La voz de la sociedad vasca

Por Joseba Arregi, exmilitante del PNV y exportavoz del Gobierno vasco (EL MUNDO, 02/03/05):

El lehendakari Ibarretxe ha firmado el decreto de disolución del Parlamento vasco dando por finalizada la legislatura y convocando elecciones autonómicas para el 17 de abril próximo. En esas elecciones hablará la sociedad vasca. Y hablará la sociedad vasca como ha hablado ya en numerosas ocasiones. Unas veces para elegir el Parlamento vasco. Otras veces pronunciándose sobre acuerdos constitucionales pactados, como la propia Constitución española, el Estatuto de Gernika o, recientemente, el Tratado para una Constitución Europea.

En los últimos años hemos podido ver en las calles y carreteras de Euskadi carteles y pintadas pidiendo que se dé la palabra al pueblo. Carteles y pintadas firmadas por el nacionalismo radical.También el nacionalismo gobernante ha articulado toda su política -el plan Ibarretxe- en torno a la consulta popular, reclamando que se dé la palabra al pueblo vasco.

Tras esos planteamientos del nacionalismo radical y del nacionalismo vasco gobernante está la voluntad de dar a entender, sin afirmarlo directamente, que Euskadi, la sociedad vasca, vive en una situación de deficiencia democrática porque el pueblo no ha podido hablar todavía de forma clara y definitiva. Esa repetición nacionalista permanente de que es preciso dar la palabra al pueblo parece querer dar a entender que alguien, los reponsables del marco jurídico-institucional actual, se la han quitado. Por eso es necesario recordar y subrayar que el pueblo -mejor: la sociedad vasca- ha hablado muchas veces y que es hoy, en terminología nacionalista, pura y simplemente lo que ha querido ser, lo que ha decidido ser.

El discurso que se esconde detrás de la frase de dar la palabra al pueblo trata de ocultar no solamente el hecho de que la sociedad vasca ya haya hablado en repetidas ocasiones, y decidido lo que quiere ser, sino sobre todo trata de ocultar el hecho de que todo hablar está sujeto a reglas y a normas si quiere ser un hablar comunicativo, que es la única forma de hablar con consecuencias reales y efectivas, y no desaparecer en un solipsismo completo.El discurso del nacionalismo vasco actual que se apoya en la frase de dar la palabra al pueblo oculta el hecho de que hablando como ha hablado la sociedad vasca, ésta ha decidido las reglas y normas a las que se debe ajustar su hablar comunicativo, su palabra.

El discurso de dar la palabra al pueblo ha tenido otra expresión que ha marcado el debate político de los últimos años en Euskadi.Se trata de la frase acuñada por Ibarretxe y que habla del diálogo sin límites ni condiciones. Con esa frase quería el lehendakari dar a entender que él y el nacionalismo que él representa apostaban por el máximo posible de diálogo, por un diálogo mucho mayor que el que existe en la sociedad vasca, por un diálogo más allá de las restricciones impuestas por los marcos jurídicos y por las leyes. Y es así como lo entendió una parte importante de la ciudadanía vasca.

Es, sin embargo, una frase falsa en sus propios términos. Porque para que haya diálogo tiene que haber reglas que permitan la comunicación y el entendimiento. Reclamar un diálogo sin condiciones ni límites significa apostar por el no diálogo, puesto que sin condiciones ni límites, sin reglas y normas, sin gramática y diccionario la comunicación es imposible. Sin límites ni condiciones no hay más diálogo. Sin límites ni condiciones lo único que vale es la ley del más fuerte. Fuera de los límites y de las condiciones sólo existe la ley de la selva, el territorio de la voluntad arbitraria. Todo lo contrario a la democracia, que es la sujeción de la voluntad, del propio sujeto soberano y de todos los sujetos, al imperio de la ley.

Cuando los nacionalistas actuales, radicales y gobernantes, hablan de dar la palabra al pueblo, lo que tienen en mente es sólo el camino que les permita establecer su voluntad particular de forma arbitraria sobre el conjunto de la sociedad. Por eso quieren no sólo dar la palabra al pueblo, sino hacerlo fuera de las normas que la sociedad vasca ha establecido. La voluntad nacionalista, en su expresión actual, es una voluntad arbitraria, una voluntad que no se atiene a las reglas y normas que hacen posible el diálogo democrático. Es una voluntad que quiere no sólo participar en la decisión, sino marcar en todo momento, según su propio interés, las reglas de juego que le convienen, como un equipo de fútbol que no sólo decide con qué sistema jugar un partido, sino que al mismo tiempo va decidiendo dónde está para él la línea de banda y la línea de fondo.

En las cuestiones de definición de una sociedad, en las cuestiones que afectan a la institucionalización fundamental de una sociedad, la palabra que se da a la sociedad es una palabra de búsqueda de acuerdo para marcar las reglas de juego, para delimitar el campo de juego. Una vez decidida entre todos la gramática que afecta al diálogo fundamental de la sociedad, se puede proceder a otros actos de diálogo en los que vale el principio de mayoría precisamente porque está claro para todos cuál es el campo de juego, cuáles son las normas de juego, cuál es la gramática que rige la sociedad.

De la misma forma que ha habido cambios en el euskara desde Axular, pasando por el padre Cardaveraz, hasta Bernardo Atxaga, de la misma forma que el recién fallecido Cabrera Infante no escribe como Cervantes porque el español ha ido cambiando a lo largo de los siglos, también las gramáticas institucionales de las sociedades van cambiando. Pero dentro de todos los cambios quedan reconocibles y por eso se puede decir que Bernardo Atxaga escribe en la misma lengua que Axular, al igual que se puede decir que Cabrera Infante escribe en la lengua de Cervantes.

El plan Ibarretxe ha sido un intento de cambiar la gramática de la sociedad vasca, no de promover un mayor diálogo. Y cambiando la gramática de la sociedad vasca, estableciendo una gramática exclusiva de los nacionalistas, una lengua particular para ellos solos, rompe todo posible diálogo político válido para el conjunto de la sociedad. Cuando Ibarretxe afirma que todos los vascos van a poder decidir su futuro, esconde lo fundamental: los ciudadanos vascos son llamados en el proyecto de Ibarretxe a decir sí o no a su plan. Y si gana, aunque sea de forma muy escasa, el sí, todos los que han dicho no quedan excluidos de la definición de la sociedad vasca. No podrán participar en ella. Tendrán que aceptar la institucionalización que decidan los nacionalistas, radicales y gobernantes. Tendrán que aceptar su gramática sin haber participado en su elaboración: estarán obligados a hablar una lengua radicalmente extraña para ellos.

En la rueda de prensa para dar cuenta de la disolución del Parlamento vasco y de la convocatoria de elecciones autonómicas, Ibarretxe puso claramente de manifiesto que quiere que estas elecciones sean un plebiscito sobre su plan. Los ciudadanos vascos están llamados, por voluntad de los nacionalistas actuales, o bien a darles carta libre para que elaboren a su gusto una nueva definición de lo que es Euskadi dejando de lado la Euskadi pactada del Estatuto de Gernika, o bien a certificar la división de la sociedad vasca.Extraña situación, o quizá no tanto, ésta a la que ha conducido el nacionalismo vasco a la sociedad vasca: o constituir una nación por sometimiento de todos aquellos que no la sienten como los nacionalistas, o dividir la sociedad haciendo imposible una nación cívica. O falta de libertad o división. Y todo ello en nombre de la nación vasca.