La victoria del terror

José Manuel Fajardo, escritor (EL PERIODICO, 12/09/05).

Hace cuatro años que Al Qaeda cometió la matanza de Nueva York y desde entonces la vida política internacional se ha deslizado en la dirección más propicia para los intereses de los terroristas. Aunque resulte doloroso decirlo, hoy es el terrorismo quien lleva la iniciativa. La rotundidad de las declaraciones del presidente Bush y su falta de piedad en el uso de la violencia no han servido para evitar nuevos atentados.

En el 2002, Bali se llenaba de cadáveres. Después llegaban los atentados de Arabia Saudí, Turquía y Paquistán. En el 2004, la pesadilla llegaba a España. Y en el 2005, al centro turístico egipcio de Sharm el Sheik y a Londres. A ello hay que sumar los centenares de atentados perpetrados por Al Qaeda en Irak y el siniestro drama de los secuestros. Afirmar que el terrorismo retrocede en un mundo así sólo revela estupidez o voluntaria ceguera.

Pero si los golpes del terrorismo se han hecho más frecuentes y generalizados, ¿cómo va la guerra contra el terrorismo? Llama la atención que el país que más pregona la necesidad de tal guerra sea el que menos terroristas ha puesto a disposición de la justicia. En España están procesados casi un centenar de presuntos terroristas y ha habido detenciones en Inglaterra y otros países europeos. Por su parte, Estados Unidos lleva años manteniendo a centenares de presos sin juicio en el infierno ilegal de Guantánamo y en prisiones secretas repartidas por medio mundo, como nuevas mazmorras medievales, y aplicando la tortura a los presuntos terroristas que custodia en Irak. La guerra contra el terrorismo se ha convertido en guerra contra naciones enteras, invocando mentiras (falsas conexiones con Bin Laden e inexistentes armas de destrucción masiva), con miles de civiles asesinados por los bombardeos y hambreados por el caos. La defensa de la sociedad democrática se ha traducido en la violación sistemática de los derechos que se dice defender, y la respuesta a la violencia terrorista es un terror estatal que obvia la legalidad. No se puede concebir una victoria mayor para los partidarios de Al Qaeda.

El problema fundamental de la lucha contra el terrorismo es que la detención de terroristas, con ser importante, no es suficiente. Ni siquiera su muerte. El nuevo terrorismo es el primero en prescindir de sus militantes en atentados suicidas, pues actúa con el fanatismo de quien posee la verdad. Y, desgraciadamente, hay una parte de verdad que le alimenta: el hecho de que vivimos en un mundo de miserias e injusticias que sume a gran parte de la humanidad en la desesperación.

La primera responsabilidad, aunque no la única, en ese orden de cosas corresponde al Primer Mundo (EEUU y Europa) que durante siglos se ha enriquecido con la expoliación sistemática de América, África y Asia y el apoyo a cuantas dictaduras le han sido útiles en dichos continentes. Eso es algo que saben millones de parias y es la fuente que alimenta al nuevo terrorismo, pues hay también muchos jóvenes emigrantes cuyas vidas están resueltas pero cuyo horror ante esas injusticias les hace sensibles al discurso nihilista de los nuevos abanderados del terror. Unos y otros nutren de militantes a las organizaciones terroristas.

No hace falta ser especialmente inteligente para comprender que alimentar la hoguera de la desesperación con nuevas guerras y nuevas injusticias lejos de hacer desaparecer el terrorismo le suministrará nuevos adeptos, que verán en el sacrificio de sus vidas y las de sus víctimas el precio a pagar, de igual modo que los gobernantes del mundo democrático ven en las vidas de los llamados efectos colaterales el precio a pagar en su lucha contra el terrorismo. Que unos maten mirando a la cara de sus víctimas, en un vagón del metro, y otros lo hagan en una ciega lotería desde un bombardero a 10.000 metros de altura, no convierte un crimen en más aceptable que el otro.

SON POCAS las iniciativas políticas puestas en marcha para detener la espiral acción-represión-acción que tanto favorece a los terroristas. Entre ellas destaca la propuesta de Alianza de Civilizaciones del presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, respaldada hoy por la ONU.

El problema es que el diálogo y las iniciativas políticas son siempre más lentas que la violencia. Y lo peor es que a veces ni se tiene sensibilidad para los actos simbólicos. En el funeral de Estado por las víctimas del 11-M se perdió la ocasión de realizar una ceremonia ecuménica con católicos, ortodoxos y musulmanes (había víctimas de las tres religiones). El Gobierno de Aznar optó por una misa católica que vino a reforzar la imagen de confrontación religiosa. Otra buena noticia para los terroristas islamistas, que tildan de cruzados a los invasores de Irak. Ellos apelan a la memoria histórica de sociedades afrentadas durante siglos. Saben perfectamente lo que hacen. Por eso siguen llevando la iniciativa.