«Lanzada a moro muerto»

Pero ¿qué le pasa a la izquierda con Franco cuarenta años después de muerto? Desde el ámbito editorial asistimos a una ofensiva antifranquista: el historiador británico Paul Preston se alivia con un libro de mil páginas y un titular en un diario de Madrid: «Franco es comparable a Hitler». La frase, totalmente inconsistente si se pretende tener el mínimo rigor histórico, puede ser comprensible sólo por el intento de vender algún ejemplar más.

Si este tema fuera un debate entre historiadores, tendría un interés académico y resultaría interesante sólo para lectores especializados. Pero tienen una amplia repercusión en los manuales de historia que se imparten en el bachillerato y en la universidad, y sobre todo en los medios de comunicación. Cada dos por tres, numerosas emisoras de radio, canales de TV, revistas y periódicos se dedican a denunciar el franquismo. Tratando de entender esta fiebre antifranquista «post mortem», que no se produjo entre sus encarnizados enemigos en los años setenta ni en los ochenta, sólo se me ocurre que el antifranquismo militante del siglo XXI por parte de la izquierda responde a un proyecto político o, mejor dicho, a la ausencia de un proyecto político.

La crisis de la socialdemocracia española que tiene consecuencias en los votos, por su división y anquilosamiento en políticas de los años sesenta del siglo pasado, se pretende compensar con un arrinconamiento de la derecha por su vínculo franquista. Franco fue un dictador, la derecha apoyó a Franco, luego la derecha no es democrática. Este silogismo, además de ser una deslealtad con tus adversarios políticos con los que compartes un escenario común, que es la Constitución de 1978, trata de arañar votos en la historia al no ser capaces de proponer un proyecto de futuro. La realidad es que el régimen de Franco, de casi cuarenta años, resultado de una guerra civil, fue una creación personalísima del general Franco, pero también una expresión del estado transversal de la Nación, de un ambiente de excitación, de postración y abatimiento de la sociedad española entre 1931 y 1939. El nuevo régimen dictatorial, a través de sus cambiantes etapas desde 1936, ya fuera por la política internacional, ya fuera por el cambio de condiciones de vida de los españoles en aquellas décadas, penetró de una manera extensa y profunda en todas las capas de la sociedad española. El franquismo fue, por diversos motivos, un fenómeno nacional (no en vano está vigente todavía la expresión «franquismo sociológico»), y se pretende hacer creer que el centro-derecha lo ha protagonizado y heredado en exclusiva.

Salvando las distancias, España tuvo graves problemas a la hora de desplegar el régimen liberal en el siglo XIX después de la muerte de Fernando VII, Rey felón donde los haya. La herencia de Fernando VII fue doble. Una esposa y una hija decididas a abrir la ventana a la libertad y un hermano, Carlos, empeñado en mantenerla cerrada. Bueno, pues durante y después de la Primera Guerra Carlista (1833-1840) los liberales no se dedicaron a denunciar o condenar el «fernandismo»; miraban hacia adelante con la esperanza y el proyecto de una España mejor, constitucional, parlamentaria y en libertad. Y en eso coincidían tanto liberales progresistas como los liberales conservadores.

Sin embargo, ahora comunistas y socialistas se pasan el día dando lanzadas a Franco, a «moro muerto», en lugar de elaborar un discurso moderno, inclusivo, integrador, desde una posición de izquierdas. Es interesante recordar que el PSOE a inicios de los años noventa, con mérito no reconocido al socialista Manuel Escudero, abrió al partido y a la sociedad española el debate del Programa 2000. Se hicieron mesas de tertulias en la Universidad y diversos foros, invitando incluso a políticos de la derecha, en mi caso, en mi condición de secretario de Formación del PP. Después de la caída del Muro de Berlín, de la revolución neoconservadora y ante la globalización, el PSOE trataba de observar los cambios del final de los ochenta, mirar al partido demócrata americano, al laborismo británico que respetaba los principios de Thatcher de esfuerzo, educación y supeditación de los sindicatos a las realidades del libre mercado mundial. Aquel intento de definir el socialismo de las próximas décadas se frustró en 1993, y el socialismo español se ensimismó y atascó derivando hacia un enriquecimiento individual y después a un infantilismo zapaterista. A diferencia de la socialdemocracia alemana, el laborismo inglés o los socialistas franceses, el PSOE parece ajeno a las modernas corrientes de izquierda que tratan de mantener lo esencial, o parte de su mensaje igualitario, en el marco de la nueva economía global. El progresismo político haría bien en dedicar sus esfuerzos a elaborar propuestas de futuro, mirando el mundo que nos rodea, en lugar de empeñarse en resucitar e incluso sacar de su tumba al general Franco, que fue enterrado en 1975, y, sobre todo, con la Constitución de 1978.

Guillermo Gortázar, historiador y abogado.

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