La verdad sobre el consentimiento médico

¿Es aceptable que los médicos le escondan información a sus pacientes? Algunos sostienen que no sólo es aceptable, sino deseable. La esperanza, sostienen, es crítica para ayudar a la recuperación, y no debería permitirse que un diagnóstico sombrío acabe con ella.

En su influyente texto de 1803 Ética médica, el médico inglés Thomas Percival describió el rol del médico como "el ministro de la esperanza y el consuelo para los enfermos", observando que, a veces, debería ocultar información alarmante a sus pacientes. La vida de un paciente, escribió Percival, puede acortarse no sólo por las acciones de un médico, sino también por sus palabras y sus maneras.

El canadiense William Osler (entre cuyos pacientes estaba Walt Whitman) era otro médico que creía fervientemente en el poder sanador de la esperanza. Por cierto, su "optimismo constante pero ocasionalmente injustificado", observó un biógrafo, era una de sus características más destacadas. En un libro de texto de 1958 sobre la ética médica y la ley, otro médico eminente decía que "suele ser clínicamente sabio y beneficioso para el paciente ocultar ciertas cuestiones".

Hace unos años, entrevisté a un médico de familia sobre el mismo tema. En esa ocasión describió su primera "llamada a domicilio" en los años 1960, cuando él y un colega de más experiencia visitaron a un ministro protestante jovial que no tenía ni idea de que sólo le quedaban unas semanas de vida, debido a un cáncer de colon agresivo. El médico de mayor trayectoria sugirió suministrarle al paciente dosis importantes de analgésicos y decirle que eran antibióticos para tratar una "infección".

El médico de menos experiencia, incómodo con este engaño, le pidió permiso a la esposa del ministro para contarle la verdad, y después de mucho dudar, la mujer asintió. Cuando el ministro oyó la noticia, cayó en tal estado de desesperación que rechazó todos los analgésicos. Estaba seguro de que terminaría en el infierno. Más de 40 años más tarde, el médico me dijo: "Hasta el día de hoy puedo recordar su rostro. Fue el mayor error de mi carrera médica".

Hoy en día, este tipo de paternalismo médico ya no es la regla en muchos países. Para evitar exponerse a reclamos de negligencia o incluso, en algunos casos excepcionales, acciones penales, los médicos deben revelar una cantidad cada vez mayor de información, por más sombría que sea, sobre los riesgos, los beneficios y las alternativas de un tratamiento, permitiéndole al paciente dar un "consentimiento informado".

Mantener la esperanza de un paciente y, al mismo tiempo, cumplir con la obligación de ofrecer información es una de las tareas más difíciles que enfrentan los médicos. Requiere un conocimiento profundo del corazón humano; una sola palabra, un gesto o una mirada puede levantar o derrumbar el espíritu de un paciente.

Muchos médicos se esfuerzan por conseguir un consentimiento apropiado.

Un problema es que los médicos reciben escasa capacitación formal para obtener un consentimiento; las facultades de medicina sólo enseñan nociones básicas. En consecuencia, muchos médicos no son conscientes de las sutilezas de lo que constituye un consentimiento válido a los ojos de la ley y su cuerpo profesional -una tarea que se volvió más difícil debido a la evolución de las reglas relativas al consentimiento.

Otro problema es que muchos médicos consideran que obtener un consentimiento es una obligación tediosa y los médicos de mayor trayectoria a veces delegan la tarea a colegas menos experimentados. Es más, los médicos suelen obtener un consentimiento apresuradamente, de una manera que suena casi ensayada, como si no fueran conscientes de que el paciente está recibiendo la información por primera vez. Esta actitud arrogante se refleja en la jerga de "conseguir consentimiento de un paciente" -como si fuera algo que se le practica a un paciente, como sacarle sangre o darle una inyección: "Dr. Smith, por favor consígame un consentimiento del Sr. Jones".

Por el contrario, debería considerarse al consentimiento como la posesión preciada de un paciente, a la que puede renunciar por elección, si se la presentan con un argumento lo suficientemente convincente. No se debería arrebatar un consentimiento, como un boleto de tren que se le entrega al conductor.

El problema se agrava cuando el consentimiento se obtiene apenas horas antes de una operación importante, y meses después de la última consulta con el cirujano. Esto puede llevar a los pacientes a consentir procedimientos que no entienden -o no quieren.

Un colega compartió la historia de una paciente que le dijo al camillero que la llevaba en una camilla al quirófano que tenía muchas expectativas sobre la operación. Una vez que se "curara", dijo, iba a empezar a tener hijos. Estaba a pocos pasos de una histerectomía. El enfermero inmediatamente llamó al cuerpo médico y la operación se pospuso. O a la paciente no se le había dado la información adecuada, o no la había entendido del todo.

Como pacientes, futuros pacientes o parientes, a todos nos interesa elevar los estándares del consentimiento. Por supuesto, algunos pueden preferir el paternalismo de la vieja escuela. Pero deberíamos poder hacer esa elección y hacerles saber a los médicos si preferimos estar bien informados o mínimamente informados.

De la misma manera, si queremos más información, deberíamos hacer más preguntas. Podemos pedir detalles adicionales sobre el procedimiento y otras opciones. Podemos preguntar por las propias tasas de complicaciones quirúrgicas del médico. Si no estamos satisfechos con la respuesta, podemos buscar una segunda opinión. Podemos preguntarle al médico qué haría en nuestra posición o qué consejo daría si el paciente fuera su propio hijo o padre. Y, si todavía no estamos seguros, podemos pedir más tiempo para considerar nuestras opciones.

Obtener consentimiento es una habilidad vital para los médicos, pero muchas veces no se la tiene en cuenta. Entender por qué a tantos médicos le resulta tan difícil es el primer paso para elevar los estándares del consentimiento.

Daniel Sokol, former Honorary Senior Lecturer in Medical Ethics and Law at Imperial College London, is a barrister and bioethicist at 12 King’s Bench Walk Chambers, London. His latest book is Doing Clinical Ethics.

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