Las consecuencias de la guerra contra Hezbolá en Israel

Por Víctor Manuel Amado Castro, profesor-investigador del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda (Universidad del País Vasco-Euskal-Herriko Unibertsitatea) e investigador invitado en la Universidad de Tel-Aviv (REAL INSTITUTO ELCANO, 29/09/06):

Tema: La guerra que ha llevado a cabo el Gobierno israelí contra Hezbolá, y que había sido poco criticada por la sociedad israelí, ha producido tras su cese una importante crisis política en el seno del país hebreo.

Resumen: El pasado 12 de julio el Ejército israelí comenzaba una campaña militar en Líbano contra Hezbolá, en respuesta a un ataque más de esta milicia chií contra las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Los objetivos oficiales que el Gobierno hebreo se marcó para esta campaña militar fueron claros: liberar a los dos soldados israelíes que habían sido secuestrados por la milicia libanesa, causar el mayor número de bajas a la misma y, sobre todo, dañar al máximo –si no totalmente–, toda la infraestructura de Hezbolá en el país. Tras el final de esta guerra, la sociedad israelí, y sobre todo el gabinete Olmert, se hayan sumidos en una importante crisis política e institucional al no haberse cumplido los objetivos que dieron lugar a dicha ofensiva militar.

Análisis

Una guerra poco criticada

Durante el tiempo que duró esta guerra, gran parte de la sociedad israelí se mostró favorable a la misma, o por lo menos no la criticó ya que se interpretó como una intervención defensiva. Además, esta percepción se hizo más consistente en el seno de esta sociedad tras ver como las poblaciones del norte de Israel eran sistemáticamente atacadas por Hezbolá. En este contexto, tan sólo algunos analistas de prensa, la mayoría de ellos columnistas de Haaretz,[1] se posicionaron claramente en contra de esta intervención. La crítica de articulistas como Sheev Sternhell o el mismo Shlomo Ben Ami[2] no iba dirigida contra lo que podríamos denominar el marco teórico de este enfrentamiento. Estos autores no ponían en entredicho el derecho de Israel a defenderse de una agresión exterior, más aún cuando proviene de un país en el que el Estado no controla totalmente sus fronteras. Dichas objeciones apuntaban a otro tipo de cuestiones como las razones últimas y a la utilidad de esta invasión. Lo que criticaban estos analistas eran varios aspectos que ahora están siendo debatidos en el seno de la sociedad y de la política israelí: ¿por qué no se ha actuó antes contra Hezbolá por medio de operaciones selectivas?, ¿por qué se movilizó a los reservistas?, ¿cuál es la capacidad real y el entrenamiento de los mismos?, ¿fue indiscriminada la actuación del Ejército israelí?, ¿hubo razones políticas por parte de Olmert y Peretz para esta actuación?, ¿fue correcta la labor del jefe del Estado Mayor israelí Dan Halutz? o, por ultimo, ¿cuáles podrían ser las consecuencias que esta guerra tendría de cara a la imagen de Israel en la comunidad internacional? Las críticas hechas por estos analistas y académicos no fueron las únicas; algunos de los más importantes movimientos civiles de Israel, como la ACRI (Association for Civil Rights in Israel) o el incombustible Uri Avnery y su formación Gush Shalom, también se opusieron a esta guerra. Bien es cierto que, a diferencia de los articulistas anteriormente mencionados, estos movimientos pacifistas se posicionaron en contra de cualquier tipo de intervención militar en Líbano. En cualquier caso, lo que sí es importante remarcar es que a pesar de estas críticas la mayoría de la población israelí se posicionó en un primer momento a favor de la ofensiva militar. Tras más de un mes de enfrentamientos, la resolución 1701 del Consejo Seguridad de Naciones Unidas estableció, entre otras cosas, un alto el fuego que entró en vigor el pasado 14 de agosto. Semanas más tarde se puso fin al bloqueo del espacio aéreo libanés y a principios de septiembre se levantó el bloqueo marítimo, una vez que la comunidad internacional ya había definido el mandato y los objetivos de la fuerza que se iba a desplegar en el sur de Líbano. De esta manera terminaba una guerra en la que Israel apenas había conseguido ninguno de los objetivos oficiales establecidos al comienzo de la misma, especialmente el relacionado con la vuelta a casa de los dos soldados israelíes secuestrados por la milicia chií.

La razones menos oficiales del Gobierno Olmert en esta guerra

Desde el principio se ha hablado mucho de cuáles fueron las razones últimas por las que el Gobierno de Ehud Olmert, formado por Kadima, el Partido Laborista, el Shas y el Partido de los Pensionistas, optó por una ofensiva de esta magnitud sabiendo que anteriores ministros como Barak y Sahron habían evitado, en la medida de lo posible, el avispero libanés. Además de las razones oficiales que hemos apuntado antes, es probable que hubiera otras que tienen que ver más con la coyuntura política israelí, con el mantenimiento de los liderazgos en determinadas formaciones políticas y, desde el punto de vista militar, con el posible ensayo para otras intervenciones en la región.

El plan estrella del recién estrenado gabinete Olmert era la retirada parcial de Cisjordania. El conocido como “plan de convergencia”, tenía como objetivo último fijar de manera definitiva las fronteras del Estado de Israel. La experiencia anterior, el denominado “plan de desconexión de Gaza” fue un éxito, pero éste, además de estar liderado por Sharon, supuso una minucia en comparación con lo que el actual gabinete quería hacer en Cisjordania. Desde varios segmentos del panorama político israelí se había dicho que la retirada unilateral de Gaza había supuesto una rendición ante Hamás. Otros, aunque partidarios del abandono de Gaza, argumentaban que una decisión de este tipo tenía que ser consecuencia de una negociación política que implicara compromisos por parte de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Sería este el contexto en el que habría que interpretar la reacción del Gobierno de Israel. Ante el ataque sufrido a mediados de julio por tropas israelíes de parte de Hezbolá, el tandem Olmert-Peretz tenía dos opciones: responder a la agresión de la milicia chií mediante ataques selectivos –como era lo habitual– y negociar posteriormente un intercambio de prisioneros; o, de otra parte, iniciar una ofensiva a gran escala que sirviera como ejemplo de lo que era capaz de hacer el nuevo ejecutivo. Así, la opción de Olmert, y en menor medida de Peretz, de llevar a cabo una ofensiva a gran escala supuso una decisión de táctica política, muy propia del escenario político israelí.

Se perseguía un triple objetivo. Primero, asestar un duro golpe a Hezbolá; un castigo ejemplar que fuera interpretado además en un sentido claro, que este Gobierno no era una gabinete blando y que, aunque el eje del mismo fuera llevar a cabo el plan de convergencia de Cisjordania, no le temblaría la mano en infligir castigos severos a cualquiera que pusiera en entredicho la seguridad de Israel.

El segundo objetivo que tanto Olmert como Peretz habrían perseguido con esta ofensiva militar fue afirmar sus liderazgos en sus respectivas fuerzas políticas y ante la misma sociedad israelí. Tanto Olmert en Kadima como Peretz en el Partido Laborista son políticos que no tenían experiencia en cuestiones militares, como sí la habían tenido algunos de sus predecesores, como los primeros ministros Barak y Sharon o el anterior ministro de Defensa, el militar Saul Mofaz. Todos ellos eran poseedores de unos historiales militares de primer nivel, aspecto éste muy valorado en el seno de la sociedad israelí, ya que las FDI, hasta el momento, son la institución del país que más confianza emana. Así pues, ambos políticos necesitaban un currículum militar para conseguir esa doble legitimidad: la de sus compañeros de partido y, sobre todo en el caso de Olmert, la de la propia sociedad israelí.

El tercer y último objetivo que llevó a este gabinete a optar por un ataque de semejante envergadura sobre Líbano estuvo relacionado con cuestiones de índole militar y estratégico. A nadie se le escapa que el verdadero desafío en la zona es Irán y, en cierta medida, Siria. No fue baladí que la agresión de Hezbolá contra el Ejército israelí se produjera cuando Irán era el foco de atención de la comunidad internacional por su programa de enriquecimiento de uranio. Sin duda, la ofensiva de la FDI hay que leerla también como un aviso y un ensayo de lo que podría suponer un futuro escenario de enfrentamiento regional en la zona. En este sentido, y por las informaciones que poco a poco se van sabiendo, parece que la Administración Bush estuvo enterada de las intenciones del gabinete Olmert. Esto no quiere decir que el ejecutivo hebreo solicitara el visto bueno de la Casa Blanca, sino que simplemente le informaba. Lo que sí parece cierto es que la Administración Bush, además de proporcionar armamento a las FDI, estudió esta ofensiva como un posible ensayo general de lo que podría suponer un acto similar en Irán.

Las consecuencias políticas de la guerra

Al abordar cuáles han sido las consecuencias de la guerra no hay que olvidarse de las víctimas que esta confrontación ha tenido, tanto libanesas (en un gran número) como israelíes. En el plano político las consecuencias de esta guerra han sido varias.

La primera es que el denominado plan de convergencia o de retirada de un determinado número de colonos de parte de Cisjordania ha quedado, cuando menos, aplazado. Así, parece bastante difícil llevar a cabo este plan en dos años tras el enfrentamiento militar en Líbano y después de las diferentes ofensivas que el Gobierno israelí está realizando en Gaza como represalia al secuestro del soldado hebreo Gilat Sahlit por parte de las milicias palestinas el pasado 24 de julio. Esto no quiere decir que no haya resquicios para otras alternativas. En esta dirección habría que interpretar la reunión entre Tony Blair y Ehud Olmert del pasado 9 de septiembre. En la misma, el dirigente hebreo mostró al primer ministro británico su disposición a retomar los contactos con Abu Mazen. Un día antes, la ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni, hacía unas declaraciones en las que decía textualmente que era el momento de iniciar contactos con el presidente de la ANP, aunque habrá que ver cuál es la actitud tras la formación del Gobierno de unidad nacional entre Hamás y Fatah. A su vez, esta nueva línea de actuación de Olmert puede interpretarse de dos maneras: como una maniobra política para ganar tiempo y legitimidad tras la guerra del Líbano, o como un ejercicio de determinación política encaminado a retomar de nuevo la “Hoja de Ruta” y alcanzar un acuerdo con los palestinos. Olmert sería consciente, tras la guerra en Líbano, de que si Israel quiere ocuparse de otras cuestiones estratégicas de mayor calado en la región (léase Siria e Irán) conviene tener el flanco palestino mínimamente encarrilado.

La segunda consecuencia de la guerra del Líbano en Israel tiene que ver con la pervivencia o no del actual Gobierno de coalición. Sin duda alguna, los grandes perdedores políticos tras la guerra han sido Olmert, Peretz y el jefe del Estado Mayor Dan Halutz. Los dos primeros han sido acusados de inexperiencia o, lo que es peor, de haber iniciado este conflicto sobre la base de sus propios intereses.[3] Lo que es evidente es que el Gobierno de Olmert ha salido muy debilitado de esta crisis y que pocos apuestan ya por su continuidad. Además, está sufriendo un acoso por parte de la oposición no árabe para que se constituya una Comisión de Estado que investigue los fallos que se cometieron en la guerra. Esta comisión,[4] a diferencia de las parlamentarias, es independiente y sólo la puede ordenar el Gobierno. La misma está presidida por un miembro de la Corte Suprema (habitualmente su presidente) y sus conclusiones, aunque no son de obligado cumplimiento, sí suelen tener consecuencias políticas. Este fue el caso de la famosa Comisión de Estado Agranat que en 1973, tras la guerra del Yom Kippur, terminó con la dimisión en bloque del Gobierno de Golda Meir. Por el momento, Olmert ya rechazó su formación argumentando que el país estaba en un momento en el que no se podía permitir esos lujos. Como alternativa, Olmert decidió que fuera la Comisión de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Knesset la que investigara los posibles fallos de la guerra. Dicha Comisión, que presentó sus recomendaciones el pasado 5 de septiembre, [5] ya apuntó la necesidad de articular una Comisión de Estado. También, y como consecuencia de esta guerra, ya se ha producido el primer cisma entre los laboristas y Kadima. El pasado 12 de septiembre el gabinete Olmert aprobaba por votación interna[6] los presupuestos de 2007. La intervención en el Líbano, cuyo coste se estima en 600 millones de NIS (New Israeli Sheqels), ha tenido una consecuencia directa en estos presupuestos: el recorte de las partidas destinadas a políticas sociales y, muy posiblemente, a los subsidios que reciben las capas más desfavorecidas de la sociedad israelí. En este sentido, el liderazgo de Peretz, en el seno del Partido Laborista puede verse seriamente afectado, ya que una de las claves de su programa electoral y de su victoria en las primarias de su partido fue retomar el discurso social. Por este motivo Amir Peretz se abstuvo en la votación presupuestaria, mientras que los compañeros de su partido en el Gobierno la apoyaron.

La tercera y quizá más importante consecuencia, por lo estructural que puede llegar a ser, es la pérdida de confianza que por parte de la sociedad israelí han sufrido las FDI. Este descrédito se concreta en las críticas a su máximo dirigente, Dan Halutz. La primera de estas críticas tiene que ver con la movilización de los reservistas. En este sentido, son muchos los que apuntan a su tardía movilización y a su escasa preparación. En otra de las críticas hechas por los propios reservistas se ha apuntado a la necesidad o no de su movilización para una campaña que no ha dado los resultados que quizá una llamada de este tipo hubiera tenido que proporcionar. Así, en diferentes manifestaciones llevadas a cabo por reservistas se ha acusado tanto al jefe del Estado Mayor como al primer ministro y al titular de Defensa de haberles movilizado únicamente por razones políticas. También se han producido críticas en el seno de la propias FDI.[7] Desde los mandos de infantería se acusa al Ejército del Aire de hacer la guerra por su cuenta y de pensar que con acciones desde el aire se podía poner fin a una milicia como Hezbolá. Los mandos del Ejército de Tierra acusan a Dan Halutz, jefe del Estado Mayor y perteneciente a la Fuerzas Aéreas israelíes, de no haberles dado tiempo para hacer su trabajo. Esta crítica tiene mucho que ver con una conclusión a la que tanto los políticos como los propios militares israelíes han llegado, y es que las guerras “limpias” y rápidas del Ejército israelí en la zona ya no se volverán a repetir. Ya no se pueden esperar campañas “victoriosas” como las de 1967 o la del Yom Kippur. Ahora, cualquier ofensiva del Ejército israelí se enfrentará a una mayor y mejor resistencia por parte de milicias como las de Hezbolá o, en un escenario hipotético, por ejércitos regulares como pueden ser los de Siria o Irán.

Conclusiones

Escenarios posibles

Se puede concluir que, desde el punto de vista israelí, la última guerra en Líbano contra Hezbolá no ha dado los resultados esperados por el Gobierno de Ehud Olmert:

  1. No se han liberado a los dos soldados secuestrados.
  2. Tampoco se ha dañado de una forma determinante, aunque sí importante, la infraestructura de Hezbolá. Además, lejos de dotar de mayor estabilidad a la zona, esta guerra ha supuesto un foco más de tensión en la región.
  3. La intervención israelí en Líbano y sus resultados han debilitado de manera muy importante al Gobierno de coalición, especialmente al primer ministro, Ehud Omert, y al líder del Partido Laborista y ministro de Defensa, Amir Peretz. Además de suspender el plan de convergencia de Cisjordania, eje principal de su programa de gobierno, los dos dirigentes políticos –pero sobre todo Ehud Olmert– se enfrentan a crisis internas en sus respectivas formaciones, que en el caso de Kadima, recientemente creada, podría suponer su suicidio político. También habrá que ver cual es la actitud de los laboristas en un futuro ante la crisis abierta por la aprobación de los presupuestos para 2007.
  4. Hay que mencionar la pérdida de credibilidad que ha sufrido una de las instituciones que más confianza genera en la sociedad israelí, como son las FDI. Además de las críticas devenidas por su actuación, las FDI han trasmitido a los israelíes, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de no estar lo suficientemente preparadas ante posibles eventualidades.
  5. La imagen de Israel en el exterior ha salido una vez más tremendamente debilitada y aparece en muchos casos ante la opinión pública internacional como un Estado antipático. Además, y de cara a las diferentes cancillerías, el principal objetivo diplomático del gabinete Olmert, como era el de fijar de manera definitiva las fronteras del Estado hebreo, se enfrenta a nuevos escollos.

Estas consecuencias hacen atisbar un panorama político israelí altamente convulso, aunque –como ya hemos apunado en otras ocasiones– si por algo se caracteriza la política en este país es por su alto grado de cambio. Lo que parece altamente improbable es que este Gobierno termine una legislatura que prácticamente acaba de empezar. Cabe esperar que Olmert y Peretz intenten mantener el máximo tiempo posible este gabinete, ya que a ninguno de los dos les interesan ahora unas elecciones. Pero aunque los dos deseen lo mismo, los laboristas podrían salir del Gobierno si su líder, Amir Peretz, no rentabiliza su estancia en el mismo. En esta situación Olmert tendría dos opciones: intentar formar un nuevo gobierno de coalición o, lo que menos le interesa, adelantar los comicios. Así, ganar tiempo antes de convocar nuevas elecciones parece ser el objetivo principal de Olmert a corto plazo. Para ello creará escenarios y alternativas que pueden ir desde la apertura de negociaciones con la ANP hasta la creación de un gobierno de unidad nacional, o uno alternativo al actual si los laboristas lo abandonaran. Todo esto hace que la inestabilidad sea lo que vaya a caracterizar la vida política en Israel en los próximos meses.

[1] Diario de corte liberal fundado en 1919 en Jerusalén por un grupo de inmigrantes judíos en su mayoría provenientes de la ya Unión Soviética. Actualmente su sede está en Tel-Aviv.

[2] Léanse, por ejemplo, los artículos de Sheev Sternhell, “The Most Unsuccessful War”, 3/VIII/2006; Shlomo Ben Ami, “The Division of the International Community”, 22/VIII/2006; y Yoel Marcus, “Where are the Voices of Protest?”, 22/VIII/2006; todos están disponibles en www.haaretz.com.

[3] En este sentido es muy significativo el artículo de Uzi Benziman, “For Their Own Good”, 20/VIII/2006, disponible en www.haretz.com.

[4] Véase la Ley Básica del Gobierno de 1968 artículo 31 (e); o la misma Ley de la Comisión, Commissions of Inquiry Law, 5729-1968, aprobada el 30/IX/1968.

[5] De los 16 componentes de esta comisión, ocho votaron a favor de la recomendación, incluidos los tres del Partido Laborista, mientras que los tres de Kadima, incluido su presidente –Tzahi Hanegbi–, votaron en contra; los demás componentes se abstuvieron.

[6] En Israel, y en los gobiernos de coalición, muchas leyes se adoptan por votación interna del gabinete. Esto significa que en la posterior votación parlamentaria un partido miembro del gabinete puede votar en contra de dicha ley. En el caso de los presupuestos es obligatorio que salgan adelante ya que si no habría elecciones anticipadas.

[7] Un ejemplo de estas criticas lo podemos ver en el artículo de Zeev Schif, “Ground Forces vs Air Force”, 10/IX/2006, disponible en www.haaretz.com.