Las cadenas de suministro y su demanda

Dos adagios se me vienen a la mente al escribir esta columna: “No pongas todos los huevos en una sola canasta” y “Una cadena solo es tan fuerte como su eslabón más débil”. En conjunto, ambas máximas resumen las actuales ansiedades acerca de las cadenas de suministro.

Casi todo lo que se produce hoy en el planeta es resultado de una cadena de suministro: una serie de pasos en los que materias primas y componentes se producen, ensamblan y comercializan en un solo país o en el mundo entero. Algunos productos pueden llegar a exigir miles de pasos de los que participan cientos de empresas en decenas de estados o países.

En gran medida, las cadenas de suministro se formaron y mantuvieron con poca atención a su resiliencia. Mantener los costes bajos era lo esencial, y eso a menudo significó depender de un solo proveedor o fabricante barato y limitar el tamaño del inventario. “Justo a tiempo” era el concepto que reflejaba el deseo de reducir la brecha entre el momento de producción o adquisición de un producto y el de su venta.

Pero eso era antes de la pandemia de COVID-19. Al principio de la crisis, hubo serias carencias de equipos de protección personal (EPP) e ingredientes farmacéuticos. Hoy las cadenas de suministro funcionan, pero a menudo sujetas a largas demoras relacionadas con el envío y transporte. Ahora la pregunta de cómo aumentar de la mejor manera posible la resiliencia de la cadena de suministro es lo central.

Los futuros brotes de enfermedades infecciosas podrían ser mucho más disruptivos. Además, cualquiera de los efectos del cambio climático, como los cada vez más frecuentes e intensos incendios forestales, huracanes e inundaciones, podrían cerrar un centro de producción por semanas o meses. Del mismo modo, no se puede descartar las guerras entre países, y las guerras civiles dentro de un país son relativamente frecuentes. Y además es necesario considerar el potencial de las huelgas, los accidentes nucleares, los terremotos, los colapsos mecánicos y los ataques terroristas.

Una segunda razón para una mayor preocupación acerca de las cadenas de suministro es el grado de dependencia que hemos llegado a tener de China, el mayor fabricante del planeta, para productos de importancia crítica. La pandemia reveló cuántos países dependen del coloso asiático para la mayor parte de sus EPP, y la decisión de este país de bloquear las exportaciones de estos productos causó una escasez generalizada. También está la inquietud de que una China cada vez más asertiva pueda intentar aprovechar la dependencia mundial para sus propios fines políticos.

Hay varias maneras de manejar estos riesgos. Una es reducir la dependencia en un solo proveedor nacional o extranjero de un producto básico o componente de importancia crítica, lo que podría traducirse en contratar con, digamos, seis proveedores, de modo que, si algo ocurriera con uno o varios de ellos, los países dependientes se verían menos afectados.

El problema es que asegurar una adecuada redundancia puede ser difícil. Puede que no haya alternativas con la calidad y la capacidad necesarias, y que desarrollarlas sea costoso y demore meses o años. Pero puede merecer la pena en ciertas áreas, especialmente entre aliados y socios cercanos.

Un segundo enfoque es exigir que el todo o parte de un componente, medicamento o tecnología de importancia esencial se fabrique localmente. Eso no es una garantía contra una disrupción, porque una planta local también puede quedar inactiva en la cadena por distintas razones, pero se crean empleos y se reduce parte de la incertidumbre de depender de fuentes extranjeras que están lejos y fuera de nuestro control.

Pero esta reorganización tomará tiempo y añadirá costes a la producción, que tendrían que pasar a los consumidores o ser compensados por subsidios estatales. Y un papel mayor del gobierno en la economía suele ser causa de derroche y corrupción.

El comercio internacional se sustenta en el concepto de la ventaja comparativa, que plantea que un país debería producir aquello en lo que es relativamente bueno e importar los productos que le resultan relativamente más costosos de producir. Sin embargo, la resiliencia de la cadena de suministro necesariamente significa tomar algunas decisiones económicamente ineficientes, ya que los países querrán fortalecer su seguridad nacional al producir elementos para los que no disfrutan de una ventaja comparativa.

Pero existe una consideración adicional. ¿Quién decide cuando un gobierno juzga necesario que la totalidad o parte de un producto en particular se debe fabricar localmente? Obligar a producir localmente se parece bastante a la sustitución de importaciones, una forma de proteccionismo en que los productores nacionales tienen prioridad sobre sus rivales internacionales.

Pensad en ello: si cada país obligara a que ciertos productos “estratégicos” se fabricaran localmente, el comercio global, un potente motor del crecimiento económico, perdería radicalmente fuerza justo cuando se necesita más crecimiento para sacar al mundo de la recesión causada por la pandemia. Como mínimo toda medida en esa dirección tendría que realizarse de manera coordinada en la Organización Mundial de Comercio, algo más fácil de decir que de hacer.

Existe otro camino: almacenar existencias. Los gobiernos podrían adquirir y acopiar cantidades de componentes críticos para su economía y su sociedad para que sirvan de amortiguación contra las inevitables disrupciones en la cadena de suministro. Algunos ya lo hacen para el petróleo y algunos minerales y productos básicos. Las existencias en acopio podrían irse llenando naturalmente, sea por importaciones o producción local inducida por el mercado, para evitar los peligros del proteccionismo. También se podría acordar con otros países el compartir existencias o adquirirlas en grupo para reducir más aún las vulnerabilidades.

Recurrir a un aumento del acopio implica mayores costes, ya que se debe llenar y parte de lo que se adquiere puede no usarse o volverse inutilizable. Y es imposible saber siempre por anticipado lo que se va a necesitar. Aun así, almacenar existencias tiene sentido.

La crisis del COVID-19 ha revelado que la interconexión tiene sus beneficios y sus riesgos para todos. Para dar respuesta a algunos de esos riesgos, habrá que repensar las cadenas de suministro, con mayor énfasis en la diversificación de los proveedores, la producción local y el almacenaje. El desafío será lograr el equilibrio necesario para asegurar que una política industrial focalizada y limitada no se convierta en pretexto de políticas costosas que amenacen el comercio y el crecimiento económico.

Richard Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush's special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. He is the author of The World: A Brief Introduction (Penguin Press, 2020). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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