Las bodas de los políticos

Por Miguel Durán, ex director general de la ONCE (EL PERIODICO, 02/05/05):

En un mitin celebrado en Valencia el domingo 24 de abril, el presidente Zapatero, dirigiéndose a sus rivales del PP, les pedía algo así como que, "mirando directamente a los ojos de los homosexuales, les preguntaran si querían éstos ser ciudadanos de segunda". Ni pertenezco al PP ni puedo seguir la recomendación de Zapatero porque veo menos que Pepe Leches y, por tanto, no puedo ver a los homosexuales --dicho sea esto último sin segundas intenciones--. De todas formas, me parece pelín demagógico por parte del presidente del Gobierno apelar a un argumento como ese para justificar la normativa que acaba de aprobar el Congreso acerca del matrimonio de personas del mismo sexo porque, señores míos, esto es mucho más sencillo. Hay un partido (el PSOE, acompañado por independentistas y comunistas, según dirían los del PP) que ha hecho del matrimonio entre homosexuales --incluida la adopción de niños-- una de sus principales banderas para esta legislatura. Hay un partido de la oposición (el PP) que perdió la oportunidad de regular las parejas de hecho mientras gobernó, sin duda, por falta de sensibilidad de Aznar, Rajoy y otros, y que ahora se queja de que el hueco que dejó se lo rellenen con creces.Y hay una Iglesia católica --que acaba de estrenar papa alemán-- que llama a la desobediencia civil bajo el manto sagrado de la objeción de conciencia, para que sus fieles con responsabilidades políticas públicas obstruyan la aplicación de la norma.

Pero resulta que entre los socialistas no faltan quienes no ven nada claro esto del matrimonio entre homosexuales; que se lo pregunten, sin ir más lejos, al ínclito dirigente francés Lionel Jospin. Y entre los populares también tenemos diputadas que votan a favor de la norma, como Celia Villalobos. Y en el seno de la Santa Madre Iglesia, no faltan los casos (mucho más frecuentes de lo que se airea) de pederastia y de sodomía protagonizados por sacerdotes --está claro que las derivaciones del bajo vientre no respetan ni confesionarios ni celdas monásticas--. Y, en toda esta zarabanda de confrontaciones políticas y sociales, estamos los de la mayoría, los que queremos que los homosexuales sean tan felices como los heterosexuales, aquellos a los que nos da igual el nombre de las cosas con tal de que éstas cumplan su objetivo y no perjudiquen a nadie, los que pensamos que algo tan sencillo como que dos personas que se quieren --aunque sean del mismo sexo-- deben vivir con arreglo a sus gustos; y, en fin, los que no queremos ser distraídos por la llamada clase política con problemas menores tras los que se escudan para rehuir los verdaderamente importantes. Pero, para liar más el asunto, como decía antes, nos ha salido la Iglesia católica (otras religiones también se le unen) llamando a la objeción de conciencia. Es una espiral peligrosa la que pone en marcha la jerarquía romana, porque quien a hierro mata, a hierro suele morir; y, dejando bien sentado que la Iglesia tiene todo el derecho del mundo a impartir su doctrina, sin embargo, cuando la convierte en asidero para que los cargos públicos incumplan sus obligaciones, está dando un paso cualitativo de consecuencias graves. Invitar a los alcaldes a no celebrar matrimonios entre homosexuales abre un portalón inmenso para excepcionar el ordenamiento jurídico. Para mí está muy claro que un representante municipal no puede tomar las leyes como si fuera la carta de un restaurante: esto quiero, esto no quiero. Se debe al cumplimiento de la ley, le guste o no. Pero hay alcaldes, como el de Valladolid, que dan un paso más, y dicen que, puesto que el Reglamento del Registro Civil les otorga la potestad de celebrar matrimonios a los alcaldes o a persona en quien deleguen y él no piensa delegar, se erige en tapón fáctico para que los homosexuales no puedan casarse. Se pasa cien pueblos el alcalde; pero no se preocupen: ¡tiene imitadores! Y también detractores en su partido.

De cualquier forma, bien estaría que la batalla nominalista sobre si las parejas homosexuales pueden llamarse matrimonio cediera espacio a un pacífico debate sobre cosas mucho más importantes porque, después de este subidón, dentro de unos días, la polémica se habrá consumido como una modesta vela de un altar remoto ante cuyo Cristo dos homosexuales rezarán por su futuro y por el de la humanidad entera. ¡Vayan los ediles a cumplir con sus deberes públicos! Y, si no, ¡váyanse a su santa casa a convivir privadamente con sus conciencias! Aplíquense nuestros políticos a reforzar valores sociales como la solidaridad, la honestidad, la honradez, la concordia, la buena educación de base; a erradicar real y efectivamente la miseria y la pobreza allí donde existen; a combatir la marginalidad y la exclusión social con herramientas eficaces; a velar por el bienestar general, etcétera, etcétera. Y todos se lo agradeceremos muchísimo.