La xenofobia como alternativa

Una de las razones, en mi opinión, por las cuales no se acaba de entender bien el auge del extremismo de derechas de los Pirineos para arriba es la propensión a explicarlo mediante la asimilación comparativa con los movimientos totalitarios europeos de la primera mitad del siglo XX. Al tildar de fascismo o nazismo a lo que no lo es ni pretende serlo, nos cerramos la puerta al cabal entendimiento de un fenómeno cada vez más extendido en Europa.

Ahora mismo se percibe en no pocos países europeos un refortalecimiento de corrientes empeñadas en desmontar el Mayo del 68; y, por consiguiente, todo lo que aquello supuso en cuanto a ruptura de tabúes, hedonismo, relajación de las costumbres, rebeldía, permisividad, emancipación femenina, antimilitarismo, ecologismo; en fin, de drogas, sexo y rock and roll.

El péndulo histórico, en la vieja Europa occidental, parece haber alcanzado su punto culminante por el extremo de las libertades individuales y vuelve claramente hacia zonas, vamos a decir, de disciplina, control de los ciudadanos y recortes de derechos. Convendría puntualizar que el fenómeno presenta características diferentes en los países de la UE que antaño integraron el bloque de dominación soviética, incluida la antigua parte oriental de Alemania; países —pongo por caso Polonia o Hungría— en los que, desde hace un tiempo, las urnas han contribuido a implantar nuevas formas de autoritarismo, sin apenas quebranto social.

La xenofobia como alternativaEn esta corriente, no de expansión y conquista, sino de repliegue nacional y fomento de unos presuntos valores patrióticos frente a las minorías venidas de fuera, se sitúa la formación Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland), subestimada en un principio por los grandes partidos alemanes hasta que sus reiterados y crecientes éxitos electorales la han aupado a la primera línea del debate político.

Alternativa para Alemania se fundó en 2013 con el propósito primordial de acabar con el euro y volver al marco. El partido fue concebido como reacción a la política de rescates financieros de la UE. Se vio inmerso desde el principio en disputas programáticas que finalmente, en 2015, se resolvieron a favor del ala más derechista, encabezada por Frauke Petry y Jörg Meuthen. Hoy día es un partido nacional-patriótico con un claro matiz racista y xenófobo que, sin embargo, no cuestiona el marco constitucional (aunque desea cambiarlo). Tampoco propugna la salida de Alemania de la UE ni el uso de la violencia, lo que lo separa, en última instancia, del movimiento neonazi. Más soberanía nacional, menos globalización y nada de multiculturalismo, tales son los cimientos sobre los que se asienta su edificio ideológico conservador.

El discurso que traslada a la opinión pública y con el que trata de ganar adeptos sigue las pautas habituales del populismo. Es un discurso maniqueo y simplón, comprensible para cualquiera dada su escasa, por no decir nula, densidad intelectual. Contrapone los ricos a los pobres, las élites a las clases populares, los extranjeros a los nacionales, los musulmanes a los cristianos. Aprovecha para sus fines partidistas el miedo y la incertidumbre de los ciudadanos, e incluso los fomenta —por ejemplo, con ocasión de los atentados yihadistas de París y Bruselas—; propone medidas casi siempre drásticas, incluso punitivas; se remite de continuo al sentimiento de la patria, definida como hogar amenazado por elementos extraños a su tradición y su esencia. De ahí que insista en la idea de una Leitkultur, esto es, de un patrón cultural genuinamente alemán, de obligada asunción para cualquier persona —sobre todo si procede del sur— que pretenda arraigarse en Alemania.

Aunque es un partido hostil a las reclamaciones del feminismo, contrario a la implantación de cuotas femeninas en puestos de dirección empresarial y firme defensor del modelo cristiano-tradicional de la familia, dista (y esto también lo aleja de los partidos neonazis) de ofrecer una imagen netamente masculina de la acción política. De hecho, está dirigido por una mujer y tiene en la eurodiputada Beatrix von Storch a uno de sus representantes más fundamentalistas y porfiadores. Las respectivas edades de ambas, 40 y 44 años, corroboran la idea de que estamos ante un fenómeno político novedoso y no ante un puñado de carcamales emperrados en devolver a su país a los viejos tiempos.

Desde que la señora Petry se hiciera con las riendas del partido, Alternativa para Alemania dejó en un segundo plano las reivindicaciones económicas que inspiraron su fundación para dedicar sus empeños mayores a arremeter contra las generosas políticas de asilo del Gobierno de Angela Merkel. Y a combatir con infatigable denuedo a su enemigo de cabecera: la presencia del islam en Alemania. Este último asunto es hoy por hoy su principal mina de votos y hay que decir, porque así lo demuestran las encuestas y las estadísticas, que no todos los votantes de la Alternativa para Alemania son de derechas, pero todos comparten el temor al crecimiento demográfico de la población musulmana, situada en la actualidad en torno a los cuatro millones.

En abril pasado, Alternativa para Alemania perfiló, no sin agrias discusiones, el programa con el que acudirá a sus siguientes compromisos electorales. Uno de los puntos acordados sostiene que “el islam no forma parte de Alemania”. La afirmación constituye una réplica frontal a una frase bienintencionada del democristiano Christian Wulff cuando era presidente de la República, frase que ya en su día fue mal recibida por algunos compañeros suyos de la CDU y por toda la CSU de Baviera.

En su reciente convención, Alternativa para Alemania aprobó que se prohibiera por ley la construcción de minaretes en suelo nacional, la llamada de los muecines, el uso público del burka y hasta el sacrificio ritual de animales, asunto este, por cierto, que generaría un serio conflicto con la comunidad judía. Tillschneider, diputado de Alternativa para Alemania en el Parlamento de Sajonia-Anhalt, justificó la ristra de normas restrictivas soltando la siguiente perla: “El islam nos es extraño y por tanto no puede acogerse al principio de libertad de cultos como el cristianismo”.

Alternativa para Alemania es la versión alemana del creciente ultraderechismo en Europa. Semanas atrás, el partido hizo público su propósito de incorporarse en el Parlamento Europeo a la fracción de extrema derecha del Frente Nacional (FN). Marine le Pen no tardó en mandar saludos. Señales parecidas emitió asimismo el FPÖ austríaco. Todo lleva a pensar que existe voluntad en Europa de formar una estructura organizada de partidos de derecha radical. Un atentado yihadista con víctimas mortales en suelo alemán, como los acaecidos de un tiempo a esta parte en otras ciudades europeas, podría abrir en Alemania, con más facilidad de lo que algunos piensan, la caja de Pandora.

Fernando Aramburu es escritor.

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