La yihad recluta inmigrantes

La tragedia en el Mediterráneo continúa, y nos recuerda, de vez en cuando, que hombres y mujeres mueren ahogados o a causa del frío. Se volvió a repetir el pasado 9 de febrero. Dos embarcaciones llenas hasta los topes de inmigrantes procedentes de África oriental, embarcados en las playas de Libia, zozobraron con sus pasajeros. Casi trescientos muertos. Nueve supervivientes explicaron los hechos. Más de doscientos pasajeros habían sido arrastrados por las olas y otros veintinueve murieron por falta de asistencia y frío. Una semana más tarde, en sólo 24 horas más de 2.000 personas de diversos países eran rescatadas en el mar y trasladadas a la isla italiana de Lampedusa.

“Una enorme y horrible tragedia “, ha manifestado Carlotta Sami, portavoz italiana del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. En efecto, una tragedia, pero una tragedia repetida y desarrollada en el mismo escenario, el del eterno retorno: miseria en el país natal; necesidad de partir para probar suerte, momento en que intervienen los pasadores de inmigrantes que se constituyen en tal ocasión en mafia organizada; a continuación embarque, seguido horas o días después de una catástrofe casi inevitable. El problema radica en que los pasajeros lo saben, son conscientes de que la muerte aguarda en un 90% al final de la travesía y, sin embargo, prueban fortuna. Eso indica la inmensidad de su desesperación.

Conociéndose como se conocen desde hace más de veinte años los engranajes de esta desgracia, y a pesar de las señales de alarma lanzadas tanto por las organizaciones no gubernamentales como por las asociaciones locales o europeas, a pesar de todo lo que se ha dicho y repetido, a pesar de las soluciones propuestas, no se ha hecho nada; en todo caso, nada ha servido para que la voluntad de emigrar se vea desalentada o neutralizada.

Recuerdo lo que todo el mundo sabe: la Europa implicada en tales dramas debería trabajar con los gobiernos de los países de donde parten los candidatos a la inmigración clandestina que de forma creciente se convierte en sinónimo de candidatos a una muerte cierta.

Trabajar significa invertir, proporcionar medios a las autoridades para crear trabajo. Es, también, redistribuir mejor la riqueza y potencial de estos países que suelen poseer riquezas pero que acostumbran a ser dirigidos por golfos.

La otra iniciativa consiste en perseguir a los mercaderes de la muerte, a los mafiosos que chupan la sangre a estos desgraciados y les abandonan sin escrúpulos en medio del mar. Es una tarea de las fuerzas de seguridad. Además, hay que eliminar la corrupción, motor incansable de estas operaciones altamente rentables (hasta tres mil euros por inmigrante). La colaboración entre Marruecos y España ha tenido buenos resultados. Han cesado casi las travesías clandestinas y, por esta razón, los “pasadores” han elegido otros lugares para embarcar a sus clientes. Además, Marruecos ha votado leyes que castigan severamente a los mercaderes de vidas humanas. Buen número de mafiosos están en la cárcel.

Italia se sitúa en el centro de esta tragedia. Se sabe que hace lo que puede en Lampedusa y que no puede, ella sola, hacer frente a la llegada de estas embarcaciones-ataúd. El Mediterráneo se está convirtiendo en el cementerio marino de los tiempos modernos. No hay semana en que no puedan leerse en los periódicos tales sucesos, que han alcanzado un nivel de banalidad tal que los convierte en episodios “sin importancia” al hilo de las noticias de actualidad.

Ha sido menester que la policía española descubriera que candidatos a la inmigración detenidos en Ceuta y Melilla han modificado su proyecto y destino. Algunos, sobre todo los acogidos en el barrio Príncipe Alfonso en Ceuta, lugar en manos de los islamistas y vedado de hecho a las autoridades, no parten ya en dirección a Almería o a Lampedusa, sino que se hacen cargo de ellos los reclutadores de Daech (Estado Islámico) que les facilitan llegar a Siria o a Iraq para enrolarse como soldados implicados en una guerra contra los infieles y los chiíes.

El resultado de ello es que la situación ha cambiado. La tragedia se ha transformado en una guerra contra Occidente y contra los musulmanes que no se identifican con esta barbarie. Los hechos están sobre la mesa. Les corresponde a los europeos ponerse de acuerdo para poner en práctica una política común contra la inmigración clandestina, sobre todo desde el momento en que se ha desviado hacia los focos del terrorismo y de la crueldad en nombre de la religión.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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