En los tres últimos días, cuatro noticias relacionadas con el terrorismo etarra han estado en la primera plana de los periódicos. Dos son de naturaleza judicial. Primera, el lunes se procedió a ejecutar la orden del Tribunal Supremo, en cumplimiento de la sentencia que ilegalizó a Batasuna, de registrar e inventariar los bienes de las herriko tabernas por sospechar que estos locales forman parte del entramado financiero de ETA. Segundo, la Audiencia Nacional dictó el martes un auto que confirma el procesamiento de Arnaldo Otegi y otros 35 acusados de pertenecer a banda armada.
Otra noticia es de naturaleza política: el debate celebrado ayer en el Parlamento Europeo con el objetivo de respaldar las medidas que está adoptando el Gobierno español para poner fin al terrorismo. Por último, la cuarta noticia entra dentro del ámbito delictivo: el robo a mano armada de 350 pistolas y revólveres, perpetrado en una empresa de armas de Vauvert, cerca de Nimes.
Estos hechos, concentrados en sólo tres días, ponen de relieve las dificultades en que se desenvuelve el llamado proceso de paz. Zapatero repite una y otra vez el mismo mantra: el proceso va a ser "largo, duro y difícil". Podría ser así y, en realidad, ya lo es: ETA existe como organización terrorista desde 1959, hace casi cincuenta años, y los intentos de negociación para que ponga fin a sus actividades delictivas dieron comienzo poco después de la muerte de Franco, con las primeras amnistías de la transición.
Por tanto, hace muchos años que el intento de acabar con el terrorismo ha empezado. En los últimos años, tras el pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, el cerco a la banda se había estrechado hasta casi ahogarla. Con Zapatero - paradójicamente inspirador de aquel pacto- la situación ha cambiado: en lugar de seguir apretando el cerco, lo que está haciendo es aliviar la presión y, en lugar de buscar la rendición, busca el acuerdo. Una parte importante de la sociedad española parece secundarle. Otros la contemplamos en estos momentos con escepticismo. Ami modo de ver, el optimismo generado por las perspectivas de acabar con el terrorismo se debe, simplemente, a un cambio de lenguaje, a la utilización de determinadas y demagógicas bellas palabras.
Es el caso, por ejemplo, de proceso de paz o de alto el fuego permanente,términos vacíos, a los que cada uno puede dar el significado que más le guste. Especialmente desafortunado es el primero: pretender un proceso de paz significa que se está en un estado de guerra. Pero no es una guerra lo que desde hace tantos años está sucediendo en el País Vasco y adoptar este lenguaje ya es dar la razón al enemigo.
Efectivamente, en el País Vasco no hay guerra: lo que allí sucede es que una banda terrorista amenaza, utiliza la violencia contra las personas y contra los bienes públicos y privados, infunde miedo al conjunto de la población y, cuando conviene, sin pensárselo dos veces, asesina. Todo ello con un objetivo explícito: que la voluntad de una pequeña parte de los ciudadanos - los que votan a Batasuna- se imponga sobre la voluntad del resto. Esto no es guerra, esto es delincuencia pura y dura con fines políticos y estos fines políticos son lo contrario de aquello que entendemos por democracia y que consiste, básicamente, en que los ciudadanos escojan libremente a sus representantes para que adopten decisiones de acuerdo con el principio de mayoría. Por tanto, los etarras - la banda armada en sentido estricto y su entorno civil- son delincuentes desde el punto de vista penal y son totalitarios desde el punto de vista político.
De las tres noticias que señalábamos al principio, las referentes al ámbito judicial son excelentes. El Estado de derecho funciona y ésta es la principal lección que deben aprender los terroristas: los ciudadanos son iguales en derechos y, por tanto, la ley es igual para todos, sin que unos delincuentes que se revisten de políticos puedan recibir un trato especial. Por el contrario, llevar los desacuerdos de la política antiterrorista española a una institución como el Parlamento Europeo es un grave error. Del debate de ayer, me parece que sólo se han alegrado los terroristas.
Por último, el robo de las pistolas es una muestra más de la inconsistencia de todo el proceso. Los comunicados de ETA exigiendo la rendición del Estado de derecho, la kale borroka que no cesa, los encapuchados que en septiembre declaran en público que no abandonarán la lucha armada y, ahora, el robo de 350 pistolas en un momento tan significativo, no son buenos augurios. Si bien miramos, los terroristas en lugar de entregar las armas lo que hacen es robar unos cuantos centenares más. ¿Para qué? Adivinen.
Dije hace unos meses que Zapatero parecía ser uno de esos que se echan a la piscina para ver si una vez en el agua aprenden a nadar. Auspició una opa de Gas Natural a Endesa, después se la ofreció a la señora Merkel, ahora ya no se sabe. Dio vía libre al estatuto catalán para que Artur Mas le diera apoyo parlamentario en el Congreso y ahora, como era de prever, sin orden ni concierto, todas las demás comunidades autónomas están reformando sus estatutos.
Propuso luego a un político nato como José Bono para candidato a alcalde de Madrid y ha acabado designando a Miguel Sebastián, un frío tecnócrata.
¿Ha pensado ya Zapatero las bellas palabras que utilizará para salir del lío en el que se ha metido en el País Vasco?
Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.