Las cartas boca arriba

La primera carta va dirigida al cardenal Rouco Varela, a quien felicita por las celebraciones de Semana Santa. La segunda se la envía al ministro de Exteriores, cuyo departamento acaba de destinar una partida económica al Congo. Por último, felicita a ‘El Viti’, que acaba de obtener la Medalla de las Artes de Castilla y León.

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Señor Cardenal…

El sol y las gratas temperaturas han potenciado este año la Semana Santa. El llanto de la Virgen en las procesiones, la sangre del Hijo de Dios vivo, la pasión y la muerte del Cristo, y su resurrección, han estremecido una vez más las calles de pueblos y ciudades en toda España. Nadie con los ojos sin telarañas puede negar esa realidad incuestionable. La prosperidad ha convertido a la Semana Santa en tiempo de vacaciones. Pero el ocio no es obstáculo para la explosión, un año más, del sentimiento religioso, por mucho que eso moleste a algunos sectores del Gobierno, incapaces de reconocer la evidencia.

Al 96% de los españoles que fallecen se les entierra cristianamen-te. Al 91% de los niños que nacen se les bautiza. El 80% de los padres exigen educación religiosa católica para sus hijos en los colegios públicos y privados. Las vocaciones han crecido en los últimos años y pueblan los seminarios. El Gobierno creyó malherir a la Iglesia Católica al retirar la asignación que recibía de los Presupuestos Generales del Estado. Pensaba que muy pocos ciudadanos rellenarían la casilla correspondiente del 0'7% en la declaración de la renta. La Iglesia ha recaudado tres veces más de lo que recibía. No en vano entre 10 y 11 millones de personas asisten a Misa cada fin de semana, más de los que votan al PSOE cada cuatro años. A los partidos políticos y a los sindicatos, que prestan a la colectividad servicios, por cierto, no superiores a los de la Iglesia, debería retirárseles la subvención que directa o indirectamente reciben del Estado y que sufraga más del 90% de sus gastos. Se les tendría que aplicar la misma fórmula del 0'7 en un casillero habilitado a tal fin en la declaración de la renta para que lo rellenaran sus simpatizantes.

Le escribo estas líneas, señor Cardenal, para lamentar que mu-chos periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales, así como no pocos tertulianos y columnistas, parecen no tener otro tema al hablar de la Iglesia Católica que la pederastia. En mi opinión, hay que condenar de la forma más rotunda esa atrocidad. Pero de unos casos aislados, por abominables que sean, y lo son, no se pueden hacer generalizaciones sin otro objetivo que fragilizar a la Iglesia Católica y herir al Santo Padre. Resulta una incongruencia poner la lupa sobre algunos casos rechazables y olvidar la ingente labor educacional de la Iglesia, la conservación del patrimonio artístico, la atención a las manifestaciones culturales… Y, sobre todo, el cuidado de los pobres en todo el mundo, de los desfavorecidos, de los enfermos de lepra o sida, de los niños abandonados, de los ancianos… Todo ello sin entrar en lo más importante, que es la dimensión espiritual de la Iglesia Católica. Una Iglesia en la que predominan abrumadoramente las Teresas de Calculta y no los pederastas, como podemos atestiguar los que hemos recorrido el ancho mundo con los ojos bien abiertos.

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Querido ministro…

No sé por qué hay columnistas tan procaces, seguramente fachas vinculados a la ultraderecha, partidarios de Mariano Rajoy, y lo que es todavía peor, de José María Aznar, que se rasgan las vestiduras ante las subvenciones emanadas de tu Ministerio. La tradición socialista consiste, precisamente, en premiar con el dinero de todos a las más pintorescas asociaciones, al mundo de la marginación y al sindicato de la ceja circunfleja.

Tú estás haciendo, querido ministro, lo que corresponde a la magnificencia socialista. Tu última dádiva, que ha causado general e injustificado escándalo, es otorgar 53.500 euros, es decir, 60 millones de pesetas, a una ONG para que en la República Democrática del Congo pueda sufragar «la corrección del pie zambo congénito». Los españoles que no llegan a fin de mes, que han reducido su alimentación, que hacen encaje de bolillos para pagar sus hipotecas, que gimen en el paro desbocado y padecen el zarandeo de la crisis económica, han celebrado con entusiasmo que tu Ministerio dedique el dinero de todos a los problemas del «pie zambo congénito» en el Congo. Tremendo asunto. Pobres gentes que tienen las rodillas demasiado juntas y deben hacer un esfuerzo suplementario para caminar. Eso ni José Luis Rodríguez Zapatero ni tú lo podéis consentir. Por eso, de la nobleza de vuestro corazón y del bolsillo de los españoles se han extraído esos 53.500 euros que, si no se los queda algún jefezuelo local, paliarán el gravísimo problema congoleño y zámbico que a todos nos acongoja.

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Mi querido maestro…

A mí me parece lógico, y también razonable, que existan detractores de la Fiesta Nacional, gentes preocupadas por el sufrimiento de los animales. Todos ellos tienen derecho a expresar, desde el respeto, sus críticas y sus discrepancias.

De igual modo es obligado no ofender a los que defienden las corridas de toros, a aquellos que las inscriben en el mundo de la cultura, a los que las consideran una muestra del arte y el valor. En los siglos XIX y XX una parte relevante de las manifestaciones artísticas españolas derivan del mundo de los toros en poesía, novela, teatro, ensayo, ópera, música, pintura, escultura… Nadie puede negar esa realidad esplendorosa. Desde Goya a Picasso, desde Moratín a Federico García Lorca, desde Pérez de Ayala a Ortega y Gasset, desde Mariano Benlliure a Salvador Dalí, podríamos exhibir un rosario incesante de nombres indis-cutibles.

A las corridas de toros se puede ir o no ir. Cada uno está en su derecho. A nadie se le obliga a asistir a los toros. Lo que no parece de recibo es prohibir un espectáculo con tradición de siglos que enciende nuestro mundo cultural y lo ilumina. La revista de arte y letras de referencia en España, El Cultural de EL MUNDO, ha creado un gran premio, el Paquiro, para galardonar el acontecimiento taurino del año. Los preocupados por el sufrimiento de los animales, entre los que me encuentro, deberían atender antes que a los toros a otras manifestaciones como la caza o la pesca deportiva.

Te han galardonado, querido Santiago, con el Premio de las Artes de Castilla y León. Gran acierto. Te recuerdo como a un maestro que podía con todos los toros, que conocía a fondo el oficio, que era y es un sabio de la tauromaquia, que tenía conciencia clara de la escultura viva que compone el diestro cuando se ciñe al toro con el trapo rojo del arte y los sueños.

Pero no te pongo estas líneas para subrayar lo obvio. Te las escribo porque has dado una lección a algunos que con tanta vehemencia se dedican a defender la Fiesta por intereses políticos. «Los que necesitan una buena defensa son lo que están contra la Fiesta», has dicho a Rocío Blázquez en ABC. Me parece magnífica tu declaración. Pedro Sainz Rodríguez, académico de la Real Academia Española, académico de la Real Academia de la Historia, ministro de Educación, consejero áulico de nuestro Rey en el exilio, Juan III, solía decir a los que se dedicaban a defender con vehemencia a la Monarquía: «Pas trop de zèle». No demasiado celo. Tienes razón, mi admirado Santiago. Te sobra la razón. Los que necesitan una buena defensa no son los que están a favor de la Fiesta sino los que están en contra. A los que nos gusta el rito y el juego del toro, que nos dejen en paz, que no nos mezclen en el aquelarre de las disputas políticas, que nos dejen disfrutar tranquilos con la media verónica belmontina, con el airoso molinete, con el milagro de un natural rematado con el pase de pecho de pitón a rabo.

Luis María Ansón, de la Real Academia Española.