La violencia entra a las aulas en México

Una mujer prende una vela afuera del Colegio Cervantes en Torreón, México, donde un alumno de 11 años asesinó a dos personas. (Daniel Becerril)
Una mujer prende una vela afuera del Colegio Cervantes en Torreón, México, donde un alumno de 11 años asesinó a dos personas. (Daniel Becerril)

Hace una década, la parte más importante, extenuante y traumática de mi trabajo periodístico era dirigir las coberturas sobre la violencia criminal que azotaba al estado mexicano de Coahuila, sede de una guerra entre cárteles del narcotráfico que dejó más de 3 000 muertos entre 2007 y 2012.

Junto a decenas de colegas aprendí que reportear temas relacionados con la violencia es el ejercicio más delicado del periodismo. En esos años, nuestros días y noches se iban en perseguir los datos de la última balacera en una avenida, de la masacre en algún bar, de la aparición de cadáveres apilados en una esquina.

Era un trabajo constante de dudar y verificar, de buscar la verdad y también de desesperar porque los rumores se daban por buenos de inmediato: la ola de asesinatos coincidió con el auge de las redes sociales, que se empeñaban en complicar nuestro trabajo con información falsa.

En Coahuila, como en el país, apenas estamos tratando de entender las causas que provocaron la violencia del crimen organizado y ahora debemos enfrentar otro fenómeno de violencia, uno sin precedentes.

Ayer, 10 de enero, un niño de 11 años llevó dos pistolas a su escuela primaria en la ciudad de Torreón y mató a una maestra e hirió a seis personas más. Después —presuntamente— se suicidó. En México estábamos acostumbrados a que esos tiroteos escolares sucedieran solo en Estados Unidos, pero un evento similar pasó hace dos años en la norteña ciudad de Monterrey.

En el caso de Coahuila, es necesario plantearnos que la ola de asesinatos que vivimos hace años dejó secuelas. Una de ellas es la normalización de la violencia, que también vemos en un país donde decenas mueren violentamente cada día. Otra es lo fácil que se volvió matar: hace tres meses una maestra fue asesinada por un sicario que fue contratado por un familiar por unos cuantos cientos de dólares. Y también, la facilidad para conseguir armas de fuego, porque explicar cómo un niño de 11 años pudo hacerse de dos pistolas rebasa nuestra capacidad de asombro.

La violencia se transforma y encuentra nuevas vías de hacerse presente. Pero este tiroteo es un caso extremo, más traumático, porque el agresor es un niño, porque el evento sucedió en una escuela y porque, si en la narcoguerra racionalizamos que hay “buenos” y “malos”, ahora esas categorías morales que nos resultan convenientes pierden su nitidez y nos dejan perplejos.

Ante ello, veo necesario recuperar algunas lecciones sobre cómo reaccionamos ante hechos que naturalmente causan pánico, angustia y sicosis. Porque todos tenemos una opinión, pero no nos damos cuenta de que nos falta fundamento. Nuestra reacción está relacionada con nuestra historia de violencia y nuestra tendencia a dar por buenos datos no verificados porque buscamos desesperadamente darle sentido a un hecho traumático.

Por eso, ante la noticia de un tiroteo, lo que se necesita es confirmar la información. Después es necesario hacernos las preguntas necesarias: ¿Quién dice que hay muertos, las redes sociales o alguna autoridad? ¿Cuántos heridos, dónde están? ¿Quién puede hacer la reconstrucción? Yo mismo cometí el error de reportar dos víctimas antes de que ese dato fuera confirmado. Es fácil caer en la ola.

Por ejemplo, el gobernador de Coahuila dijo que videojuegos violentos podrían haber influido en la conducta del niño que asesinó a su maestra y a otro alumno. Aun si esa versión tuviera sentido, debemos pasarla por un filtro. Hay mucha literatura científica que indica que los videojuegos no necesariamente son la causa de hechos así. En todo caso, deben coexistir con otros factores para que disparen un comportamiento agresivo.

En Coahuila sabemos lo que significa la violencia, la vivimos de cerca. Y aunque en los últimos años la región se había pacificado y habíamos comenzado a tratar de explicarla con más tranquilidad, ahora también habrá que entender que la violencia se transformó y vive en otras expresiones como la de un tiroteo en la escuela, un lugar aparentemente seguro, por parte de un niño.

Esta memoria colectiva la debemos tener presente para saber reaccionar con prudencia, pero sobre todo con compasión y solidaridad para encontrar la forma de que estos eventos no vuelvan a ocurrir.

Javier Garza Ramos es periodista en Torreón, Coahuila. Es conductor de Reporte100 en Imagen Laguna.

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