Las elecciones parlamentarias en Venezuela: una doble derrota

El madurismo recuperó la Asamblea Nacional, dominada desde 2015 por los partidos de oposición, por una mayoría del 72% de los votos, que se tradujo en 253 de los 277 escaños del parlamento venezolano, un 91,3%. Con ello, las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2020 ponen fin a dos años de tira y afloja entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Sin oposición, la coalición oficial Gran Polo Patriótico sólo cedió una pequeña cuota de poder a los pocos partidos que hacen de oposición oficial y que habían participado en la Mesa de Diálogo convocada por Maduro para legitimar el 6D. El régimen ganó el choque de trenes por no ceder ningún espacio a la oposición, pero perdió la “batalla” de la movilización: el altísimo abstencionismo, entre el 70% y el 80%, indica que la amenaza de Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, de “quien no vote, no come”, no asustó demasiado al electorado; ni tampoco surtió efecto prolongar el horario electoral o ir casa por casa para movilizar a los votantes.

La oposición optó por boicotear las elecciones y convocar una consulta popular online y presencial, llamada “Venezuela alza la voz contra Maduro”, para reclamar el cese del gobierno, el no reconocimiento del 6D y el rescate de la democracia. Con su boicot a unas elecciones que, como ocurre en todas las dictaduras, no eran limpias ni contaban con observadores internacionales, la oposición congregada en torno a las figuras emblemáticas de Juan Guaidó y Leopoldo López se metió un autogol y entregó la Asamblea Nacional al madurismo. Durante la dictadura chilena, la oposición a Pinochet decidió en 1988 participar en un referéndum, a pesar de que su única finalidad era legitimar al régimen, porque lo vio como una oportunidad histórica y, contra todo pronóstico, lo ganó. Salvando las diferencias, también el 6D podría haber sido aprovechado por los adversarios de Maduro al menos para arrinconarle y movilizar una importante parte de la población contra él en un momento pésimo para el régimen que ni siquiera garantiza los suministros básicos, como luz, agua y alimentos de primera necesidad, y ha hundido el país en la miseria.

No participar será políticamente correcto, pero de poco sirve para “sacar al usurpador del poder” como pretenden la mayoría de los partidos opositores. Su estrategia de resignación pasiva sólo consolidará el régimen. Además, esta derrota contiene muchas incógnitas. Al dejar de ser presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó también perderá la legitimidad de reclamar la “presidencia interina” del país y con ello el respaldo de los 60 países que le apoyaron en estos dos últimos años. El boicot al 6D también equivale a una renuncia de la oposición a seguir peleando a través de las instituciones, porque permitió el control de todos los poderes por parte del oficialismo, no por la fuerza, sino por la vía electoral, sin resistencia por parte de una oposición dividida, debilitada y sin la legitimidad inicial que tenía en enero de 2019. Defraudaron a sus votantes y a la parte de la comunidad internacional que había apostado por Juan Guaidó. Subestimaron el poder del régimen y la fusión de un gobierno cívico-militar que no les permitió dividir a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), confiaron demasiado en el apoyo (militar) de EE.UU., no lograron articular una estrategia creíble de inicio de una transición democrática, y se dividieron entre varias figuras y vertientes políticas. Con la salida del país de Leopoldo López tras más de un año en la Embajada de España, la oposición perdió a su principal portavoz internacional con gran capacidad de movilización. Aunque la salida de López es legítima y comprensible ante el riesgo de entrar nuevamente en prisión, actuar y organizar la resistencia desde España no es lo mismo que hacerlo viviendo en el país. Por lo que respecta a Juan Guaidó, una vez fuera de la Asamblea Nacional, es probable que el líder opositor también se plantee si seguir o no luchando desde el interior del país, asumiendo el riesgo de que el régimen lo encarcele, o si emprender el camino del exilio.

El madurismo ya ejerce un poder hegemónico y se ha blindado contra una oposición que apenas representa una amenaza. Sus adversarios opositores no han sido capaces de construir una alternativa al poder que, ante su situación de desventaja política, exige sobre todo unidad. Esta es una importante lección que ofrece el caso chileno, donde la coalición de partidos Concertación (de Partidos por la Democracia) se mantuvo unida durante 25 años frente a la amenaza del retorno del autoritarismo, pese a sus enormes diferencias de liderazgo e ideología.

La comunidad internacional sigue dividida entre el apoyo a Juan Guaidó y a Nicolás Maduro. En un viaje a Venezuela, en noviembre de 2020, el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, intentó sin éxito negociar un retraso de las elecciones. Tanto EE.UU., como la UE y la OEA no reconocieron los resultados de los comicios del 6D por considerarlos fraudulentos y poco competitivos. Aun así, cabe esperar que muchos países que apostaron por Guaidó, finalmente se verán obligados a reconocer el Gobierno de Maduro, ya que si la oposición abandona el espacio institucional desaparece la alternativa diplomática. En este sentido, la próxima salida de Guaidó de la Asamblea Nacional también será una derrota de los 60 Estados que habían apoyado su apuesta por una transición democrática. Sin embargo, el fracaso de esta apuesta se debe a varios factores: la subestimada capacidad de resistencia y unidad del régimen; el apoyo de Cuba, China y Rusia a Maduro; la debilidad de una oposición que sigue fragmentada; y las sanciones de EE.UU. y de la UE que los gobiernos autoritarios contestan con su retórica del enemigo externo.

El 6D escenificó la debilidad del régimen y de la oposición, sin ofrecer una salida al trágico juego político venezolano que permita reconstruir el país. A no ser que surja un nuevo liderazgo en la oposición o empeore la crisis humanitaria para que el régimen vuelva a la mesa de negociación, el desgaste de todos los actores deja sólo dos escenarios: la consolidación del autoritarismo electoral en el poder o un levantamiento popular.

Susanne Gratius, investigadora sénior asociada, CIDOB, profesora y directora del Dpto. de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UAM.

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