Las consecuencias políticas de las crisis financieras

No creo ser el único profesor de finanzas que al proponer a sus estudiantes temas para una monografía haya recurrido a una pregunta como: “En tu opinión, ¿cuál fue la causa principal de la crisis financiera global: demasiada intervención del gobierno en los mercados financieros o demasiado poca?”. Frente a esta disyuntiva, mi último grupo de alumnos se dividió en tres.

Un tercio aproximadamente, bajo el influjo del voluptuoso atractivo de la Hipótesis del Mercado Eficiente, sostuvo que la culpa de todo la tuvieron los gobiernos, que distorsionaron los incentivos del mercado con sus erradas intervenciones (entre las que en Estados Unidos se destacan la Asociación Federal Nacional Hipotecaria y la Corporación Federal de Préstamos Hipotecarios, ambas con patrocinio estatal, y la Ley de Reinversión Comunitaria). Algunos incluso hicieron suyo el argumento del libertario estadounidense Ron Paul y culparon a la existencia misma de la Reserva Federal como prestamista de última instancia.

Otro tercio de la clase, en el extremo opuesto del espectro político, puso en el papel del villano al expresidente de la Reserva, Alan Greenspan. Para ellos, el problema se debió a la notoria renuencia de Greenspan a intervenir en los mercados financieros, incluso cuando los niveles de apalancamiento crecían aceleradamente y los precios de los activos parecían haber perdido todo contacto con la realidad. Más en general, la tendencia desreguladora de los gobiernos occidentales permitió un descontrol de los mercados en los primeros años de este siglo.

El tercio restante trató de quedar bien con Dios y con el diablo, y sostuvo que los gobiernos intervinieron demasiado en algunas áreas y demasiado poco en otras. Aunque evitar así una pregunta no sirve para dar examen, puede que los estudiantes pescaran algo.

Ya pasaron siete años desde la crisis; ¿qué respuesta han dado los gobiernos y los votantes en Europa y Norteamérica a esta importante pregunta? ¿Muestran sus actos que piensan que los mercados financieros necesitan controles más estrictos o, por el contrario, que el Estado debe repudiar los rescates y dejar que las empresas financieras enfrenten las consecuencias de sus propios errores?

Por su retórica y sus políticas de regulación, parecería que la mayoría de los gobiernos se pasaron al tercer bando de los que están con un pie a cada lado. Es cierto que han implementado un sinfín de controles detallados, que han puesto los libros contables de los bancos bajo la lupa como nunca antes y que exigen tener la última palabra respecto de la distribución de efectivo, la designación de directores clave e incluso la descripción de responsabilidades de los miembros de las juntas.

Pero también avisaron que en el futuro ni el gobierno ni el banco central intervendrán para ayudar a instituciones financieras en problemas. Ahora los bancos deben presentar a las autoridades planes anticipados de quiebra (“testamentos vitales”) que permitan un cierre ordenado sin apoyo público. Si los bancos se meten en problemas, los gobiernos se lavan las manos: se acabó la era de las instituciones “demasiado grandes para quebrar”.

Tal vez esta estrategia de dos vías era inevitable, pero sería bueno que nos dijeran a que apunta. ¿Se busca un sistema en el que vuelva a mandar la disciplina de mercado, o las autoridades van a vigilar de cerca a las gerencias por tiempo indefinido?

¿Y los votantes, qué decidieron? En la primera ronda de elecciones después de la crisis, el mensaje fue claro en un sentido y confuso en otro. Los gobiernos que estaban en el poder cuando se declaró la crisis, fueran de izquierda o derecha, tuvieron que hacer las valijas y ceder el puesto a gobiernos de signo opuesto.

No fue así en todos los casos (si no, véase a Angela Merkel en Alemania), pero sí en Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y otros países. Francia pasó de la derecha a la izquierda y el Reino Unido pasó de la izquierda a la derecha. Pero el veredicto de los votantes sobre sus gobiernos fue más o menos el mismo: las cosas salieron mal durante el turno de ustedes, así que se tienen que ir.

Pero ahora podemos ver que se está formando una tendencia más coherente. Tres economistas alemanes, Manuel Funke, Moritz Schularik y Christoph Trebesch, acaban de publicar un fascinante estudio basado en más de 800 elecciones en países occidentales en los últimos 150 años, cuyos resultados emparejaron con 100 crisis financieras. La conclusión principal del estudio es clara: “después de las crisis financieras, hay un vuelco abrupto a la derecha. En promedio, los votos a la extrema derecha aumentan un tercio durante los cinco años inmediatamente posteriores a una conmoción bancaria sistémica”.

El ejemplo más obvio y preocupante que a uno le viene a la cabeza es la Gran Depresión de los años treinta, inmediatamente posterior al derrumbe de Wall Street en 1929, pero la tendencia puede observarse incluso en los países escandinavos después de las crisis bancarias de principios de los noventa. De modo que no tiene sentido tratar de explicar, por decir algo, el ascenso del Frente Nacional en Francia por la falta de carisma personal y político del presidente François Hollande. Aquí hay en juego fuerzas mayores que su extravagante vida privada y su incapacidad para conectar con los votantes.

La segunda gran conclusión de Funke, Schularik y Trebesch es que gobernar se vuelve más difícil después de una crisis financiera, por dos motivos. El ascenso de la extrema derecha suele producirse en un contexto de fragmentación política, con más partidos y una proporción menor de votos al partido gobernante (sea de izquierda o derecha), lo que dificulta una acción legislativa decidida.

Al mismo tiempo, se produce un súbito aumento de la movilización extraparlamentaria: se multiplican las huelgas y se vuelven más largas, y las manifestaciones son más frecuentes y numerosas. Se debilita el control público de las calles. La cantidad promedio de marchas contra los gobiernos se triplica, la frecuencia de desmanes violentos se duplica y las huelgas generales aumentan al menos un tercio. En Grecia estas cifras han aumentado hace poco.

La única conclusión reconfortante de los tres economistas es que de a poco estos efectos van perdiendo fuerza. Los datos indican que después de cinco años, lo peor ya pasó. Pero no parece ser la forma en que se están dando las cosas en Europa, si pensamos en el último susto electoral en Francia, y ni hablar de Finlandia y Polonia, donde el poder ahora está en manos de populistas de derecha. Tal vez la respuesta sea que el reloj empieza a andar cinco años después de que la crisis está totalmente terminada, lo que todavía no ocurrió en Europa.

Así que parece que la política seguirá complicada por algún tiempo. Y los banqueros y financistas, a quienes se acusa de provocar la crisis, seguirán en el banquillo hasta que las expectativas de estabilidad económica y financiera de los votantes estén más uniformemente satisfechas.

Howard Davies, the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003), is Chairman of the Royal Bank of Scotland. He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducción: Esteban Flamini.

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