Las cordilleras de la paz

Nadie puede olvidar en Colombia algunos trágicos hechos, demasiado relacionados históricamente con la situación actual. Por ejemplo: durante largo tiempo, el partido Unión Patriótica (UP), inicialmente procedente de la fusión de varios grupos guerrilleros y auto­definido finalmente como socialdemócrata, negoció el fin de la lucha y la firma de la paz. Pero, una vez firmado el acuerdo, sus militantes empezaron a ser sistemáticamente exterminados. Entre 1987 y 1994 miles de miembros de la UP fueron asesinados incluyendo sus más destacados representantes, entre ellos numerosos diputados, senadores, concejales, alcaldes, e incluso dos candidatos presidenciales. En total, entre 3.500 y 5.000 de sus militantes fueron eliminados, sometidos a una caza implacable, perpetrada por grupos paramilitares, pero también por elementos del ejército y de los cuerpos de seguridad. Otro considerable número de sus miembros sólo pudieron salvarse en el el exilio y huyendo del país.

Igualmente permanece en la memoria colectiva lo ocurrido hace 26 años con los dirigentes de la formación guerrillera M-19. Tras unas negociaciones de un año de duración, en marzo de 1990, en un acto de gran emotividad y repercusión pública, su carismático líder, Carlos Pizarro, entregó simbólica y solemnemente “la última arma” de la guerrilla. A partir de ahí, y lograda la amnistía, se dedicó con los suyos a la política civil, preparando su candidatura a la presidencia de la República, al frente del Movimiento 19 de Abril. Candidatura para la cual los sondeos electorales le señalaban con excelentes expectativas.

Pero un mes y medio después del mencionado acto de entrega, Pizarro fue asesinado por un sicario dentro de un avión, en pleno vuelo comercial. Años más tarde se supo que su asesinato fue ordenado por Carlos Castaño, uno de los líderes más criminales de las llamadas AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) o, más simplemente, los “paramilitares”, bandas de forajidos uniformados, reclutados a sueldo, habituados por largas décadas a ejecutar los trabajos represivos más infames, a las órdenes de —o en estrecha complicidad con— el sector ultraderechista del Ejército y de la oligarquía terrateniente.

Con estos trágicos y no tan lejanos antecedentes, se comprende que los actuales guerrilleros de las FARC, sentados a la mesa negociadora de hoy, en busca de la paz de mañana, sientan sobre sus cabezas la misma amenaza de ayer. Recuerdan que otras veces sus antecesores negociaron, fueron amnistiados, dejaron las armas, y fueron después masacrados. Desde la perspectiva histórica, tienen sobradas razones para desconfiar. Pero también tienen hoy base —y apoyo internacional no despreciable— para pensar que esta vez va en serio, pues saben que la Colombia de hoy no es aquella de 1980 y 1990, y asumen que tienen que afrontar el riesgo de negociar, confiar y cumplir.

Finalmente, el 23 de junio se firmó el acuerdo para el alto el fuego. Queda una importante tarea, no precisamente sencilla: la concentración y agrupamiento de las tropas en los puntos señalados, así como la recogida y entrega de las armas, en un país con una dura geografía repleta de selvas, ríos y montañas, así como la presencia de otros grupos armados, e incluso de una facción disidente dentro de las propias FARC.

El presidente Juan Manuel Santos, ante esta disidencia, ha reaccionado en estos términos: “Aquellos que no cumplan lo acordado, serán perseguidos por el Ejército”. Como vemos, la voluntad del mandatario colombiano se mantiene firme, pese a la nueva y ya millonésima adversidad. Afortunadamente, el Estado Mayor de las FARC participa también de esa misma firmeza y voluntad. Conocen los riesgos y obstáculos, pero también siguen ahí, firmes en su propósito.

Es el momento de recordar la frase, pronunciada por el entonces jefe del equipo negociador, el comandante Iván Márquez, en uno de sus desplazamientos desde la selva colombiana hasta el Palacio de Convenciones de La Habana. Al presentar ante la prensa internacional a un nuevo contingente de mandos recién llegados entonces a Cuba para reanudar las conversaciones, dijo a los periodistas: “Aquí estamos los guerrilleros de las FARC, con toda nuestra artillería política, resueltos a jugárnosla por la paz de Colombia”. Y añadió enérgicamente: “La voluntad de paz de la guerrilla es tan alta como nuestras cordilleras.”

Prudencio García es profesor del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado de la UNED, Fellow del IUS de Chicago y exasesor en la Mesa de La Habana, invitado por el Alto Comisionado para la Paz de Colombia.

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