Las cuentas de Pedro Sánchez

El debate sobre si las elecciones del 26 de mayo van a ser la confirmación o el reverso de las de 28 de abril me recuerda el de las liebres sobre si eran galgos o podencos los perros que las perseguían: estéril. Se trata de elecciones distintas en circunstancias diferentes. De entrada, no son generales, sino municipales y autonómicas, con la coda de europeas, lo que cambia el escenario, los personajes y el ánimo. No es lo mismo elegir alcalde de tu pueblo o ciudad, donde priman los temas locales, que el presidente del país, en lo que prima la afinidad ideológica y los temas nacionales. Luego, hay un nuevo escenario, con el PSOE claro favorito, su efecto de arrastre, y un claro perdedor, el PP, aunque sigue siendo el segundo partido, lo que significa que muchos de los votos que se le fueron a Ciudadanos y a Vox, acabaron en PSOE. ¿Volverán esos votos al nido original? Nadie lo sabe.

Lo único seguro es que los dos bloques clásicos, el de izquierdas y el de derechas, están muy equilibrados globalmente, aunque unos miles de votos aquí y allá pueden producir un seísmo en pueblos, ciudades e incluso regiones. ¿Ha dejado de ser Vox la gran amenaza, al haber cosechado un notable número de escaños, pero no el aluvión que se temía? No lo sabemos porque sus seguidores, e incluso sus dirigentes se han mostrado reacios a mostrar todas sus cartas. Y en el otro extremo, ¿ha detenido Podemos la caída en picado que venía sufriendo, al haber adoptado Iglesias una actitud mucho más moderada en los debates y mostrarse incluso constitucionalista, eso sí, a su manera? Tampoco lo sabemos, ya que puede tratarse de pura estrategia electoral o bien haber reconocido que el radicalismo no le llevaba a ninguna parte. Incluso puede ocurrir que la paternidad haya cambiado su punto de vista político, aunque eso es aún menos plausible. Su forma de tratar a los suyos sigue siendo leninismo puro. De lo que sí se ha despedido es de marcar el rumbo a la izquierda española. Si quiere pintar algo en ella tendrá que adaptarse a las conveniencias de Sánchez, aceptando el rango y funciones que le señale. Que no son exactamente las que había soñado.

Pero la verdadera pugna de estas elecciones es entre el PP y Cs, quién lidera el centro o, exactamente, el centro derecha pues Sánchez no ha renunciado al centro izquierda, como hablaremos más tarde. El pulso entre Casado y Rivera, separados por no demasiados escaños y votos, es un auténtico duelo a primera sangre, al quedar desbancado el perdedor en el ámbito territorial, dominado hasta ahora por los populares, pero donde la coalición naranja ha hecho importantes incursiones, especialmente en las grandes ciudades, donde intentan imponerse, aunque sea como líderes de la oposición. Es la meta que se ha propuesto Rivera, su objetivo en estas elecciones, con un buen equipo y refuerzos llegados tanto del PP como del PSOE. Lo que, curiosamente, son un arma de doble filo, pues incide en su punto flaco: la versatilidad, el haber gobernado con unos y con otros, que deja la duda de si el voto que se les entrega no irá a parar justo al bando indeseado por quien lo deposita. Rivera ha combatido esa sospecha de la forma más radical posible: jurando, poco menos que sobre los Evangelios, que no formará gobierno con el PSOE, aunque dejando en el aire alianzas territoriales. Pero a día de hoy -mañana es otra cosa-, no hay en la escena política española un enemigo mayor de Pedro Sánchez que Albert Rivera, con quien llegó a firmar un amplio acuerdo de gobierno para derribar a Rajoy, que se fue el traste por la oposición de Iglesias. ¡Lo que cambian las cosas!

En este escenario resbaladizo como una pista de hielo, ha emergido un hecho que encuentro positivo o, al menos, no negativo como el resto. Me refiero al acuerdo sobre la Mesa del Congreso, órgano minúsculo, pero importantísimo, pues es el que decide la agenda del mismo. Lo forman nueve miembros, esta vez de sólo cuatro partidos. El PSOE tendrá tres plazas, Podemos dos (es decir, forman mayoría absoluta), PP y Cs dos cada uno. Quedándose fuera los nacionalistas y Vox. Que este último no entre no debe de extrañar, pues se ha ganado la inquina de todos (gracias a la que ha cosechado tantos votos de protesta), pero que el PNV, siempre en la Mesa pese a su escasísima representación parlamentaria, se quede sin plaza es una novedad, como para sus colegas catalanes, acostumbrados a que se les tuviera en cuenta. Pero que los nacionalistas dejen de determinar la política española, como venía ocurriendo, es lo que me hace considerarlo una buena noticia. Aunque habrá que esperar a ver si se confirma, pues queda la posibilidad de que el PSOE ceda una de sus tres plazas a ERC, si decide apoyar la presidencia de Sánchez, ya que cedérsela a Junts per Catalunya (sucesora de Convergencia) parece descartado, tras haberse ido al monte con Puigdemont y Torra.

Son rasgos que nos permiten vislumbrar las líneas generales del nuevo mandato de Sánchez. De entrada, está dispuesto a seguir gobernando en solitario. Si fue capaz con 84 diputados, mejor podrá hacerlo con 123, y el apoyo de unos u otros según el tema. Ello le permitirá situarse en el centro y proclamarse el primer socialdemócrata europeo que ha contenido a la extrema derecha. Teóricamente es cierto. Pero los problemas vendrán al llevar a la práctica su «agenda social», influida por Podemos. A las subidas del salario mínimo y pensiones más bajas, ha seguido la normativa de fichaje de horario de trabajadores, para contabilizar las horas extras, lo que no será problema para las grandes expresas pero para las pequeñas y autónomos va a significar tal carga que algunas no podrán aguantar. Y son las que más empleo crean. Por si fuera poco, promete reformar la financiación autonómica, auténtico ogro que ha devorado todos los intentos de hacerla justa y equitativa. Pero son tantos los factores que incluye y los intereses envueltos que nadie lo ha logrado.

Lo que sí va a conseguir es subir los impuestos «a los más ricos», aunque por experiencia sabemos que, al final, los paga la clase media, como ha pasado con el diésel. Su arma secreta para hincar el diente al problema catalán es Iceta. Al frente del Senado, podrá frenar la aplicación del 155, conceder más competencias a Cataluña y avanzar hacia un modelo federal de Estado. Pero, los secesionistas no parecen dispuestos a apoyarlo ni se contentan con un federalismo asimétrico. Dicen que han ido demasiado lejos para renunciar a la independencia, que nadie puede darles. La guinda la pone la espantada de la fragata española del Golfo Pérsico, que tensa las relaciones con Washington, donde ya no está Obama, sino Trump, para quien el que no está con él, está contra él. Quiero decir que las cuentas de Pedro Sánchez pueden resultar las de la lechera. Aunque de una cosa pueden estar seguros: no va a salir de La Moncloa voluntariamente, usará todos los subterfugios, tretas, mañas, artimañas y artificios para prolongar su estancia en ella. En lo que encontrará preciosa ayuda en la derecha peleada entre sí. Pero es la que hemos elegido. Así que nadie proteste. Sarna con gusto no pica.

José María Carrascal, periodista.

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