La vuelta del coyote

A finales del pasado verano se publicaron en un solo volumen dos novelas («El Diablo en Los Ángeles» y «Don César de Echagüe») de la serie «El Coyote», de José Mallorquí, con edición de Ramón Charlo y prólogos de César Mallorquí –hijo del autor– y de Luis Alberto de Cuenca. Por otro lado, desde el 19 de junio al 29 de septiembre se exhibió en la Casa del Lector del Matadero Madrid la magnífica «Colección Eguidazu de Literatura Popular» que, con otros muchos miles de libros, contiene todas las novelas del Coyote. No ha sido, pues, un mal verano para los aficionados al jinete enmascarado, entre los que en su día figuró mi padre.

Ocurre, sin embargo, que en ese amplio club de aficionados no hay jóvenes. Así lo ha señalado con acierto el propio César Mallorquí en su prólogo. Se trata de poner fin a esta situación, porque José Mallorquí fue el más grande autor de la literatura popular española del siglo XX y la presente generación no debe perderse las delicias de su obra. Empecemos por el principio: las novelas del Coyote cuentan la historia de don César de Echagüe, rico hacendado de Los Ángeles que afronta con inteligencia y humor los desafíos de aquella California de mediados del siglo XIX que acababa de integrarse en los Estados Unidos de América y que, todavía hispánica, se veía sumergida por oleadas de gente de habla inglesa. Su prudencia y su buen criterio le sacan a don César de muchos apuros, pero siempre aparece algún agravio que exige que el hacendado se ponga un antifaz, coja un revólver y haga justicia: la justicia del Coyote, que es el nombre de guerra que adopta don César en su doble vida.

Este marco podrá parecer convencional, pero Mallorquí lo llena y lo ilumina con los mil destellos de su ingenio. La espectrometría de esos destellos se encuentra en la crítica literaria estudiosa de Mallorquí, que ha destacado, entre otras cosas, la austeridad y la perfección de su castellano, la solidez de la documentación histórica en que se basa, y su «formidable potencia creadora de héroes, caracteres y tipos», como escribió Juan Francisco Álvarez Macías en su excelente monografía sobre el autor del Coyote. Por supuesto, la lista de héroes va encabezada por el propio don César de Echagüe, uno de los mejores conversadores de nuestra literatura, dotado de un humor tan ligero y brillante que a veces lo aproxima a un personaje de Oscar Wilde; y no podemos seguir, porque sólo para hacer justicia a las heroínas del Coyote haría falta otra Tercera.

Pero ya que el objetivo es conseguir lectores jóvenes para el Coyote, me gustaría añadir un elemento que pone de manifiesto la asombrosa actualidad de una serie escrita en los años cuarenta del siglo pasado. En efecto, J. Mallorquí describe y matiza como nadie esas complejas relaciones entre el mundo hispánico y los pueblos de habla inglesa que tuvieron y tienen lugar en el gran escenario de las Américas. Históricamente, la tensión entre ambos se resolvió casi siempre con el triunfo de los anglo-americanos, tanto en el Caribe ( Jamaica, Belice, Puerto Rico…) como en América del Norte (California, Nuevo Méjico, Arizona, Tejas…). Además, parecería que ese triunfo no fue sólo político y militar, sino también ideológico: una cultura protestante, comercial y moderna se imponía a otra católica, señorial y decadente, y destinada a desaparecer.

Pues bien, contra esta simplificación se movilizaba el espíritu patriótico, inteligente y analítico de Mallorquí, para quien la obra de España en América tenía un valor indiscutible. Don César de Echagüe y otros personajes se cuidan de recordar a interlocutores arrogantes que cuando en Norteamérica sólo había cazadores y tramperos, bajo la autoridad de los virreyes florecían las universidades y estampaban las imprentas. La vieja hidalguía hispánica inspira toda la conducta del Coyote y sus ecos resuenan en el blasón de la familia: «De valor siempre hizo alarde/La casa de los Echagüe». Por otra parte, Mallorquí nunca se olvida de la labor de la Iglesia católica, representada en California por las misiones franciscanas que fundara Fray Junípero Serra. Los frailes representan en el Coyote un papel discreto –mínimo y dulce, como el fundador de su orden– pero constituyen una continua referencia espiritual a lo largo de toda la obra.

Sin embargo, don César no se instala en la nostalgia y mucho menos en una resistencia intransigente y sin futuro a la modernidad encarnada por los Estados Unidos. Esa será la posición de su viejo e iracundo amigo don Goyo Paz y de otros californianos chapados a la antigua. Don César sabe apreciar lo mucho de bueno que traen los norteamericanos, casa a su hermana con uno de ellos (el diplomático Edmonds Greene) y se integra en la nueva situación, hasta el punto de convertirse en asesor y confidente del presidente Ulises S. Grant, quien lo recibe en Washington y le rinde luego visita en el rancho de San Antonio, todo ello para gran exasperación de don Goyo, que critica al débil y «yanquilizado» Echagüe, hasta que se entera, en uno de los mejores momentos de la serie, de quién es en realidad el afable e irónico don César…

Y así llegamos a la actualidad del mensaje de Mallorquí. Hoy los hispanos de Estados Unidos son cincuenta y dos millones, casi el 17% de la población, la minoría más grande del país. Hay, o ha habido, hispanos en el gobierno federal, en la Cámara de Representantes, en el Senado, en el Tribunal Supremo, y en la alta dirección de las grandes empresas norteamericanas. Hay también gobernadores hispanos, que siguen las huellas de aquel Luis Borraleda a quien la ayuda épica del Coyote convirtió en gobernador de California… La mayor parte de esos hispanos son bilingües, a diferencia de lo que suele ocurrir con las demás minorías. Es decir, que en su relación con los Estados Unidos han escogido el modelo de don César de Echagüe: se han integrado totalmente y con plena lealtad en esa gran nación, pero han conservado su alma en su almario, conscientes del valor de la cultura de que son portadores. Esa fue, a mi juicio, la gran intuición de Mallorquí, y la tuvo treinta años antes de que se empezara a hablar del especial comportamiento de los hispanos dentro del «melting pot» norteamericano.

Por primera vez en la historia, aparece hoy un político hispano –el senador Marco Rubio de Florida– entre quienes cuentan con más posibilidades de éxito en las próximas elecciones presidenciales. Si llega ese momento, junto con las venerables sombras de Hernán Cortés y de Bartolomé de las Casas, merecería entrar en el despacho oval la de un sonriente César de Echagüe, dispuesto a asesorar al nuevo presidente como ya lo hizo con Grant.

Pero esta historia hispanoamericana tiene un epílogo puramente español. El autor del Coyote, y figura cumbre de nuestra literatura popular durante el pasado siglo, José Mallorquí Figuerola, era catalán, y la magistral ilustración de sus novelas la hizo otro catalán, Francisco Batet. ¿No deberían bastar estos ejemplos –que se vienen a unir a tantos otros desde Boscán– para que reflexionaran quienes ahora quieren liquidar esa centenaria, fecunda y mutuamente beneficiosa comunidad de afectos y de esfuerzos que se da entre Cataluña y el resto de España?

Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, Profesor del IE-BUSINESS SCHOOL.

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