La verdad sobre la pandemia está en disputa en México

Trabajadores de la salud protestan por la falta de insumos para atender a pacientes con COVID-19, en Ciudad de México, el 1 de julio de 2020. (REUTERS/Edgard Garrido)
Trabajadores de la salud protestan por la falta de insumos para atender a pacientes con COVID-19, en Ciudad de México, el 1 de julio de 2020. (REUTERS/Edgard Garrido)

En México coexisten dos epidemias. En una, la que a diario muestra el presidente Andrés Manuel López Obrador con ayuda de su vocero, el subsecretario Hugo López-Gatell, el país ha seguido una estrategia impecable contra el coronavirus. Los hospitales no están saturados y la enfermedad está bajo control porque “el pueblo” se ha comportado de manera ejemplar.

En ella, las tasas de mortalidad son culpa de las malas condiciones de salud de los mexicanos: obesidad, diabetes, hipertensión, todo producto del neoliberalismo. La estrategia irreprochable del gobierno ha sido reconocida por la Organización Mundial de la Salud. Sin un sistema de salud robusto, sin medidas de aislamiento obligatorias, con disminución al presupuesto en ciencia, sin pruebas masivas pero con un líder con gran “fuerza moral”, México está logrando el milagro: “Domar la pandemia”.

La otra epidemia es la que reportan los medios de comunicación nacionales y extranjeros, y los ciudadanos en redes sociales. Ahí, los médicos tienen que protestar para que el gobierno les proporcione insumos. Miembros de la comunidad científica no están de acuerdo con el manejo de la crisis y proponen el uso generalizado de cubrebocas, aumentar las pruebas, detectar casos y rastrear contactos de modo sistemático, pero nadie escucha.

Los hospitales aún tienen camas porque miles de muertes se producen sin que la gente tenga acceso a cuidados intensivos ni intubación. El país tiene una de las tasas de contagio más elevadas del mundo entre el personal de salud, así como una de las tasas de letalidad general más altas del planeta. La reapertura de las actividades con los actuales niveles de contagios y fallecimientos se considera mucho más riesgosa de lo que las autoridades quieren aceptar. En esa otra epidemia, los pronósticos son desoladores y México es motivo de alarma internacional.

López Obrador y López-Gatell han dedicado su tiempo y energía a imponer el primer relato. Han adaptado los hechos a un discurso demagógico que divide al país en dos bandos irreconciliables: “ellos”, la élite económica, intelectual, mediática y científica, y los críticos y opositores al gobierno; y “nosotros”, el pueblo bondadoso, que apoya sin reservas al presidente. “Ellos” dejaron quebrado al sistema de salud. “Ellos” trajeron el coronavirus por irse a esquiar a Estados Unidos. “Ellos” quieren que haya muchos muertos y que le vaya mal a México. “Ellos” son tontos, no entienden de ciencia, alarman y exageran. “Ellos” se ponen de acuerdo para publicar malas noticias. “Nosotros”, en cambio, actuamos con responsabilidad y a tiempo. “Nosotros” trajimos equipo chino y médicos cubanos. “Nosotros” somos científicos brillantes y actuamos sin politiquerías. “Nosotros” informamos con transparencia al “pueblo”. “Nosotros” tenemos una estrategia infalible, que no necesita revisión ni ajuste alguno.

Las encuestas reflejan que la narrativa gubernamental comienza a cuartearse. Una mayoría ya considera que las cifras y pronósticos oficiales son cada vez menos creíbles, que el manejo de la epidemia ha sido un fracaso, y que es falso que el gobierno haya evitado que hubiera más fallecimientos. Muestran también que la gente sigue muy preocupada por la posibilidad de enfermarse y considera que la reapertura hacia la “nueva normalidad” ha sido una decisión precipitada. Pero en vez de corregir la comunicación para brindar certezas e información clara y útil, se sigue saturando al ciudadano con los desplantes retóricos de un presidente impermeable a la veracidad, así como con los erráticos pronósticos y justificaciones de un vocero que se dice científico, pero que se ha revelado como un propagandista con bata.

La posverdad es la sustitución deliberada de los hechos y los datos por opiniones y emociones con el fin de manipular a las sociedades. En México, la pandemia llegó precisamente bajo un gobierno que ha hecho de la posverdad su política de comunicación. Por eso no tenemos una verdad compartida sobre la crisis sanitaria: no existe un entendimiento común de lo que está pasando y qué debemos hacer, tanto autoridades como sociedad, para evitar la muerte de miles de personas y mantener a la mayor cantidad a salvo. Existe, eso sí, la posverdad sobre la epidemia: una estrategia sistemática de propaganda dirigida no a informar, sino a confundir al ciudadano para eludir la rendición de cuentas.

Quien solo confía en el presidente cree en su narrativa y actúa en consecuencia. Quien confía en su propio criterio rechaza ese relato y actúa en sentido contrario. Todos, al final, pagamos los costos de la falta de una estrategia del Estado que coordine los esfuerzos nacionales.

La posverdad es más peligrosa que la mentira, porque corrompe nuestra capacidad para distinguir lo real de lo que no lo es y nos distrae intencionalmente de lo más importante, haciéndonos pelear por defender posturas y emociones respecto al presidente. Mantenernos descontentos, divididos y distraídos puede ser bueno para la agenda de dominación política de López Obrador, pero es muy malo para nosotros y para nuestro país. Esa es la batalla por el control de la verdad que se está librando en México.

Luis Antonio Espino es consultor en comunicación en México.

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