La vieja y la nueva izquierda en América Latina

Por Jorge Castañeda, ex ministro de Relaciones Exteriores de México y profesor de Política y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York (ABC, 16/06/06):

HAY dos maneras de interpretar los últimos resultados electorales en América Latina. La primera y más obvia es que el supuesto giro a la izquierda está perdiendo fuerza rápidamente. En las últimas semanas, el ultranacionalista Ollanta Humala, un clon del presidente venezolano Hugo Chávez, fue derrotado en el Perú, el conservador Álvaro Uribe obtuvo una arrolladora victoria en Colombia, con un 62 por ciento de los votos, y Andrés Manuel López Obrador ha perdido terreno con vistas a las elecciones presidenciales del 2 de julio en México. Todos estos sucesos parecen contradecir la tendencia hacia la izquierda en América Latina.

Sin embargo, es posible mirarlos de otra manera. Sí, el presidente Uribe ganó la reelección, pero la gran sorpresa en Colombia fue el fin del sistema bipartidista que había dominado el país por décadas, y el surgimiento del izquierdista Polo Democrático como la segunda fuerza política de la nación.

De manera similar, si bien Alan García ganó en el Perú, no proviene de un partido de izquierda dura que ha terminado por seguir el buen camino (como Lula da Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay); pertenece al APRA, partido fundado en los años veinte por Víctor Raúl Haya de la Torre y que sigue siendo una de las organizaciones populistas más antiguas y anacrónicas de la región.

Al igual que Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia y López Obrador en México, el presidente García pertenece a la izquierda no reestructurada que tiene sus raíces en la gran tradición populista de América Latina. Puede haber aprendido varias lecciones de su desastrosa presidencia en los años 80, pero está mucho más cerca de la izquierda equivocada que de la correcta. En México, López Obrador ha repuntado en las encuestas en los últimos días y, mostrando su verdadera cara, ha comenzado a prometer el cielo y las estrellas al electorado mexicano.

De hecho, las tendencias más importantes ocurridas en América Latina en los últimos tiempos pueden encontrarse no tanto en los resultados electorales, sino en las crecientes diferencias entre modernizadores y revanchistas, entre intereses nacionales e ideología. Mientras Morales se entiende con Chávez y Fidel Castro más rápidamente de lo que la mayoría esperaba -nacionalizando el gas de Bolivia, invitando a una gran cantidad de médicos y asesores cubanos a su país y firmando incontables acuerdos de cooperación con Venezuela-, está también generando mayores tensiones con Brasil y Chile.

Ambos países son sus vecinos y, al menos en teoría, sus gobernantes son sus hermanos de ideología. No obstante, las diferencias entre la izquierda moderna y la arcaica, y los intereses nacionales opuestos de los tres países, parecen estar jugando en contra de las afinidades políticas más superficiales.

Por ejemplo, Sao Paulo, el centro industrial de Brasil, hoy depende del gas natural boliviano para casi todas sus necesidades de energía. Como resultado, Petrobras, la compañía brasileña de energía, ha invertido enormes sumas en Bolivia en todo tipo de áreas, desde la exploración hasta el tendido de tuberías. Ahora, con la elección de Evo Morales, de un día para otro se ha nacionalizado la principal fuente de gas natural de Petrobras. De hecho, los derechos locales sobre la producción de gas boliviano se están elevando en más de un 50 por ciento, y el precio que Bolivia cobra a los clientes extranjeros bien puede duplicarse. Los contratos no se están observando y los técnicos y abogados de PDVESA, el gigante petrolero venezolano, están auditando las instalaciones de Petrobras en Bolivia. Lula quiere ser amable con Morales, pero no puede ser cordial con su vecino expropiador y al mismo tiempo tener contentos a los industriales y consumidores de Sao Paulo.

Fricciones parecidas están ocurriendo con Chile. La presidenta Bachelet quisiera solucionar el problema del enclaustramiento geográfico de Bolivia, cuya falta de acceso al Pacífico se prolonga por más de un siglo, pero está viendo que esta tarea es más compleja de lo previsto, a medida que Morales aumenta los precios del gas y reduce las exportaciones de este recurso a Argentina, el mayor proveedor externo de energía de Chile. Tampoco ayuda mucho la retórica de Morales: acusar a los Estados Unidos de intentar asesinarlo, como hizo la semana pasada, no lo hace demasiado querido entre las elites de un país que ha firmado un tratado de libre comercio con EE.UU. y cuya presidenta pronto visitará Washington.

De todo modos, puede que la alianza estratégica de Morales con Cuba y Venezuela dé respuesta a los intereses nacionales inmediatos de Bolivia. Por otra parte, la descarada injerencia de Chávez en las elecciones peruanas puede haber hecho que García se aleje tanto de él que realmente se convierta en un socialdemócrata al estilo europeo, y López Obrador puede cumplir sus promesas de respetar el NAFTA, adherirse a la ortodoxia macroeconómica y buscar mantener buenas relaciones con los Estados Unidos.

Sin embargo, la división entre las dos izquierdas de América Latina se hace más profunda cada día. Es inevitable, ya que la ruptura está impulsada por el simple reconocimiento de que los gobiernos responsables deben poner los intereses nacionales por delante de la nostalgia, la retórica grandilocuente y las ideologías estridentes.