Las cadenas del marianismo

No hay más que preguntar a los votantes que se han ido a Vox y a Ciudadanos para saber por qué lo han hecho. “Rajoy dijo en 2011 que bajaría impuestos y tardó seis años, que modificaría la elección del Consejo General del Poder Judicial y no lo hizo, que derogaría leyes ideológicas como la de Memoria Histórica, o la del aborto, y tampoco”, me ha escrito uno. Otro, un pepero de toda la vida, empresario, me suelta: “En Cataluña nos han tomado el pelo. Aznar cedió todas las competencias siendo Rajoy ministro, y las han utilizado contra España”. Una chica que votaba al PP me recuerda: “Los casos de corrupción han sido letales. La imagen ha sido bochornosa. No podía defender lo indefendible ante mis amigas”.

Ese escenario de desafección en el centro-derecha hacia el que había sido su partido de referencia ha permitido el ascenso de Ciudadanos y Vox. El PSOE lo vio muy bien. “La derecha española está viviendo unas primarias”, dijo Sánchez en los dos debates televisivos.

Los de Albert Rivera ya se habían decidido a dar el paso definitivo: extenderse por la derecha a costa de los populares. Vox, por otro lado, solo ha hecho campaña contra sus competidores: Cs y PP, especialmente contra estos últimos. Eso explica sus sonrisas en la noche electoral a pesar de que la división del voto ha facilitado la victoria a Sánchez. Vox era necesario para el PSOE no solo para escenificar la “foto de Colón” y apelar al voto del miedo, sino para animar la guerra civil en el centro-derecha, en esas primarias cainitas.

Cs era el partido con más indecisos: casi un 50% entre los que recordaban haber votado naranja en 2016. Una cantidad similar dudaba entre votar al PSOE o al PP, entre el 19% y el 16%. Sus informes decían a Ciudadanos que sus electores estaban divididos: había tantos que no querían un pacto con Sánchez, como los que no deseaban verse con Vox. ¿Qué decidió a los dirigentes de Ciudadanos? La debilidad del PP. La fidelidad de voto en el PSOE rondaba el 75%, mientras que en los populares el 45%. Además, el partido de Casado lo tenía todo en contra. Veamos.

El partido dejado por Mariano Rajoy era incapaz de aguantar mucho más sin una transformación profunda, dada la España nacida en 2014. Occidente se estaba moviendo hacia otro sitio. La opinión pública estaba marcando otras necesidades: la tecnocracia había muerto, volvían las emociones y las ideologías. La gestión como argumento dejó de ser un valor cuando la sensación general es que, aun estando en democracia, había dos castas separadas por el privilegio, y la corrupción minaba la moral de los propios. La prensa se cansó. Cada mañana un titular, una tertulia, una columna. El sentimiento de soledad del votante popular, de humillación incontestable en su entorno inmediato, era evidente.

El cambio debió hacerse en 2016, pero se prefirió aguantar porque parecía que Sánchez era un incapaz, Podemos había dejado de asustar, y Ciudadanos tenía un límite territorial. Y, por supuesto, no existía Vox. Rajoy prefirió no levantar la tapa de la caja de los truenos, y resistir. La moción de censura de Sánchez acabó de destrozar al PP de Rajoy: un bolso en su escaño mientras el líder socialista era aupado al poder, sin programa, por los que querían romper España.

Esa imagen fue fatídica porque desencajaba con la reacción desatada por el golpe de Estado en Cataluña. Hubo quien dijo desde las filas populares que no pasaba nada porque al electorado del centro-derecha solo le importaba el día a día, los impuestos, los servicios públicos, la buena administración. No era así. La época de las emociones, como señalé, ha vuelto con mucha fuerza. El “patriotismo de los balcones” había generado un impulso en el centro-derecha español que el PP no supo canalizar, y que se volvió en su contra. Fueron Ciudadanos, primero, y luego Vox, quienes se apropiaron de él.

Todo aquel movimiento social de respuesta al golpe que cuestionaba el orden constitucional, con la figura del Rey detrás, se dejó pasar. En sociología es conocido que si un fenómeno social no es controlado por la fuerza hegemónica, se acaban haciendo con él los más radicales; en este caso, los de Santiago Abascal. Ese hueco que dejó el PP fue aprovechado por Cs, quien precipitó unas elecciones en Cataluña para comenzar su absorción del electorado popular.

Ciudadanos controló perfectamente el discurso. Parecieron los inventores del 155, cuando en realidad Rivera había dicho en 2014 que aquello era “matar moscas a cañonazos”, e incluso, en septiembre de 2017, se opuso porque dicho artículo estaba “demonizado”. El PP no reaccionó, y Ciudadanos se hizo con el mensaje de la España de libres e iguales.

Al tiempo que Ciudadanos se consolidaba por todo el país -ya no era solo en Cataluña- y competía con el PP, apareció Vox porque, como señalé, si un fenómeno no se controla se da aire al más radical. El estilo populista de la formación nacionalista de Abascal hizo el resto, encajó perfectamente con el momento sentimental: todo era culpa del PP, la “derechita cobarde”, y de los oportunistas del “partido veleta”. Ni un mote para Sánchez , el PSOE o los independentistas.

Casado ganó las primarias en julio de 2018 en un congreso que ilusionó a muchos. El PP con Casado intentó llenarse de liberales conservadores que devolvieran a la organización lo mejor que había tenido: “los principios y valores de siempre”, decían, los de las buenas épocas de Aznar y Rajoy. Plantar cara al sanchismo con una revolución fiscal y hacer frente al separatismo con todas las de la ley. Sin embargo, en esta situación vertiginosa de acontecimientos clave, sin pausa, no hubo tiempo para generar credibilidad ni confianza. Ya la habían ganado otros.

El nuevo PP se encontró con que las cadenas del marianismo pesan mucho. Rajoy se le aparecía a Casado como a Ebenezer Scrooge, el protagonista de Un cuento de Navidad de Dickens, se le aparecía  Jacob Marley: cada eslabón de su cadena era un error de su vida. Ha faltado tiempo. Ahora lo habrá con una legislatura de oposición, un grupo parlamentario a su gusto, que permita elaborar un proyecto otra vez creíble capaz de atraer a la alternativa a la izquierda.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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