La volatilidad china

En julio, China Digital Times, un agregador de noticias estadounidense que sigue los medios de comunicación chinos, publicó un documento filtrado que, al parecer, informaba a los periodistas chinos que cubren los mercados financieros del país de que su Gobierno los vigila. “No hagáis análisis detallados, no especuléis ni valoréis en qué dirección va el mercado”, advertía el memorándum. “No exageréis el pánico ni la tristeza. No utilicéis palabras con carga emocional como ‘bajón’, ‘pico’ y ‘derrumbe’”. Hoy sabemos que el Gobierno chino hablaba en serio. Hace unas semanas, los medios estatales han emitido “confesiones” de periodistas que han asumido la responsabilidad de las turbulencias que ha habido en la bolsa de Shanghai, el punto de referencia en el país.

No es la volatilidad del mercado chino ni sus posibles repercusiones en la segunda economía del mundo lo que debe preocuparnos. Es que la reacción oficial de Pekín ante estas cuestiones consista en silenciar el debate sobre las posibles soluciones y encontrar chivos expiatorios que asuman la responsabilidad.

Los temores por la estabilidad de la economía china son desmesurados. Por un lado, es normal preocuparse por la repercusión mundial de una desaceleración más rápida de la esperada. China es hoy el principal socio comercial del mundo y un gran impulsor de los precios de las materias primas. Las bolsas europeas y norteamericanas suben y bajan en función de los datos industriales chinos. Economías tan distintas como Japón, Chile, Australia, Tailandia, Suráfrica, Corea del Sur, Brasil, Malasia, Nigeria, Argentina, Rusia y muchas otras sufren si disminuye la actividad económica en China.

Pero el gigante emergente no va a experimentar ningún aterrizaje forzoso a corto plazo. Con la capacidad del Estado de fomentar los créditos bancarios e invertir grandes sumas en proyectos de infraestructuras dentro de muy diversos sectores económicos de importancia estratégica, China va a aproximarse al objetivo de crecimiento para este año, “alrededor del 7%”.

El mercado de Shanghai ha caído un 40% recientemente, pero el año anterior tuvo una subida del 150%. ¿Por qué la caída va a ser más indicativa de la fortaleza de la economía china que la subida anterior (y mucho más marcada)? En realidad, se trata de un mercado inmaduro, más un barómetro del ansia estatal de manipulación política que de la economía real del país. Solo uno de cada treinta chinos tiene acciones, un porcentaje muy inferior al de los mercados desarrollados.

Tampoco debemos sentirnos demasiado alarmados por la decisión china de devaluar la moneda. La medida no tuvo la dimensión suficiente para alterar la balanza comercial de China con sus principales socios, y el FMI ha elogiado la decisión, porque aproxima el valor de la divisa a las fuerzas del mercado. La economía china es más estable de lo que piensan muchos, y su influencia internacional seguirá creciendo.

Ahora bien, es de esperar que el turbulento verano chino haga comprender a los Gobiernos y las empresas que dependen demasiado de China a qué peligros a largo plazo se exponen si no se guardan las espaldas. Lo más probable es que China siga siendo estable durante años. Pero la tendencia de sus dirigentes a anular reformas necesarias —por ejemplo, intervenir en unos mercados que están mejor solos— es inquietante. Y más aún su costumbre de recurrir a la censura y el castigo.

China no podrá seguir siendo siempre fuerte y estable sin una reforma económica. Las autoridades deben dar a los ciudadanos chinos la capacidad de adquirir más productos fabricados allí para que la economía deje de depender de las exportaciones. Es un factor imprescindible para la existencia de una gran clase media y un crecimiento duradero y sostenible. Es necesaria una enorme transferencia de riqueza a los consumidores chinos.

Para que los que van a tener que renunciar a gran parte de esa riqueza no impidan las reformas, el presidente Xi Jinping ha emprendido una campaña anticorrupción que ha terminado con miles expulsados del partido y otros miles más en la cárcel. Por ahora, Xi conserva todo su poder, pero existe una lista cada vez mayor de posibles enemigos en la dirección que pueden esperar a que su Gobierno pierda el apoyo de la población para contraatacar. Ese es un peligro que conviene vigilar.

En resumen, los temores a los problemas inmediatos son exagerados. Pero si convencen a los Gobiernos y las empresas que dependen de China de que se preparen para más volatilidad y no se lo jueguen todo a la capacidad china de tener un crecimiento estable a largo plazo, esos miedos serán útiles.

Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y autor de Superpower: Three Choices for America’s Role in the World. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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