del Estado de las autonomías --que, presumiblemente, es lo que se busca y desea-- sería de gran interés que los rudimentos de los otros idiomas españoles se impartiesen en los colegios de las regiones donde solo se habla castellano. Si, entretanto, el Estado facilitara el acceso para todos los ciudadanos a las televisiones de las demás comunidades autónomas, cabe aventurar que se aceleraría notablemente este proceso. Sorprende grandemente, en realidad, que tal acceso no exista ya, toda vez que el espíritu de la Constitución requiere que cada español asuma como cosa propia la riqueza cultural del conjunto nacional. ¿Por qué tengo que suscribirme a un ente privado para poder ver las noticias de TV-3 o la serie sobre la guerra civil en Andalucía que emite Canal Sur? Es aberrante.

Uno se pregunta, por otro lado, cuántos escritores, intelectuales y otros miembros de la intelligentsia madrileña leen de vez en cuando un texto literario, o diario, en catalán. No hay estadísticas, pero no me sorprendería que tales consultas fuesen muy escasas. Me parece que hay una tendencia generalizada, en las comunidades monolingües, a creer que el catalán es fácil de leer. Que solo hace falta un pequeño esfuerzo. No es así, sin embargo. El esfuerzo hay que hacerlo, y me imagino que pocos lo intentan. Me parece evidente, en resumen, que la ignorancia en el resto de España acerca de Catalunya, su cultura y su idioma, es masiva. Y añadiría que, hasta que no se corrija esta situación, seguiremos viendo y padeciendo los tópicos de siempre. O sea, que los catalanes solo piensan en el ahorro, que no tienen sentido del humor (con la excepción de Boadella), que desprecian al resto del Estado, que se comportan de manera descortés hablando catalán en presencia de quienes no lo hacen, y cosas por el estilo.

Por todo ello la posibilidad de que José Montilla, con su procedencia andaluza, llegue a ser presidente de la Generalitat me parece altamente alentadora, y uno está con la lengua fuera esperando la repercusión de los comicios. Los andaluces han hecho una extraordinaria contribución al éxito material de Catalunya (no creo que lo niegue nadie) y, de paso, han enriquecido culturalmente la comunidad y la han hecho más diversa. ¡Hasta la sardana está en deuda con uno de ellos! Es decir, no solo han recibido. Si ahora la presencia y la experiencia andaluza en Catalunya se encarnan por vez primera en un presidente de origen sureño, que por más señas tiene talante moderado y abierto al diálogo, me parece que puede contribuir muy positivamente a que el Estado de las autonomías funcione con mayor eficacia y sabiduría en momentos en que a la derecha le falta magnanimidad y, yo diría, visión de futuro.

¿Cuáles son las posibilidades reales de José Montilla y el PSC de salir airosos del día siguiente de estos comicios anticipados? La conocida tendencia abstencionista de los catalanes en las elecciones autonómicas es ciertamente muy preocupante. Y puede que no se haya hecho lo suficiente para que el mensaje socialista, y la llamada al voto útil, llegaran con tiempo y contundencia a los votantes socialmente menos integrados. Puede también que la misma personalidad de Montilla, no tan carismática como la de Pasqual Maragall ni tan combativa como la de Artur Mas, le haya perjudicado al final. Todo ello lo sabremos durante los próximos días. Pase lo que pase, las consecuencias serán importantes, no solo para Catalunya, sino para la totalidad del país en momentos en que el gran tema pendiente es la paz en Euskadi.

Ian Gibson, historiador.