Las angustias del varón blanco

El auge de los candidatos «viriles» y autoritarios, desde Austria (el nacionalista Norbert Hofer casi consigue la presidencia de la República) hasta EE.UU. (Donald Trump), pasando por Francia (Marine Le Pen, la presidenta del Frente Nacional, aunque sea una mujer, no es menos marcial), no se debe a la economía, porque habría que ser marxista para agarrarse a una razón tan simplista. Yo buscaría más bien razones psicológicas, la psicología de las multitudes, e incluso psicoanalíticas, entre lo que Sigmund Freud llamaba el «narcisismo de la pequeña diferencia». El núcleo duro de los que apoyan a este populismo en auge, al igual que en los movimientos independentistas en España y en Reino Unido, está formado por varones adultos, de mediana edad y que no se resignan al declive, no ya de Occidente, sino de su poder en Occidente. Desde hace una generación, el principio de autoridad, ya sea del padre, del jefe, del sacerdote o del político, no deja de disminuir poco a poco a causa del principio de concertación, del feminismo, de la impertinencia que permiten las redes sociales, del relativismo y, sobre todo, de la diversidad étnica, religiosa y cultural debida a las migraciones.

El hombre blanco, al menos aquellos de los que entre los varones blancos tienen alma de machos y de colonizadores, no se acostumbra a este gran mestizaje de colores y de valores, y desea, exige, volver a un pasado, más bien imaginario y en cualquier caso idealizado, en el que cada cosa estaba en su sitio, es decir el varón blanco arriba, y las mujeres, los niños y los demás pueblos abajo del todo. Por desgracia para ellos, esta antigua pirámide occidental empezó a resquebrajarse en la década de 1960, con la descolonización, el Mayo del 68 en Berkeley y en París, la «liberación» de las mujeres, el Concilio Vaticano II y, más recientemente, la globalización de los intercambios y la inmigración en masa. Este varón blanco desorientado está buscando a un pastor, o más bien a un Führer, o cuando menos a un Putin, que volvería a poner a cada uno en su sitio, el de antaño. Para ese varón blanco, la Edad de Oro se sitúa necesariamente en el pasado, y lo pone de manifiesto el ¡Make America great again! [Haced que Estados Unidos sea grande otra vez], el lema ganador de Donald Trump, que no propone nada aparte de eso. El futuro, según Trump, es el ayer, cuando las mujeres trabajaban duro en la cocina, los negros estaban sometidos y los chinos eran pobres. A esos hombres blancos les gustan Putin y Trump porque, en sus gesticulaciones, adivinan una restauración de la virilidad, una exaltación de la tribu –eslava, estadounidense blanca, escocesa, catalana– contra cualquier forma de disidencia, y cómo no, un «¡Abajo los musulmanes!».

Las angustias del varón blancoEste restablecimiento del pasado, tal y como lo desea el varón blanco desorientado y tal y como lo proclaman sus voceros, no se producirá porque ese pasado ya ha pasado y nunca ha existido realmente. En el pasado, en realidad, el hombre blanco se deslomaba en el campo o en la fábrica, lo masacraban en la guerra, bebía y moría joven; su mujer, a veces, lo engañaba, no todos los curas eran recomendables y los árabes mataban a nuestros soldados. En el pasado –digamos que hace 50 años– nuestro nivel de vida medio en Europa y en EE.UU. era la mitad que el actual. Por tanto, al varón blanco solo le quedan dos posibilidades: o verse decepcionado por los políticos fanfarrones y charlatanes, o reconciliarse con nuestra época. Esta se basa, nos guste o no, en la diversidad, un principio que tiene, no obstante, algunas virtudes.

¿La diversidad de las culturas, de las normas y de los comportamientos? Nos enriquece porque nos muestra mundos complementarios. ¿Estamos realmente colonizados por los inmigrantes? Aparte de que llevamos escuchando esta cantinela desde que los romanos conquistaron la Galia e Iberia, recordemos que nuestras culturas se han convertido en la civilización occidental, porque procedíamos del tribalismo local y pasamos a un pensamiento universalista; la incorporación de nuevas aportaciones a ese pensamiento es una oportunidad que hay que aprovechar. Y en cuanto a creer que los inmigrantes recientes nos colonizan, que yo sepa, la mayor parte de ellos recogen las basuras y no dirigen nuestras empresas. La globalización también nos enriquece porque, gracias a ella, nuestro poder adquisitivo no deja de aumentar al bajar constantemente los precios de nuestros aparatos indispensables, como los ordenadores, los teléfonos móviles o los televisores de pantalla grande. ¿Se han hecho las mujeres con el poder en detrimento del varón blanco? Es verdad que las mujeres ya no toleran que las peguen, pero, en Europa y en EE.UU., siguen percibiendo salarios más bajos que los de los hombres, y el poder político sigue perteneciendo a los varones blancos. Dejando a un lado a Hillary Clinton, hay que pensar que las mujeres no sienten una gran pasión por el ejercicio del poder.

Por tanto, ¿de qué tiene miedo el varón blanco? Sin duda, de perder su estatus social. Seamos claros, a ese varón blanco desorientado no hay que abuchearlo, y tampoco hay que luchar contra él, sino que hay que escucharlo con atención, que es la primera fase de toda buena terapia.

Guy Sorman

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