Las elecciones en Líbano o las siete trompetas del apocalipsis

El análisis de Oriente Medio se presta en muchas ocasiones a la precipitación y el alarmismo. El deseo de entender lo complejo y anticiparnos a un futuro necesariamente incierto engendra la prisa por reaccionar. El problema surge cuando, si no tenemos nada sólido que decir pero tenemos prisa por decir algo, nos subimos al carro del catastrofismo apocalíptico. Que Trump se retire del acuerdo nuclear con Irán nos puede llevar a profetizar desde un proceso de escala regional, a un ataque de/a Israel, hasta un proceso de escalada global y finalmente el Armagedón atómico. Que Israel bombardea los Altos del Golán, hay quien intuye un proceso de escalada, un ataque de Siria o Irán y la guerra total. Eso tan sólo en los últimos días. Ante unas certezas limitadas, el fatalismo irreflexivo vence, se impone (y vende). Las elecciones parlamentarias en el Líbano del pasado 6 de mayo no han sido una excepción.

Las certezas. Son las primeras elecciones legislativas desde 2009, tras múltiples posposiciones, la caída de dos gobiernos y una vacante presidencial de más de dos años en 2014. La participación ha sido muy baja, no alcanzando el umbral del 50 por ciento, dando fe de la desafección política generalizada. La nueva ley electoral aprobada el año pasado no ha tenido el impacto esperado, a saber, favorecer la elección de candidatos fuera del circuito habitual (sólo una activista social lo ha conseguido). El partido del primer ministro Saad Hariri, el Movimiento del Futuro, ha perdido un tercio de sus diputados, pasando de 33 a 21 –en un parlamento de 128 escaños-. La lista unitaria de Hizbollah y Amal –el otro partido con el que se disputa el espectro chií- ha obtenido 28 escaños, sólo dos más de los que obtuvieron por separado en los últimos comicios de 2009. El Movimiento Patriótico Libre del presidente Michel Aoun ha subido dos escaños. Así, la coalición a tres del “Movimiento 8 de marzo” (entre Aoun, Hizbollah y Amal) ha alcanzado un número de escaños suficientes como para garantizarse, en caso de que el pacto sobreviva, un tercio de los votos del parlamento. Eso los convierte en actor veto en un sistema que requiere dos tercios del parlamento para que las grandes decisiones tiren hacia adelante (confirmación presidencial, cambio constitucional, etc.).

Frente a tales certezas han florecido las exageraciones precipitadas o directamente malintencionadas. A las pocas horas de anunciarse los resultados provisionales, el ministro de educación israelí, Naftali Bennett, sentenció a través de Twitter: “Líbano = Hizbollah”. El razonamiento vendría a decir que las elecciones las ha ganado Hizbollah y eso significa que el “partido de Dios” va a gobernar a partir de ahora en Líbano. Falso. Pese al reequilibrio de fuerzas, no esperen que la victoria relativa -que no absoluta- de Hizbollah se traduzca en que éste vaya a poder formar gobierno. Según el Pacto Nacional de 1943 y los Acuerdos de Taif de 1989, el gobierno ha de estar presidido por un musulmán suní y el Movimiento del Futuro sigue siendo el mejor posicionado para formar gobierno. Además, la crisis de diciembre de 2016 se saldó con la gestación de un gobierno de unidad nacional dirigido por Hariri donde están representados todos los partidos. Los resultados de las elecciones probablemente garantizarán la reedición del gobierno de unidad ante la imposibilidad de alternativas viables y sostenibles en el tiempo. Es harto probable que tan sólo se altere la composición del gabinete en favor de las fuerzas del “Movimiento 8 de marzo” -hasta ahora, de los treinta ministerios sólo cinco estaban controlados por el tándem Amal-Hizbollah-. Pese a que el acuerdo sobre la constitución de gobierno se puede demorar meses (cabrá decidir cómo se modifica la fórmula de reparto actual entre las fuerzas libanesas, quién se queda con la influyente cartera de finanzas, etc.), Hariri sigue mejor posicionado que nadie. Hassan Nasrallah, líder de Hizbollah, no va a ser el próximo primer ministro, y el Líbano seguirá marcado por la fragmentación política interna.

El segundo arrebato extendido estos días viene a imponer una lectura estrictamente regional sobre lo que ha sucedido en Líbano. Se señala como el contexto está marcado por un lado por la confrontación de los países del Golfo con Irán –expresados fundamentalmente en Siria e intentando acomodar la salida de Washington del pacto nuclear- y la creciente tensión entre israelíes y palestinos –traslado de embajada norteamericana mediante-, por el otro. Así, la victoria electoral de Hizbollah transformaría el Líbano en una sucursal de Irán en el Levante desde la que exportar violencia subversiva y asentar cualquier proyecto regional del “Eje de la Resistencia”. Improbable. Por activa y por pasiva todas y cada una de las fuerzas políticas libanesas han manifestado que su prioridad absoluta es la estabilidad doméstica del país. La primera de ellas, Hizbollah. Va en contra de los intereses más directos del “partido de Dios” ser percibida por los libaneses como un apéndice de Teherán que contribuye a que los conflictos regionales permeen todavía más en la política doméstica. El Líbano está harto de ser el terreno de batalla para la confrontación de terceros. Especialmente, tras la dramática escenificación de la dimisión y posterior rehabilitación de Saad Hariri en Arabia Saudí el año pasado. Las prioridades pasan necesariamente por solucionar los graves problemas internos: una economía en crisis perenne, los cortes de energía recurrentes, la gestión de los refugiados, etc. Cualquiera que ocupe una cartera ministerial no tendrá más remedio que dejar de lado todo aquello que pase más allá de las fronteras del Líbano. Además, cabe tener en cuenta la bicefalia de Hizbollah entre la rama político-social -fundamentalmente doméstica y responsable de la política institucional del partido en Líbano- y la miliciana –al frente de su estrategia exterior y responsable de la acción militar en Siria-. A la luz de las declaraciones de Nasrallah desde las elecciones, es muy probable que la primera no vaya a ceder espacio ante la segunda. Asentarse como actor político legítimo en el contexto libanés y demostrarse capaz de gestionar lo público encabezará su lista de prioridades.

En suma, las certezas son pocas y el dramatismo de reacción rápida excesivo. Los resultados electorales ponen delante de nosotros una plétora de escenarios posibles, pero en ningún caso significan que estamos necesariamente delante de una transformación profunda de la política libanesa o del orden regional en Oriente Medio. Hay mucho margen para que sucedan cambios, pero no demos por muertos a la continuidad y al estatu quo. Las trompetas del apocalipsis están todavía por sonar en el Monte Líbano.

Jordi Quero, investigador, CIDOB.

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