#LaEspañaresponsable

Estamos viviendo el envés de un realismo mágico, un Macondo a lo García Márquez de soledades confinadas en tiempos de epidemia. Quién me iba a decir que vería las escenas de psicosis y mortandad que vieron mis abuelos durante la gripe de 1918, que asistiría por televisión y al asomarme a la ventana a episodios tantas veces leídos en los libros de historia y visionados en documentales. Estos acelerados días nos han reiterado que la vida no es sino la historia replicada.

Mirar el pasado con catalejo proporciona sentido y claridad de juicio, mientras que analizar el presente con microscopio distorsiona la interpretación de la realidad. Y aunque deberemos arrancar hojas del calendario para reconstruir la cadena de acontecimientos que nos han conducido hasta este terremoto y extraer conclusiones, la historia comparada permite establecer analogías.

#LaEspañaresponsableVista con perspectiva, la Primera Guerra Mundial pudo evitarse. No fue un conflicto ni ineludible ni inesperado. Su estallido fue el concurso de una serie de causas políticas, económicas y coloniales provocadas por una generación de dirigentes de visión cortoplacista, estratosférica soberbia e inútil para una evaluación ponderada de la situación. La acrítica opinión pública de los países contendientes, satisfecha en gran medida por disfrutar de un progreso que parecía ilimitado, se embarcó con alegría en la guerra. Fue una catástrofe anunciada.

Durante la Crisis de los misiles de Cuba de 1962, Kennedy, aconsejado por algunas mentes brillantes, actuó con presencia de ánimo y audacia creativa porque, entre otras cosas, había leído recientemente «Los cañones de agosto», de Barbaba W. Tuchman. El libro, que le valió a su autora ese año el Pulitzer, trataba sobre las causas que despeñaron al mundo hacia la Gran Guerra, poniendo el énfasis en los comportamientos irresponsables de los políticos y en sus moldes psicológicos. El presidente, en los célebres diez días que conmovieron al mundo, evitó una guerra nuclear.

Es cierto que lo imprevisible y la alocada velocidad de blitzkrieg de la pandemia ha cogido al mundo con el pie cambiado para combatirla farmacológicamente, pero algunos países mostraron previsión. Me refiero a Asia. No tanto a China, sino a las democracias asiáticas, cuyos consensos nacionales de hormigón armado han posibilitado una meteórica modernización en base a un excelente sistema educativo, el reconocimiento social del éxito individual, el orgullo colectivo por sus empresarios pujantes, el desarrollo de la inteligencia artificial y el poco crédito público a ideologías que huelen a naftalina y que fracturan a la sociedad. Estos países asiáticos, conocedores del patrón de funcionamiento del régimen chino, movilizaron todas sus energías para diseñar una estrategia exitosa frente al coronavirus. Previnieron, aprovisionaron y curaron.

Pero en España no tenemos a un Kennedy. Tenemos a Pedro Sánchez. Y a Pablo Iglesias.

Nuestra responsabilidad en momentos de extrema gravedad consiste en obedecer a las autoridades (muchas de ellas actúan ejemplarmente), brindarles nuestro apoyo, trabajar cada cual en su esfera hasta donde sea posible o plus ultra -como dice el lema, heredado de Carlos V, del escudo nacional-, aportar soluciones razonables y, también, opinar sobre las actuaciones políticas, porque el estado de alarma no implica que los ciudadanos tengamos un candado en la boca. Aunque los podemitas quisieron ponerle una mordaza morada a los medios de comunicación nacionalizándolos.

Ya habrá tiempo, cuando superemos esta época de zozobra, de pedir cuentas a un Gobierno cuyo presidente, la noche del sábado del larguísimo consejo de ministros, salió zombificado en televisión y, en vacuas alocuciones posteriores, impostaba una épica churchilliana de corta y pega. Normal, tiró de doctorado.

Los españoles, desde el primer día de reclusión casera, demostraron firmeza en la adversidad, voluntad cooperativa y una solidaridad que, como una bandada de pájaros, echa a volar desde los balcones y ventanas en forma de aplausos dedicados a los sanitarios que velan por nuestra salud.

Habló el Rey. Nos animó y reforzó a millones de corazones que latían al unísono. A un mismo ritmo vital y sentimental.

Y eso no pudo soportarlo un Pablo Iglesias defenestrado como Rasputín monclovita. Rabioso al vislumbrar una unidad nacional superadora de ideologías, necesitado de señalar a un enemigo, se mostró emocionado por una servil cacerolada contra el Rey y, buscando enfrentamiento, los podemitas tecleaban en las redes palabras dignas de corretear por las alcantarillas, quizá por haber cambiado la lectura de Hugo Chávez por la del Flautista de Hamelín.

En días vertiginosos en los que el Estado autonómico parecía la banda de Pancho Villa, el Dos de mayo, otra vez, se inició en Madrid. Y luego, como suele suceder, el pueblo español actuó con dignidad y la nación se sobrepuso a través de un hashtag que podría ser #LaEspañaresponsable.

Españoles responsables son los sanitarios de batas blancas y verdes que, en ocasiones, se ven obligados a «blindarse» contra el virus con bolsas de basura mientras atienden a pacientes tirados por el suelo de sus hospitales. Españoles responsables son los policías, guardias civiles y soldados que, como ángeles de la guarda uniformados, mantienen el orden, desinfectan, ayudan y construyen hospitales de campaña a cámara rápida. Los abnegados empleados que nos atienden y despachan alimentos parapetados tras una mampara y a veces sin mascarilla, porque nadie se la suministra. Hoteleros dejando sus hoteles para alojar enfermos, periodistas reconvertidos en reporteros de guerra, Inditex fabricando ropa para el personal médico, monjas que en vez de dulces manufacturan mascarillas, trabajadores textiles que en sus talleres cosen calzas deshechables, estudiantes que se ofrecen a ancianos para hacerles la compra y llevarles las medicinas, agricultores que con sus tractores desinfectan los pueblos con agua y lejía.

Y así transcurren estos días fantasmales. Así los paso mientras leo, escribo, imparto clases a mis alumnos por internet, y familiares y amigos me dan el parte de salud por teléfono. Hablamos para, aun en la distancia, saber que seguimos ahí. Que nos queremos.

Y cada anochecer aplaudimos, coreamos «Resistiré» del Dúo Dinámico, escuchamos otras canciones, el himno… Y los vecinos nos saludamos, y sonreímos, y celebramos la vida.

Hubo un tiempo en que los españoles no sabíamos conjugar el verbo rendirse.

Esos tiempos han vuelto.

Emilio Lara es historiador y escritor.

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