La violencia del siglo XXI es digital

Manifestación feminista feminista en noviembre de 2020 frente al Senado mexicano en apoyo de la Ley Olimpia, que tipifica varios delitos relacionados con el acoso digital.José Pazos (EFE)
Manifestación feminista feminista en noviembre de 2020 frente al Senado mexicano en apoyo de la Ley Olimpia, que tipifica varios delitos relacionados con el acoso digital.José Pazos (EFE)

Décadas de lucha incansable, la fuerza del movimiento feminista y la acción de los gobiernos apoyando la igualdad han servido para dar alas a muchas mujeres. Sus voces llenan un espacio en la esfera pública que, al fin, reconocen como suyo. Pero la esfera pública, en estos días, en estos tiempos, son las redes sociales, y es precisamente ahí donde vuelven a encontrar la mordaza. Las palabras, visiones, opiniones e historias de las mujeres representan un tercio de las cuentas de Twitter y casi la mitad de los perfiles de Facebook e Instagram. A pesar de ser la segunda red social por número de espectadores, me ha resultado imposible encontrar el dato de youtubers. Pero una cosa es hablar y otra muy distinta ser respetada. Tanto es así, cuesta tan caro ese respeto, que te lo tienes que pensar, no dos, sino muchas veces antes de expresarte. Porque antes de que llegaran ellas, estaban otros. Los que siempre han controlado el poder, el espacio y la esfera pública no están dispuestos a compartirlo. Supone una pérdida, la del dominio del territorio, virtual en este caso, y esto ha generado una nueva oleada de agresiones. Es eso lo que conocemos como violencia digital.

La ciberviolencia contra las mujeres, por desgracia, no es un fenómeno nuevo, pero la combinación de aceleración tecnológica con el aumento del tiempo en línea durante la pandemia ha hecho saltar todas las alarmas: la violencia digital de género no deja de crecer. ¿Qué buscan los que la ejercen? En la mayoría de las veces amedrentar y silenciar, y que, en última instancia, las mujeres se retiren de la nueva plaza pública. A pesar de no haber estadísticas oficiales ni canales de denuncia claros, como sí ocurre en la violencia en el plano físico, estamos obligados a atajar este nuevo espacio de violencia que cada vez es más grande y peligroso.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que a partir de los 15 años una de cada 10 mujeres ya ha sufrido alguna forma de ciberviolencia. Y si ya es complicado actuar ante ella cuando se da en el plano físico, en el ámbito online el reto es aún mayor. Una gran parte de las mujeres opta por replegarse evitando su exposición y autolimitando sus libertades y derechos fundamentales. Tenemos ejemplos de actrices, políticas, periodistas y figuras públicas que han tenido que cerrar sus cuentas o candarlas por amenazas y ataques violentos. Esto ha tenido un impacto negativo en sus carreras, coartando, en grandísima medida, su libertad de expresión: prefieren ahorrarse ese sufrimiento que impunemente se les inflige.

La amplificación de la violencia con medios tecnológicos es tal que, si la padeces, es verdaderamente insoportable. El insulto constante; la amenaza permanente de que puedes llegar a ser violada o que te maten; la burla sobre tu aspecto; el envío de fotos pornográficas… Todo esto es algo que ocurre a diario en las redes sociales y que empuja a las mujeres a elegir entre ponerse una capa de hierro y asumir como normal algo que, en cualquier otro contexto, sería impensable o marcharse. Y aunque, sí, es cierto, esta violencia puede afectar tanto a mujeres como a hombres, las mujeres y las niñas la experimentan más y de forma más traumática.

Hay muchas formas de agresión contra las mujeres perpetradas a través de la tecnología y, por desgracia, ya conocemos algunas: el ciberacoso, el ciberhostigamiento, el slut-shaming (literalmente, que te insulten llamándote prostituta), la pornografía no solicitada, la sextorsión, las amenazas de violación y de muerte o la trata de personas facilitada a través de la Red. Pero la lista no acaba ahí. Hay que añadir el body shaming (burlarse de la forma, el tamaño o la apariencia del cuerpo de alguien) y el cyberflashing (enviar imágenes sexuales no solicitadas) o el doxing (compartir en línea la información personal de alguien sin consentimiento).

El efecto de todo esto sobre las mujeres y las niñas es devastador. No solo porque no les permite ser ellas mismas y les arrebata lo más importante que tienen como ciudadanas en un espacio público, su voz y su libertad. Es que les afecta a su estado emocional, a su salud mental y a su autoestima. Y, peor, llegados al extremo, les provoca depresión y les puede arrastrar al suicidio. Es habitual que, en este contexto, muchas se retraigan de las redes, que sientan ansiedad, e incluso que comiencen a desarrollar fobias sociales.

Y no se queda en el plano físico o mental; la violencia de género digital tiene efectos económicos; tienen que buscar ayuda, les afecta a su productividad e impacta negativamente en su reputación y en su carrera laboral. Los costes globales pueden alcanzar los 90.000 millones de euros.

Se sabe muy poco acerca del porcentaje real de víctimas y de los efectos de los daños causados por la violencia de género digital. Como sobre casi todo lo que atañe a las mujeres, hay pocos datos, pero eso no puede detener la acción política. El Grupo de Expertos del Consejo de Europa para la Acción contra la Violencia hacia las Mujeres y la Violencia Doméstica (Grevio) ha emitido su primera recomendación sobre la dimensión digital de la violencia contra las mujeres, que incluye tanto las agresiones en línea como aquellas que facilita la tecnología —dispositivos de rastreo que se pueden obtener legalmente y que permiten a los agresores acechar a sus víctimas—. El propio Parlamento Europeo ha pedido que se tipifique como delito

El maltrato ha llegado a internet y a las redes sociales y nadie lo está parando. Urge actuar y regular a nivel europeo. Es prioritario mejorar los datos para que se puedan elaborar indicadores que midan la efectividad de las intervenciones. En la sociedad digital, acceder y ser capaces de desenvolvernos en internet es cada vez más un derecho humano fundamental; por tanto, es necesario garantizar que este espacio público digital sea un lugar seguro y libre para todas las personas. La ciberviolencia no es un fenómeno independiente de la violencia contra las mujeres y por eso es urgente combatirlo ahora que, por el momento, puede considerarse incipiente.

Lucia Velasco es economista y autora de ¿Te va a sustituir un algoritmo? (Turner).

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