Las amistades del Le Pen catalán

Creo que la escena no ha llegado a contarse nunca por escrito, aunque su protagonista involuntario, el político socialista Luis Araquistáin, la contó alguna vez en privado, más divertido que ofendido. Araquistáin era embajador de la Segunda República en Berlín cuando se produjo la subida del nazismo al poder y como tal tuvo el triste honor de ser invitado a la cena que Hitler ofreció al cuerpo diplomático pocos días después de ser nombrado canciller. El embajador español acudió con su esposa, Gertrude Graa, Trudy, mujer bellísima, originaria de la Suiza germanófona, que tenía el alemán como lengua materna y a la que durante la cena le correspondió sentarse a la izquierda de Hitler. Su belleza de tipo nórdico —su familia procedía de un país báltico— y su alemán nativo obnubilaron inmediatamente a Hitler, que entabló una animada conversación con ella. Cuanto más admiraba la belleza de Trudy, más le extrañaba que hubiera unido su vida a un personaje tan carpetovetónico como el embajador español, sentado al otro lado de la mesa. Al final, el Führer ya no pudo contenerse y le soltó la pregunta que llevaba haciéndose desde el principio: “¿Y usted cómo ha podido casarse con ese infrahombre?”.

Las amistades del Le Pen catalánLa mala opinión de Hitler sobre la calidad racial de los españoles pudo facilitar los contactos que un sector del separatismo catalán mantuvo con el III Reich poco antes de la Guerra Civil en busca del apoyo alemán a la independencia de Cataluña. La prueba documental la encontró hace años el historiador Xosé M. Núñez Seixas en el Politisches Archiv des Auswärtigen Amts [archivo político del Ministerio de Asuntos Exteriores] de Berlín, donde se conserva un extenso memorándum en español que, en mayo de 1936, el grupo separatista Nosaltres Sols! hizo llegar al Gobierno de Hitler a través del consulado alemán en Barcelona. Parte del documento consiste en un plan que el año anterior un dirigente de Nosaltres Sols! había presentado en persona en el Ministerio de Propaganda del III Reich. A aquella propuesta inicial se había añadido esta vez una adenda, titulada “Ampliación de nuestro proyecto”, precisando los términos de la colaboración.

Se incidía sobre todo en la confluencia de intereses entre Alemania y Cataluña frente a Francia y España, en las similitudes históricas entre el pangermanismo y el pancatalanismo y en el común rechazo al orden internacional creado por el Tratado de Versalles. Los autores del memorándum ofrecían fomentar la conciencia secesionista en el sur de Francia, informar a Alemania sobre objetivos militares en España y, en caso de guerra, proporcionarle grupos armados que podrían ser “instruidos por Vds.”. El sentido del plan presentado por “nuestra organización patriótica N. S. [Nosaltres Sols!]” se resumía finalmente en una idea muy sencilla: “Una Cataluña libre representaría para Alemania un paso definitivo en el desmoronamiento de Francia y la existencia de un país amigo en el Occidente Mediterráneo”.

El acercamiento a la Alemania nazi por parte de sectores separatistas era congruente con las posiciones abiertamente racistas que preconizaban publicaciones afines (“Fonaments cientifics del racism”, Quaderns del Separatisme) y con las declaraciones de algunos de sus líderes, como Batista i Roca, que intentó de nuevo negociar con Alemania ya en plena Guerra Civil, o los tristemente célebres hermanos Badia, tan de actualidad en estas últimas semanas por la admiración que dice profesarles Quim Torra. Las opiniones del nuevo presidente de la Generalitat sobre los españoles no andan muy lejos del concepto de infrahombre que utilizó Hitler al referirse al embajador de la Segunda República en Berlín. No es de extrañar por ello su empeño en homenajear a aquel sector del nacionalismo catalán que en los años treinta se mostró dispuesto a todo con tal de lograr, como se afirma en el memorándum entregado al Gobierno de Hitler, “la libertad total y absoluta de Cataluña”. Fueron, en palabras de Torra, “els pioners de la independència”, hombres como Josep y Miquel Badia, Batista i Roca, Josep Dencàs y Daniel Cardona, figuras destacadas de Estat Català y Nosaltres Sols!, que en tiempos difíciles supieron ver que la independencia era el único camino, sin que el régimen político vigente en España, dictatorial o democrático, monárquico o republicano, cambiara en nada las cosas. “Quina lliçó, quina bellíssima lliçó!”, exclamaba el actual presidente de la Generalitat en un artículo publicado hace cuatro años, ignorando —o no— que entre los servicios prestados a la causa por Nosaltres Sols! se encuentra esa detallada propuesta de colaboración presentada al Gobierno de Hitler poco después de la victoria del Frente Popular en España.

Estas son las amistades peligrosas que Quim Torra ha trabado en su deambular por la historia del independentismo en busca de héroes dignos de tal nombre. Tiene algo de ironía del destino que su afán por hacerles justicia deje al descubierto aquello que la agitprop nacionalista había intentado ocultar durante décadas de incansable labor: los orígenes supremacistas y las veleidades fascistoides de algunos de los grupúsculos que en los años treinta orbitaban en torno a Esquerra Republicana de Catalunya y Estat Català. Esa es la principal fuente de inspiración histórica de aquel a quien Pedro Sánchez ha denominado el “Le Pen español”.

Han pasado muchas cosas en el poco tiempo transcurrido desde que el líder socialista calificara en esos términos al presidente de la Generalitat. El secretario general del PSOE se acaba de convertir en presidente del Gobierno y lo ha hecho gracias a los votos de partidos que llevan el supremacismo y la hispanofobia en su ADN. Entre ellos se encuentra el PNV, cuyo fundador, Sabino Arana (tiene calle en Barcelona), fue pródigo en declaraciones racistas y antiespañolas —“los maketos: esos son nuestros moros”. No en vano, los autores del memorándum de Nosaltres Sols! reservaban a “nuestros hermanos de Euskadi” un papel relevante en ese gran proyecto supremacista que buscaba el aval del III Reich. Nada tiene de particular que Quim Torra coloque a sus amistades peligrosas en el panteón de hombres ilustres del nacionalismo catalán. Resulta inquietante en cambio que el líder del PSOE llegue al poder aupado por una comparsa política muy alejada de lo que por sus ideales y su pasado debe representar el socialismo español.

Recién acabada la Guerra Civil, Francisco Largo Caballero hizo una demoledora autocrítica de la experiencia que había supuesto para el PSOE la colaboración con los partidos republicanos —incluida ERC— durante la Segunda República: “¡Y que nos hayamos embarcado con esa gente!”. Esperemos por el bien de todos que Pedro Sánchez no tenga que repetir nunca estas palabras.

Juan Francisco Fuentes es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y visiting senior fellow en el IDEAS Centre de la London School of Economics.

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