La vida puede ser maravillosa

Por Jorge de Esteban, presidente de Unidad Editorial (EL MUNDO, 04/09/06):

Comenzó prácticamente el verano con la famosa frase de ese simpático locutor, llamado Montes, que hizo del transfuguismo profesional la mejor baza de su vida, porque pasó de ser un buen locutor de partidos de baloncesto de la NBA, sólo conocido por los iniciados en el baloncesto americano, a convertirse en un personaje popular retransmitiendo el Mundial de fútbol de Alemania. Pero la frase en su primera formulación sólo era condicional, es decir, como una expectativa que podría llegar a ser verdad si España hubiese ganado ese campeonato. Vanas ilusiones, pues ya conocemos lo que pasó, con la cantinela de «no tenemos remedio» y «siempre nos pasa lo mismo».

Sin embargo, acaba prácticamente este verano también con la consabida frase golpeándonos otra vez los oídos, pero ahora ya no es una sentencia que aparezca como un condicional, sino que se ha convertido en claramente afirmativa; la «vida es maravillosa» para los que soñaban con un Campeonato Mundial para España. En efecto, la contundente victoria de ayer de la selección española de baloncesto sobre Grecia, campeona de Europa, nos viene a convencer de que el cartero llama siempre dos veces y, en este caso, para bien. España, deportivamente hablando, acaba de conseguir, si no me equivoco, el primer Campeonato Mundial en toda su historia en un deporte de masas por equipos, con las excepciones, por supuesto, también meritorias, del hockey sobre patines o del balonmano, pero que se trata, en ambos casos, de deportes minoritarios. A buen seguro, hay varios ejemplos de campeones del mundo españoles en deportes individuales, como el de Fernando Alonso, o de boxeadores españoles como Legrá, u otros, pero con la victoria de ayer se rompe un terrible maleficio: el de que España no podría conseguir nunca un campeonato mundial en deportes colectivos de masas, según el axioma, hasta ahora dominante, de que los españoles pueden ser los primeros en deportes individuales, pero nunca cuando se trata de deportes de selecciones en competiciones importantes.

Naturalmente, este axioma no sólo era válido para el ámbito deportivo, sino que su alcance llegaba también a abarcar una dimensión política, puesto que, desde hace años, minorías nacionalistas están empeñadas en negar la existencia de España como nación, para reivindicar una realidad nacional en regiones españolas que no se corresponde con el sentir general. El director de un periódico nacional afirmaba ayer mismo, con gran dosis de verdad, que España se «está evaporando», puesto que «la cuestión no consiste en la formulación de ese supuesto catastrofismo según el cual España se rompe, sino en un proceso mucho más sutil y pernicioso: España se evapora. O, por ser más exacto, a España la están evaporando, en el sentido de hacerla desaparecer sin que se note la dilución». En efecto, ese proceso de disolución está en marcha desde el momento en que se ha abandonado el modelo de Estado que propugna nuestra Constitución, para sucumbir ante las reivindicaciones nacionalistas de catalanes, vascos y, en parte, gallegos, con el fin de crear una realidad de un fantasmagórico Estado confederal, del que no existe ningún ejemplo en el mundo, y que no es más que un pórtico para la fragmentación de España. El Gobierno actual parece haber aceptado el viejo dicho que en su día pronunció Adenauer, cuando dijo aquello de que «la mejor manera de apaciguar al tigre es dejándose devorar por él», porque eso es lo que está pasando con los nacionalismos vasco y catalán. Sin embargo, ante las reivindicaciones demenciales de las minorías radicales nacionalistas, lo que habría que recordar al Gobierno es que la verdadera ambición política para construir un futuro mejor pasa, ante estas peticiones no fundadas en el Derecho, por el arte de saber decir no una y otra vez.

Por el contrario, decir a todo que sí puede ser una buena estrategia para contentar a todos durante un cuarto de hora, pero pasado este primer momento los problemas son contumaces y acaban emergiendo finalmente. Ya sabemos que la entrada en vigor de un Estatuto que abole parcialmente la Constitución en Cataluña va a ser el inicio de una cadena interminable de conflictos, que acabarán llegando a un Tribunal Constitucional no preparado políticamente para echar abajo algo que cuenta con un marchamo presuntamente legal. Y, en cuanto al País Vasco, lo menos malo que puede pasar es que se vuelva a poner sobre el tapete el conocido plan Ibarretxe, demostrando así que si fue expulsado por la puerta del Congreso de los Diputados, ahora puede volver a entrar por la ventana.

Pero incluso la cosa puede ser aún peor, porque no sólo se ha resucitado a ese Estatuto ambiguamente independentista, sino que se ha resucitado también a un partido ilegal, como es Batasuna, que ya actúa a plena luz pidiendo la autodeterminación sin ningún tipo de miramientos. Todo esto viene a confirmar que el proceso de «evaporación» de España, del que habla el director mencionado, ha comenzado por un proceso de deslegitimación del Derecho, en donde ya no existe la seguridad jurídica de que habla nuestra Constitución, como base decisiva del Estado de Derecho. Las leyes y la Constitución ya no rigen en toda España y para todos los españoles, sino que depende del lugar en que se aplique el que tenga un sentido u otro, lo que en definitiva acabará convirtiéndose en la prueba de nuestra imposibilidad de convivir colectivamente.

Pero volvamos al partido de baloncesto, para sacar algunas conclusiones. Los magníficos jugadores de nuestra selección han demostrado ayer que España deportivamente no se está «evaporando». Un conjunto de jóvenes españoles de diferentes comunidades autónomas, varios de Cataluña, han demostrado que la camiseta roja que vestían significaba algo para ellos y para los millones de aficionados que los siguen. Han demostrado que cuando se trata de un deporte colectivo, la unión está por encima de las individualidades más valiosas. Es más: nadie duda de que Pau Gasol es uno de los mejores deportistas españoles de todos los tiempos, hasta el punto de que ha sido distinguido como el mejor jugador del campeonato, pero su reciente lesión, que le ha impedido jugar en la final, no sólo no ha sido una rémora para el equipo, sino que ha significado un claro acicate para el triunfo de la selección.

La famosa frase de que «no hay mal que por bien no venga», utilizada sinuosamente por Franco ante el asesinato de Carrero, también puede que haya servido en este caso, pues el espíritu colectivo se ha acabado imponiendo por encima de una superestrella que parecía imprescindible para la victoria. Han demostrado igualmente que su compenetración y su moral de lucha, que les ha convertido en el mejor equipo del campeonato, se ha mantenido siempre, con un juego espléndido que no les ha hecho perder ni siquiera un partido. El peor que sin duda han jugado fue contra Argentina, campeona Olímpica, y, sin embargo, acabaron ganando también por un punto.

Han demostrado que no puede ni debe haber más selección que la de España, cuando vascos y catalanes no hacen más que reivindicar una y otra vez su selección marginal, que no llegaría nunca a obtener un título de estas características. Han demostrado asimismo, el ridículo que existe cuando España obtiene una victoria internacional tan importante como ésta, y no se puede cantar el himno nacional por ser uno de los rarísimos en el mundo que no cuenta con una letra escrita, que sea aceptada por todos, limitándonos así a oír un chunta-chunta que hace de letra vergonzante y surrealista. Demostrándose, por tanto, que cuando los símbolos del Estado, decisivos en el subconsciente colectivo, no funcionan, el Estado tampoco acaba siendo el Estado de todos.

En definitiva, cuando España se evapora, se fragmenta, porque así lo quieren las minorías políticas, la mayor parte de los españoles siguen aspirando a que exista una España fuerte, aunque sólo sea en el terreno deportivo. En este ámbito, al menos, después de ayer, la «vida puede ser maravillosa». Pero, ¿por cuánto tiempo?