La vida tras el fin de la Pax Americana

Hace ya tiempo que el orden construido por Estados Unidos en Europa y Asia oriental después de 1945 muestra signos de resquebrajamiento, y la decisión del presidente Donald Trump de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el clima no hace más que acelerar este proceso.

Por primera vez desde los primeros años de la presidencia del general Charles de Gaulle en Francia, un importante líder occidental (la canciller alemana Angela Merkel) declaró abiertamente que Europa ya no puede depender del liderazgo estadounidense. Puede parecer irónico que esto lo diga una alemana y atlanticista comprobada, pero en realidad es muy apropiado, porque Alemania, en su transformación de dictadura asesina a pacífica democracia liberal, necesitó a Estados Unidos más que ningún otro país.

Tal vez convenga tomarse el fin gradual de la Pax Americana con optimismo. Ningún sistema imperial dura para siempre. Un orden internacional que era totalmente razonable cuando el mundo estaba saliendo del desastre de la Segunda Guerra Mundial, para meterse enseguida en una larga Guerra Fría entre dos superpotencias nucleares, tal vez ya no sea adecuado, y puede ser un obstáculo al surgimiento de otros arreglos mejores.

El primer secretario general de la OTAN, Hastings Ismay, decía sin pelos en la lengua que el propósito de esa organización era “mantener a los estadounidenses adentro, a los rusos afuera y a los alemanes abajo”. Pero mantener a Alemania “abajo” ya no es necesario, y hoy se discute si fue buena idea mantener a Rusia “afuera” después del derrumbe de la Unión Soviética. Y hay algo en lo que Trump tiene razón, aunque lo exprese con tosquedad: Europa, lo mismo que Japón, se tornó demasiado dependiente del poder militar estadounidense.

Esta dependencia en materia de seguridad colectiva no convierte exactamente a los aliados de Washington en colonias. Y Estados Unidos no es formalmente una potencia imperial. Pero hoy en Asia oriental y Europa occidental se ven ciertos aspectos de un dilema frecuente en la etapa tardía de los imperios. Un abandono demasiado rápido del papel de liderazgo de Estados Unidos podría generar un caos en el que potencias menos benignas ocupen el vacío resultante. Pero una excesiva prolongación del sistema liderado por Estados Unidos impedirá a los países dependientes asumir más responsabilidad por su propia seguridad.

El resultado de la desintegración de los órdenes imperiales suele ser la violencia. El genocidio armenio se produjo en medio del declive del poder otomano. La caída del Imperio Austrohúngaro dio paso al surgimiento del nacionalismo radical y el antisemitismo asesino. Algo similar sucedió cuando el pequeño imperio balcánico de Josip Broz Tito en Yugoslavia se deshizo. Más de un millón de hindúes y musulmanes perdieron la vida en una violencia sectaria horrorosa, cuando el Imperio Británico dejó un país dividido librado a su propio arbitrio.

No estoy argumentando en favor del imperialismo. Pero la era Trump debe prepararnos para enfrentar las consecuencias del final del orden de posguerra liderado por Estados Unidos. A pesar de las evidentes falencias del liderazgo estadounidense, que dio lugar a guerras innecesarias y demasiadas alianzas injustificables en nombre de la lucha contra el comunismo, también hubo en él muchos elementos positivos. La protección de Estados Unidos permitió a Europa occidental, Japón y, más tardíamente, Corea del Sur y Taiwán liberarse y prosperar.

Dejando a un lado los excesos del anticomunismo, el poder estadounidense también fue un freno al extremismo ideológico. Ni el comunismo, ni el fascismo en alguna de sus variantes, ni tampoco el nacionalismo radical tuvieron grandes posibilidades de desarrollarse en la Europa de la Pax Americana. Las últimas elecciones en los Países Bajos y Francia hacen pensar que Trump tal vez sea más un elemento disuasor que un aliciente para el extremismo populista en Europa. Pero si la oleada populista creciera en volumen y brutalidad, hoy no hay nadie en Washington para frenarla.

En Japón, la dependencia de Estados Unidos y el temor al comunismo marginalizaron a la izquierda y mantuvieron a un partido conservador en el poder en forma más o menos permanente. Pero también frenaron los extremos del revanchismo japonés, algo que quizá no resulte tan fácil cuando ya no se vea a Estados Unidos como un protector confiable y el temor a China se convierta en pánico.

A diferencia de algunos de los cancilleres que la precedieron, Merkel (que creció en Alemania oriental) ve con recelo los planes estratégicos de Rusia. Es indudable que la renuncia de Estados Unidos al liderazgo beneficiará a Rusia y China, al menos en lo inmediato. Pero hay quien no ve en esto un inconveniente. Rusia está más cerca de Berlín o incluso de París que Washington o Nueva York. Una actitud complaciente con los regímenes ruso y chino ofrece la posibilidad de hacer muchísimo dinero (como el presidente estadounidense bien sabe). Y es posible que el riesgo de que Rusia o China invadan Japón o países de la OTAN sea minúsculo.

Pero una mayor vulnerabilidad a intrusiones chinas o rusas supone un costo. Sin importar cuán irritante haya sido el dominio estadounidense, o el malestar generado por algunas de las guerras destructivas libradas por Estados Unidos, criticar las políticas, los presidentes e incluso las prácticas culturales estadounidenses no sólo estaba permitido, sino que se veía como saludable signo de democracia liberal. Fue uno de los “valores compartidos” que mantuvo a Occidente unido.

No será lo mismo en un mundo dominado por China. Cualquier crítica tendrá repercusiones inmediatas, especialmente en la esfera económica. Los estudios de Hollywood ya censuran el contenido de películas con las que esperan hacer dinero en el mercado chino. Para no perder acceso a Moscú o Beijing, los medios de prensa occidentales tendrán que tener cada vez más cuidado con lo que impriman o difundan. Esto será un perjuicio para nuestras sociedades, que se basan en los principios de apertura y libertad de expresión.

Así que incluso si el fin de la Pax Americana no produce invasiones militares, o guerras mundiales, debemos prepararnos para un tiempo en que tal vez recordaremos el Imperio Americano con profunda nostalgia.

Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and Year Zero: A History of 1945. Traducción: Esteban Flamini.

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