«Larga vida a Polonia, señor»

En 1867, durante la inauguración de la Exposición Universal que se celebró en París, el diputado republicano Charles Floquet saltó sobre el carruaje que llevaba al emperador Napoleón III y al zar de Rusia, Alejandro III, y gritó al zar a la cara: «¡Viva Polonia, Señor!». La principal ofensa se debe a ese «Señor», que negaba al soberano ruso cualquier tratamiento de respeto. Este espectacular gesto de Floquet era una protesta contra la represión de una revuelta republicana en Varsovia por parte del Ejército ruso. Los patriotas polacos que exigían su independencia (entre ellos mi abuelo, al que unos cosacos habían roto las dos piernas) esperaban, en vano, la intervención de Francia, de la que los liberales como Floquet eran partidarios. Napoleón III prefirió abstenerse. Recuerdo este hecho, que merece ser mencionado ahora, porque acaban de celebrarse elecciones presidenciales en Polonia y lo que ocurre en Polonia concierne a toda Europa.

Desde el siglo XVIII, el destino de Polonia, atrapada entre Alemania y Rusia, ha sido como un barómetro del destino de los pueblos de Europa y, hoy, de la democracia. El actual Gobierno polaco, que se ha visto reforzado ahora por la victoria de su candidato, el presidente Andrzej Duda, católico, nacionalista, conservador, proamericano, antirruso y antisemita, afirma tener una nueva ideología que el primer ministro húngaro, Viktor Orban, ha definido como iliberalismo.

El iliberalismo acepta las reglas del juego de la democracia, pero para contrarrestar las ideas liberales, aunque se trate de la economía de mercado y, más aún el laicismo y la liberalización de las costumbres, Andrzej Duda ha librado una campaña particular contra el matrimonio homosexual (llamó pedófilo a Trzaskowski), los derechos de los transexuales y la influencia judía (aunque ya no haya judíos en Polonia), como si no existiera otra amenaza más grave para los polacos. Sabemos que Orban, por su parte, salpica sus discursos con alusiones antisemitas y contra los inmigrantes, a pesar de que en Hungría no hay ni judíos ni inmigrantes. El alcalde de Varsovia, Rafal Trzaskowski, un liberal, se presentaba contra Duda. La votación, por lo tanto, no enfrentaba a la derecha y la izquierda, sino a un liberal y un iliberal, lo que se ha convertido en la norma en gran parte de Occidente, en particular en Hungría, Gran Bretaña, Francia, Italia, Estados Unidos, Escandinavia, los países bálticos, Serbia y Eslovaquia.

Sin lugar a dudas, en la izquierda, el socialismo está agotado, y la derecha clásica en Europa se ha vuelto socialdemócrata. A la antigua división le ha sustituido una nueva, el liberalismo contra el iliberalismo o, retomando las palabras del filósofo Karl Popper, la sociedad abierta contra la sociedad cerrada. Para medir el nuevo equilibrio de poder entre estas tendencias fundamentales, el ejemplo polaco nos ofrece, una vez más, muchas enseñanzas.

Duda, que contó con el apoyo masivo de los medios de comunicación controlados por su partido, ganó por poco, con apenas el 50 por ciento de los votos; los dos bandos están casi equilibrados. Pero la composición sociológica de sus respectivos electorados no podría ser más dispar: al candidato iliberal le han apoyado los campesinos, los mayores, los pueblos, las ciudades pequeñas y la Iglesia, es decir, todos los que afirman encarnar una identidad polaca inmutable.

Trzaskowski ha obtenido los votos de las grandes ciudades y los más jóvenes. Encontramos un mapa electoral idéntico en el Estados Unidos de Trump y la Francia de Macron. El iliberalismo no surge tanto como un proyecto, y ni siquiera como una amenaza contra las instituciones democráticas y las libertades individuales, sino como la última oportunidad para resistirse a la globalización económica y la liberalización de las costumbres.

De todas formas, en el caso de Polonia, todos son partidarios de Europa, que los protege contra Rusia y los ayuda generosamente. Creo que, a corto plazo, el iliberalismo desaparecerá, a menos que la pandemia y el consiguiente hundimiento económico provoquen un miedo tal en los ciudadanos que los países se vean tentados a replegarse detrás de sus fronteras. Lo dudo, pero contemplo la posibilidad.

Si admitimos que la dinámica demográfica vencerá rápidamente a la sacudida iliberal, los liberales tendrán que definir un programa, porque, de momento, podemos ver cuál es la resistencia pasadista de los iliberales, pero no vemos muy bien qué futuro proponen los liberales. Los dos partidos enfrentados son reaccionarios, uno contra el otro, pero por qué y quién no está tan claro.

A la espera de la derrota de Duda con el tiempo, y la de Donald Trump en noviembre, queda un espacio de reflexión para que los liberales actualicen su visión del mundo, de la sociedad, de la economía, de la persona. Una visión necesaria y urgente, porque el mundo, a partir de septiembre, sufrirá una violenta sacudida ante el ataque del virus, de China, de los rusos y de las revueltas populares que las recesiones económicas inevitablemente generan.

Guy Sorman

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