La victoria de Obama

Cuatro años más de Obama. Las razones de la victoria se debatirán hasta la saciedad. Es un tema interesante, pero no lo que Estados Unidos necesita en este momento. Durante la campaña electoral dio la sensación de que muchos estadounidenses y, sobre todo, todos los políticos y comentaristas, se habían convertido en historiadores. Debatían (para dar un ejemplo) una y otra vez sobre lo sucedido en Bengasi el pasado mes de septiembre, cuando Chris Stevens, el embajador estadounidense, y otras personas habían sido asesinadas. ¿Por qué los servicios de inteligencia estadounidense no contaban con información ni habían adoptado medidas preventivas? ¿Por qué tras el episodio se suministró información engañosa?

Todas estas son preguntas válidas y justificadas y se deberían aprender ciertas lecciones y extraer conclusiones. Pero no son estas las cuestiones más importantes a las que la política exterior de Washington hará frente en el futuro: resulta una cuestión más crucial alcanzar un acuerdo sobre cuál debería ser la política estadounidense con respecto a China o a Irán... La campaña electoral, en este sentido, no fue de gran ayuda: no preparó a la ciudadanía para los difíciles y complicados días que nos esperan.

La cuestión principal a que ahora hace frente la Administración no es por qué ha ganado tras una campaña maratoniana, sino qué debería hacerse en los próximos meses, porque el país se enfrenta a problemas que, en caso de ser desatendidos, tendrán las consecuencias más serias; por ejemplo, una crisis económica peor que la de los últimos años. El país se halla profundamente dividido y los organismos políticos y legislativos estarán asimismo divididos. Los demócratas mantienen la mayoría en el Senado y los republicanos dominarán la Cámara de Representantes. A fin de impedir que ocurra una catástrofe, ambas partes han de avanzar unidas para negociar, discutir y alcanzar acuerdos. En estas negociaciones, el presidente juega un importante papel. Clinton fue muy ducho en este sentido de modo que logró hacer cosas. Obama no ha sido muy experimentado en ese sentido y algunos han dicho que no quería ensuciarse las manos sino que dejaba los asuntos a los líderes de su partido en el Congreso. Tal vez no era figura de talento al respecto. Sea como fuere, la consecuencia fue que no se lograron muchas cosas de tal suerte que si los demócratas después de todo han obtenido la victoria, no se ha debido a su fantástico historial legislativo.

Pero esto no funcionará en el futuro. El presidente tendrá que intervenir. Pero, de algún modo, le resultará más fácil tras las elecciones porque durante un año electoral los partidos tienden a presionar sobre exigencias radicales mientras que desde , ahora habrá una disminución de la presión. Y, la intervención se refiere, sobre todo, al llamado abismo fiscal: a menos que el presidente intervenga y los dos partidos alcancen un acuerdo, el presupuesto conforme con la legislación aprobada deberá reducirse y más de mil operaciones gubernamentales se verán afectadas. Al mismo tiempo aumentarán los impuestos o, para ser precisos, se revocarán los recortes fiscales introducidos bajo el mandato de Bush. El resultado: no crecimiento. La economía estadounidense crece a un módico 2%. Pero, a menos que se actúe, la economía encogerá un 3 o 4%, el paro subirá y habrá recesión y crecimiento negativo.

Pero ¿qué cabe hacer? La mayoría de principales economistas dicen que la solución Romney conduciría a una depresión en el plazo de un año de modo que la recuperación a partir de ese momento es más que incierta. Pero reconocen también que la solución Obama puede funcionar a corto plazo, aunque conduciría a un desastre en un plazo de 20 o 30 años (aumento de la deuda) que dificultaría aún más una recuperación. En tales circunstancias, un compromiso –hacer un poco de esto y un poco de aquello– parece la vía más probable, aunque esto tampoco solucionará el problema de fondo.

El abismo fiscal no es el único problema apremiante a que se enfrenta Estados Unidos. En materia de política exterior, las diferencias no son muy grandes, pero acucia la urgente necesidad de llegar a un acuerdo sobre la política de inmigración y otras importantes cuestiones. Woody Allen ha dicho que la elección se plantea entre dos caminos, uno conducente a la desesperación y la completa desesperanza, y el otro a la total extinción: “Oremos para tener la sabiduría y el acierto necesarios para hacer la elección adecuada”.

El gobierno de la mayoría de países democráticos se basa en coaliciones, pero no es el caso de Estados Unidos. Demócratas y republicanos son coaliciones de algún tipo, pero esto no basta. Han de adoptarse arduas decisiones sobre la reforma sanitaria y la reducción de determinados derechos sociales y económicos. Los republicanos han de reconocer que la tendencia a una plutocracia debe revocarse: un sistema en el cual los súper ricos poseen demasiado poder de modo que influyen en el resultado de las elecciones. Han de aceptar mayores impuestos para los muy ricos, una necesidad política aunque por sí misma no solucionará el problema financiero. ¿Cabe lograrse una solución sin adoptar el modelo de gobierno autoritario de Extremo Oriente? Habrá que hacer un gran esfuerzo muy arraigado en convicciones y valores. Sin embargo, los estadounidenses han solido ser un pueblo pragmático que cree más en lo que funciona que en una doctrina. Han hecho frente a épocas difíciles anteriormente y han superado crisis. Con algo de suerte, sucederá otra vez.

Walter Laqueur

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *