Las dos caras de Israel

Desde hace varias generaciones, personas de todo el mundo han estado donando árboles a Israel a través del Fondo Nacional Judío (F.N.J.).

“Plantar un árbol en Israel es la mejor manera de demostrar que a usted le importa”, dice el F.N.J. en su sitio Web. Con un donativo de $18 se compra un árbol, se vuelve verde el desierto, se protege el ambiente y al acosado estado judío. El fondo afirma que a la fecha ha plantado 250 millones de árboles.

Sin embargo, aquí en el desierto del Néguev, en el sur de Israel, las cosas parecen más complicadas. Los árabes beduinos, los habitantes originales de la zona, dicen que están siendo expulsados de sus tierras a causa de los árboles patrocinados por esos bien intencionados donantes.

“Cada uno de esos árboles es un soldado que causa la destrucción de nuestras comunidades, de nuestras vidas”, me dijo el jeque Sayakh Al Turi, un líder beduino. “Todos esos árboles se plantan en tierras de beduinos que siguen viviendo ahí.”

Su hijo Aziz dice que el Fondo Nacional Judío ha destruido cientos de sus árboles frutales y de olivos, para después replantar la zona con árboles nuevos que desplazan a los beduinos. “Quieren borrar nuestra historia y plantar la historia judía”, afirma Aziz.

El rabí Arik Ascherman, presidente de Rabinos por los Derechos Humanos, grupo que está apoyando a los beduinos, esta de acuerdo.

“El Fondo Nacional Judío hace muchas cosas buenas, pero este es su lado oscuro”, aseguró. “Casi en cualquier parte a la que vayamos en este país donde haya un bosque del F.N.J., veremos, en el fondo, las ruinas de un poblado árabe.”

“Yo, como sionista, pienso que tengo un lugar aquí”, agregó Ascherman, “pero no quiero estar aquí desplazando a Aziz.”

El F.N.J. ve las cosas de otro modo y explica que el problema fundamental no son los árboles sino la pobreza de los beduinos. Russell Robinson, director general del fondo, asegura que este cumple con la ley israelí y los planes de reforestación, y que tiene algunos programas para combatir directamente la pobreza de los beduinos.

Eso es verdad y sus campañas contra la pobreza son admirables. Empero, no creo que las personas que han donado árboles se sentirían muy bien después de conocer a algunos de los beduinos desplazados. Además, plantar árboles suscita cuestiones más amplias. En momentos en que la directiva israelí es de línea dura, ¿cómo pueden los extranjeros apoyar a Israel sin oprimir involuntariamente a los árabes?

El desierto del Néguev es parte misma de Israel, no como Cisjordania, y esos beduinos son ciudadanos israelíes. Pero Israel está desplazando a los beduinos de sus tierras y destruyendo sus casas de una forma que no sucedería si se tratara de judíos.

“En muchos sentidos tenemos una democracia increíblemente fuerte”, observa Ascherman, señalando la amplitud del debate político. Sin embargo esto no siempre le da resultados a la minoría árabe.

También es una democracia con contradicciones. En Cisjordania los judíos votan, pero no los palestinos. Un niño judío nacido en Chicago tiene derecho a la ciudadanía israelí, pero no un niño palestino cuyas raíces estén en Haifa.

Los más o menos 200.000 beduinos reflejan las fallas de la democracia israelí. El gobierno no reconoce sus pretensiones sobre las tierras. Ha arrasado sus poblados y los ha arreado a desolados pueblos modernos que básicamente son el equivalente israelí de las reservaciones indias en Estados Unidos.

El poblado de el jeque Al Turi, Al Aeaqib, fue arrasado hace varios años. Cuando hablé con los beduinos, estaban apiñados en chozas temporales. Y al día siguiente, las autoridades derribaron también esas chozas.

En mi visita al Néguev pude ver las dos caras de Israel. Una es la próspera democracia que admiramos muchos, la que concede a los insatisfechos ciudadanos árabes libertad de expresión y derecho al voto, la que trata a los sirios heridos al otro lado de sus fronteras, la que nutre a una sociedad civil que defiende a los beduinos. Ese es el Israel que cualquiera puede apoyar sin temor a lastimar a los árabes. Cualquiera plantaría un árbol en ese Israel. (De hecho, el grupo de Rabinos por los Derechos Humanos tiene su propio programa de plantación de árboles.)

Pero la otra cara es la que ha estado ganando terreno. Es más nacionalista, más militarista, más determinada a desplazar a los palestinos de Cisjordania, más ansiosa de despachar a Estados Unidos a bombardear las plantas nucleares de Irán. Ese es el Israel que el Primer Ministro Benyamin Netanyahu va a representar en su discurso ante el Congreso en Washington programado para esta semana.

Ese es también el Israel que antagoniza a muchos europeos y estadounidenses.

Las políticas de mano dura de Netanyahu están haciendo que el apoyo en Estados Unidos deje de ser un asunto bipartidista para convertirse en algo republicano. Un sondeo publicado en diciembre encontró que 51 por ciento de republicanos querían que Estados Unidos se inclinara en favor de Israel, pero solo 17 por ciento de demócratas están de acuerdo en eso (la mayoría preferiría que no se inclinara en ningún sentido). El sector estadounidense que más apoya al gobierno Israelí es cada vez menos judío y más cristiano evangélico.

Ahora que se acerca el discurso de Netanyahu, los políticos estadounidenses van a pavonearse y a luchar por demostrar sus credenciales “pro-israelíes”. Así que este es un buen momento para recordar que la verdadera cuestión es decidir a cuál Israel vamos a apoyar.

Nicholas Kristof, journalist.

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