La verdadera materia prima de la riqueza

Los países pobres exportan materias primas en bruto, como cacao, hierro y diamantes. Los países ricos exportan -con frecuencia a esos mismos países pobres- productos más elaborados, como chocolates, automóviles y joyas. Si los países pobres quieren hacerse ricos deberían dejar de exportar sus recursos naturales en bruto y concentrarse en agregarles valor. De lo contrario, los países ricos se quedarán con la mayor parte del valor y con todos los buenos empleos. Una forma de lograr esto es siguiendo el ejemplo de Sudáfrica y de Botsuana y emplear la riqueza natural para forzar la industrialización aguas abajo a través de restricciones a la exportación de minerales en bruto, una política que llaman "beneficiación".

¿Son estas ideas acertadas o erradas? La verdad es que hay ideas que son aún peor que erradas, son castrantes. Esas ideas hacen que uno enfatice las cuestiones secundarias -por ejemplo, la disponibilidad de materias primas- pero impiden ver las oportunidades más prometedoras que existen en otros ámbitos.

Tomemos como ejemplo a Finlandia, un país nórdico donde existe una enorme cantidad de árboles en relación a su escasa población. Un economista clásico diría que, en vista de esto, Finlandia debiera exportar madera, cosa que ha hecho. En contraste, un economista del desarrollo tradicional diría que Finlandia no debe exportar madera en bruto, sino agregarle valor, transformándola en productos como papel o muebles, cosa que este país también ha hecho. Sin embargo, los productos relacionados con la madera representan apenas el 20% de las exportaciones de Finlandia.

Esto se debe a que la madera abrió un camino diferente y mucho más próspero hacia el desarrollo. Talando árboles y cortando madera, los finlandeses encontraron que sus hachas y serruchos perdían el filo y se dañaban. Afilando y reparando estas herramientas, a la larga Finlandia se convirtió en un buen productor de máquinas para talar árboles y cortar madera.

Los finlandeses pronto se dieron cuenta de que también podían fabricar máquinas que cortaran otros materiales, ya que no todo lo cortable está hecho de madera. Su próximo paso fue automatizar las máquinas cortadoras, porque cortar todo a mano puede llegar a ser muy tedioso. De ahí pasaron a otras máquinas automatizadas porque, al fin y al cabo, no todo en la vida es cortar. Y de las máquinas automatizadas eventualmente terminaron en Nokia. Hoy en día, las máquinas de diferentes tipos constituyen el 40% de los bienes que exporta Finlandia.

La moraleja de esta historia es que agregarle valor a las materias primas que uno posee es uno de los posibles caminos hacia la diversificación, pero no necesariamente el más largo ni el más fructífero. Los países no están limitados por los recursos naturales que poseen. Al fin y al cabo, en Suiza no hay cacao y China no fabrica chips de memoria avanzados. Pero ello no ha impedido que estos países tengan una posición dominante en el mercado del chocolate y de las computadoras, respectivamente.

Tener la materia prima cerca es una ventaja sólo cuando el costo de trasladarla es muy alto, lo que es más válido para la madera que para los diamantes o incluso el hierro. Australia, pese a su lejanía, es un importante exportador de mineral de hierro, pero no de acero, mientras que Corea del Sur exporta acero aun cuando debe importar hierro.

Lo que revela la experiencia de Finlandia es que los caminos más prometedores hacia el desarrollo no implican agregar valor a las materias primas, sino añadir capacidades a las capacidades ya existentes. Esto significa combinar capacidades nuevas (por ejemplo, la automatización) con las ya establecidas (como las que se utilizan para hacer las máquinas cortadoras), y así poder penetrar en mercados diferentes y más atractivos. En contraste, para obtener materias primas, basta con llegar al puerto más cercano.

Pensar el futuro en base a la ventaja de tener cerca cierto recurso natural limita a los países a productos que emplean de manera muy intensiva ese recurso, lo que resulta ser extremadamente restrictivo. Por ejemplo: ¿la cercanía a qué materia prima en particular hace que un país sea competitivo en la producción de automóviles, impresoras, antibióticos o películas? La mayor parte de los productos exige numerosos insumos y, en general, la proximidad a un par de ellos no marca una diferencia suficiente.

La política de beneficiación obliga a las industrias extractivas a vender su producto localmente a precios más bajos que los de exportación, por lo cual opera como un impuesto implícito que sirve para subsidiar las actividades aguas abajo. En principio, no hay nada oprobioso en gravar eficientemente a las industrias extractivas, pues permite que las sociedades se apropien del valor que genera su riqueza natural. Pero no hay motivo para dedicar esa capacidad de gravar para favorecer a las industrias aguas abajo. Como mis colegas y yo hemos demostrado, estas actividades no son ni las más próximas en términos de capacidades, ni tampoco las más valiosas como trampolines hacia un mayor desarrollo.

Se puede afirmar que el impacto económico más notable que tuvo la industria del carbón de fines del siglo XVII en Gran Bretaña, fue el haber fomentado el desarrollo de la máquina de vapor como solución al problema de bombear el agua fuera de las minas. Pero ese invento terminó revolucionando la manufactura y el transporte, lo que cambió la historia del mundo, el lugar que en ella ocupó la Gran Bretaña – y hasta la ventaja de tener carbón cerca.

En contraste, darle prioridad a plantas siderúrgicas o petroquímicas en países ricos en hierro o petróleo refleja una profunda falta de imaginación dado que a menudo los beneficios son muy limitados, pues la proximidad a la materia prima  no es una ventaja significativa. Mucho más creativos fueron los Emiratos Árabes Unidos, donde utilizaron los ingresos del petróleo para invertir en infraestructura y servicios, transformando así a Dubái en un exitoso centro turístico y empresarial.

Esta discusión es relevante hasta para Estados Unidos, donde está imperando desde hace pocos años y casi por casualidad, una importante política de beneficiación. En 1973, durante el embargo petrolero, el país restringió la exportación de crudo y gas natural. En los años subsiguientes, Estados Unidos se convirtió en un gran importador de energía, por lo que la restricción a las exportaciones se volvió irrelevante, aunque nunca se abandonó formalmente. Pero la reciente revolución energética producida por el shale o esquisto ha hecho que la producción de petróleo y de gas aumente dramáticamente en el último quinquenio. Ahora la restricción a la exportación causa que el precio interno del petróleo y sobre todo del gas natural esté hoy muy por debajo del precio de exportación.

Esto constituye un subsidio implícito a las industrias que emplean gas y petróleo de manera intensiva, y es posible que desplace ciertas inversiones hacia Estados Unidos. Pero ¿es ésta la mejor manera de emplear la capacidad del fisco de gravar o regular el comercio? ¿No estaría mejor Estados Unidos usando su capacidad de gravar el gas natural para estimular el desarrollo del equivalente tecnológico actual a lo que representó la máquina de vapor?

Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is a professor of economics at Harvard University, where he is also Director of the Center for International Development. Traducido del inglés por Ana María Velasco

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