La vía imperial de Putin a la ruina económica

El debate sobre Crimea ya no está centrado en el derecho internacional: el Presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha reconocido públicamente que no se siente vinculado por él y no le importa que el resto del mundo considere ilegales las acciones de Rusia. Lo que no está claro es si la economía de Rusia puede soportar la carga de los objetivos de Putin en Ucrania.

Independientemente de la reacción de Occidente ante la crisis de Crimea, el daño para Rusia será inmenso. En primer lugar, hay que contar los costos directos de las operaciones militares y del apoyo al Gobierno del régimen crimeano y su terriblemente ineficiente economía (que lleva años profundamente subvencionada por el Gobierno de Ucrania). Dada la incertidumbre que rodea el futuro estatuto de Crimea, dichos costos resultan difíciles de calcular, si bien lo más probable es que asciendan a un total de varios miles de millones de dólares al año.

El costo directo de esa magnitud equivale al 0,5 por ciento del PIB de Rusia. Auque no se trata de una cifra trivial, Rusia puede sufragarlo. Este país acaba de gastar 50.000 millones de dólares en los Juegos Olímpico de Sochi y se propone gastar aún más para la Copa del Mundo de 2018. Estaba dispuesto a prestar 15.000 millones de dólares al gobierno del ex Presidente de Ucrania Viktor Yanukóvich y proporcionarle 8.000 millones de dólares al año en subvenciones del gas.

Además, hay que contar los costos relacionados con las consecuencias de las sanciones en el comercio y la inversión. Aunque aún no se conoce el alcance de las sanciones, el efecto podría ser enorme. Se calcula que en 2013 la inversión extranjera directa ascendió a 80.000 millones de dólares. Una disminución importante de la inversión extranjera directa, que no sólo comprende dinero, sino también tecnología moderna y conocimientos técnicos de gestión, afectaría al crecimiento económico de Rusia a largo plazo y la denegación a los bancos y las empresas rusos del acceso al sistema bancario de los Estados Unidos (y posiblemente al europeo), la sanción más dura aplicada al Irán, tendría unas consecuencias devastadoras.

Sin embargo, a corto plazo el comercio importa mucho más que la inversión. Las exportaciones anuales de Rusia (principalmente, petróleo, gas y otros productos básicos) ascienden a casi 600.000 millones de dólares, mientras que las importaciones anuales ascienden a un total de 500.000 millones de dólares. Cualesquiera sanciones que afectaran gravemente al comercio (incluidas sanciones a las entidades financieras rusas) harían más daño que el costo directo de subvencionar a Crimea. Naturalmente, las sanciones afectarían también a los socios comerciales de Rusia, pero la dependencia de ésta respecto del comercio con Occidente es sin lugar a dudas mucho mayor que viceversa.

Además, la causa más importante de posible daño a la economía de Rusia es distinta. A las empresas rusas y extranjeras siempre les ha preocupado la imprevisibilidad de la dirección política del país. La falta de confianza en las autoridades rusas es la razón principal para la huida de capitales, los precios bajos de los activos nacionales, la reducción de la inversión y una desaceleración económica que la crisis de Crimea acelerará casi con toda seguridad.

De hecho, la reacción de Rusia ante los acontecimientos de Ucrania ha superado las peores previsiones de quienes estaban ya preguntándose si Putin está, como ha dicho la Canciller alemana, Angela Merkel, “desconectado de la realidad.” La iniciativa de anexionarse Crimea ha acabado con cualquier beneficio del poder suave que Putin haya podido obtener con los Juegos Olímpicos de Sochi y los perdones que concedió (en época tan reciente como el pasado mes de diciembre) a los oponentes encarcelados, como Mijail Jodorkosky y las integrantes del grupo Pussy Riot.

El sacrificio de dichos beneficios indica que la aventura de Crimea no formaba parte de un plan largamente estudiado. Al contrario, desde que comenzó la crisis los dirigentes de Rusia han contradicho repetidas veces sus declaraciones anteriores, se han retractado, han adoptado decisiones opuestas a otras anteriores y han negado hechos fácilmente verificables. Todo ello indica que los dirigentes políticos rusos carecen de una estrategia y no prevén las consecuencias de sus decisiones. Incluso los propios partidarios del Kremlin reconocen que Putin “está improvisando.

También está claro que las decisiones de violar el derecho internacional, pese al riesgo de aislamiento económico, fueron improvisadas por el círculo íntimo de Putin. Por ejemplo, Valentina Matviyenko, la Presidenta del Consejo de la Federación (la cámara alta del Parlamento), anunció que Rusia no enviaría tropas a Ucrania... justo dos días antes de que ella y el Consejo votaran unánimemente la autorización a Putin para que lo hiciera precisamente. Y Matviyenko es uno de los doce miembros permanentes del Consejo Nacional de Seguridad de Rusia, la autoridad suprema encargada de adoptar decisiones a ese respecto.

Independientemente de si el Kremlin es irracional o está, sencillamente, mal informado, su política en Crimea representa una señal inconfundible para los inversores: los dirigentes políticos de Rusia son imprevisibles; lo que socavará aún más la confianza de los inversores rusos y extranjeros y aumentará la huida de capitales, que no podría producirse en un momento peor. Como el gasto de los consumidores alimentado con el crédito, el motor que ha impulsado el crecimiento del PIB desde 2010, ha perdido fuerza, la economía está estancada.

Entretanto, la inversión está aún por debajo de su nivel máximo, alcanzado en 2008. Pese a la abundancia de oportunidades en toda la economía rusa, la atmósfera hostil a los negocios que reina en el país –incluidas unas burocracias hipertrofiadas, una corrupción generalizada y la expansión de las empresas de propiedad estatal– ha debilitado los incentivos a los inversores rusos y extranjeros para que inicien nuevos proyectos o amplíen los existentes. La comprensión de que Putin se ha internado –por citar a Merkel de nuevo– en “otro mundo” no hará sino empeorar la situación.

¿Notarán los rusos los costos económicos de la irracionalidad del Kremlin? El crecimiento del PIB ya se ha aminorado y podría acabar siendo negativo. El mercado de valores ya ha experimentado un acusado descenso y muy bien podría seguir bajando aún más. Naturalmente, la propiedad de acciones en Rusia es limitada; la mayoría de los rusos ni siquiera siguen los índices de los mercados, pero un aumento de la huida de capitales afectará también a algo que los rusos de a pie conocen y les preocupa: el tipo de cambio del rublo.

El lunes de después de que se iniciara la aventura en Crimea de Putin, el Banco Central de Rusia gastó, al parecer, 11.300 millones de dólares para apuntalar el rublo. Semejante apoyo es claramente insostenible; en realidad, el Banco Central Ruso anunció recientemente que permitiría la flotación del rublo, lo que entraña un tipo de cambio que refleje las previsiones de los mercados sobre los precios del petróleo y las futuras salidas de capitales.

Así, las preocupaciones por la “desconexión con la realidad” de Putin entrañan no sólo un menor (o negativo) crecimiento del PIB, sino también –y más inmediatamente– una divisa más débil, lo que aumentará los precios de los bienes de consumo importados. No tardarán todos los rusos en sentir los efectos; otro asunto es el de que eso devuelva a su Presidente de su mundo a éste.

Sergei Guriev, a visiting professor of economics at Sciences Po, is Professor of Economics and former Rector at the New Economic School in Moscow. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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