“Integral”, “ambiciosa”, “dolorosa a corto pero beneficiosa a medio”; así describe la Comisión Europea, desde hace más de 25 años, la reforma laboral que necesita España para resolver el paro juvenil y la dualidad del mercado laboral. Sólo los comisarios cambian. Hoy, el letón Dombrovskis, y en 2012, el finlandés Rehn. Este último, en ese año, consiguió la madre de todas las Reformas Laborales de Rajoy y, seguimos con que España “debe abordar seriamente la dualidad laboral y los altísimos niveles de paro juvenil”, Dombrovskis dixit en este periódico, con lo que se puede llegar a la conclusión que todo lo hecho hasta ahora ha sido poco serio, y podríamos pensar que tampoco inteligente. Pongamos dos ejemplos.
Uno, la imposición de reformas unilaterales en la negociación colectiva, en 2010 y 2012 (esta última abortó una negociación avanzada sobre ultractividad y articulación de convenios), que la señora Merkel considera poco inteligente, pues su convicción, expresada públicamente, es que la negociación colectiva y sus reformas son competencia de sindicatos y patronal y no de los gobiernos. El otro, la necesidad de abordar los graves desequilibrios de nuestra estructura productiva, nuestra debilidad industrial, la polarización de nuestro tamaño empresarial, que un presidente, Zapatero, definió un día como la necesidad de una reforma empresarial, y que cosechó un sinnúmero de críticas “inteligentes”. Dicho de otra manera, ¿no habremos estado a lo largo de los años ladrando al árbol equivocado? “barking up the wrong tree”, feliz, y útil en este caso, expresión anglosajona que significa que hemos errado en los elementos esenciales del diagnóstico y hemos llegado a conclusiones equivocadas.
Bastante de esto hay en todo lo acometido hasta hoy en relación con las condiciones laborales de los trabajadores españoles. Pero no se trata de lamentarlo, sino de entresacar algunas conclusiones dirigidas a resolver nuestros problemas, que padecen fundamentalmente las jóvenes y los jóvenes trabajadores, y las trabajadoras y trabajadores de edad mediana, sobre todo en los sectores de servicios. En primer lugar, tendríamos que evaluar las consecuencias en nuestra estructura productiva de la pérdida sustancial de peso de la construcción, ya acontecida en la Gran Recesión, y la, creemos inevitable, pérdida de peso del turismo y la hostelería tras la pandemia, así como la práctica sustitución del contrato fijo discontinuo, consustancial con la naturaleza de estas actividades, por el contrato temporal tras las reformas de los años ochenta. A partir de ahí, necesitamos reconstruir sobre otras bases menos dependientes de estos sectores nuestra estructura productiva, ya que estos afectan a sectores tan distintos como la alimentación, el automóvil, las manufacturas, etcétera.
Los fondos europeos de recuperación son la clave, considerando sus condicionalidades no como un obstáculo, sino como una verdadera oportunidad para cambiar, junto al resto de la UE, nuestra lógica económica a través de la doble transformación verde y digital, mejorando nuestra resiliencia y capacidad sanitaria, así como la autonomía de suministros básicos, no solo sanitarios, sino también digitales y, así, definir unos modelos de consumo y producción muy diferentes de los actuales, desde las fuentes primarias de energía, origen y producción de nuestros alimentos, de los modos de movilidad y el tipo de vehículos que utilizamos, de las características de las viviendas que habitamos, hasta la visión de las ropas que vestimos y los hábitos de usar y tirar.
Todo esto afecta de manera determinante a nuestros empleos y nuestras empresas y exige un concepto radicalmente distinto de la formación y de las relaciones laborales y unos modelos sociales y fiscales que protejan a los trabajadores de las intermitencias laborales tan presentes en sectores como la educación, donde se interrumpen parte de los contratos en periodo estival o, en otros, suspendiendo contratos en fin de semana, y asentando los derechos sociales sobre las personas y no tanto sobre su situación laboral, y definiendo un modelo fiscal que proteja el medio ambiente y el empleo de calidad y castigue el despilfarro de los recursos naturales y la precarización del empleo y las condiciones laborales, y que asegure los ingresos necesarios para impulsar los servicios de cuidados a las personas en nuestro Estado de bienestar, sector estratégico además para hacer crecer el empleo, y que nos diferencia, en negativo, de los países de nuestro entorno. Todo esto debe identificar el trabajo digno como valor social y económico, y pilar de integración democrático en la España poscovid.
El diálogo social es fundamental para buscar un diagnóstico común sobre la España de 2030 e intentar acordar sus pilares fundamentales, productivos, sociales, laborales, de manera flexible, pensando en las actuales y futuras generaciones de trabajadores españoles y las empresas en las que trabajarán. Y esa perspectiva nos permitiría abordar, restando dramatismo, los retos laborales, de pensiones y productivos que hoy, con razón, atraen toda nuestra atención.
Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez son exsecretarios generales de CC OO y UGT, respectivamente.