Las elecciones parlamentarias rusas de septiembre de 2016

Tema

El pasado 18 de septiembre se celebraron elecciones parlamentarias en Rusia.

Resumen

Se analizan las claves de la victoria con mayoría absoluta del partido Rusia Unida en las últimas elecciones parlamentarias, así como la composición de la futura Duma y la estrategia del Kremlin con vistas a establecer un modelo de gobierno y un marco legal para garantizar el statu quo político.

Análisis

La victoria de Rusia Unida1

La victoria contundente de Rusia Unida en las últimas elecciones legislativas –con 343 escaños de los 450 de la Duma (más del 54% del voto, un 5% más que en las elecciones de 2011)– es consecuencia del control por el régimen autocrático de Vladimir Putin del sistema político ruso, del papel personal de Putin en la campaña electoral, de la incapacidad mostrada por los partidos de la oposición para capitalizar el descontento popular por el empeoramiento de la situación económica, y de la apatía política de la mayoría de los ciudadanos rusos, que están convencidos de que el gobierno actual no transferirá su poder a través de las elecciones (solo el 47,81% del censo ha votado, en 2011 fue un 60,21%). La participación ciudadana ha sido la más baja en unas elecciones desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991. Este hecho cuestiona la legitimidad de la composición de la futura Duma.

El endurecimiento del control del sistema político comenzó frente a las manifestaciones masivas contra el fraude electoral tras las elecciones legislativas de diciembre de 2011, cuando miles de ciudadanos de Moscú y San Petersburgo salieron a la calle. A la sazón, Rusia Unida se habría hecho, supuestamente, con el 49,32% de los votos (238 escaños, 105 menos que ahora). El control del sistema político encajó en la nueva estrategia del Kremlin de “estabilidad flexible”. Su objetivo es mantener el sistema político autocrático (cuyo marco legal no impuso Putin sino Boris Yeltsin en la Constitución de 1993, que otorga poderes presidenciales excesivos) con concesiones parciales y represión dirigida a blancos concretos: líderes y partidos de la oposición, ONGs o, en fin, cualquier ciudadano sospechoso de colaborar con una entidad extranjera. Así, por ejemplo, el pasado 5 de septiembre, el muy respetable centro de la opinión pública –Levada– fue definido como “agente extranjero” (el hecho es que había publicado una encuesta que reflejaba el apoyo de sólo un 31% al partido Rusia Unida).

Para impedir la repetición de las protestas masivas que hicieron tambalearse el poder del Kremlin, se aprobaron en 2012 cuatro nuevas leyes cuyo fin era legalizar la represión política y frustrar cualquier intento de la oposición de competir políticamente. La Ley de Manifestaciones contempla la posibilidad de multar con 9.300 euros a cualquier ciudadano por manifestarse. La Ley de Internet implicaba la creación de una comisión que podría suspender las páginas web “peligrosas” para los jóvenes (no sólo las páginas de contenido pornográfico, sino también otras). El Kremlin cree en la existencia de un “enemigo interior” que supuestamente recibiría ayuda de los “enemigos exteriores” (EEUU y Europa). Frente al enemigo interior, Putin intenta movilizar a las fuerzas conservadoras del país, que apoyan la dominación estatal completa y se basan en los valores del nacionalismo étnico y en la Iglesia Ortodoxa. En abril de este año se creó la Guardia Nacional “para la lucha contra el terrorismo”, un servicio de seguridad que no está subordinado a ninguno de los existentes (Ministerio del Interior, Policía y Servicio Secreto), pero con derecho a interferir en el trabajo de todos ellos. La Ley Electoral ha cambiado 900 veces desde 2002.

Para favorecer el éxito de Rusia Unida se cambió la fecha de las elecciones, adelantándolas desde diciembre al 18 de septiembre en virtud de una ley votada en la Duma (con 339 votos a favor y 102 en contra). El objetivo del cambio de fecha era situar la campaña electoral en el período vacacional veraniego.

Las limitaciones de la competitividad política que se reflejan en el resultado de las últimas elecciones legislativas son inherentes al sistema político que el mismo Kremlin define como “democracia soberana” (otras denominaciones de la democracia con adjetivo con la misma connotación son: democracia dirigida, imitativa o iliberal). La diferencia entre la “democracia soberana” y la democracia es la que hay entre una camisa de fuerza y una camisa, como observó con acierto Timothy Garton Ash, refiriéndose al régimen ruso.

El sistema pluripartidista ruso supone la existencia de tres grupos de partidos: oficialista (Rusia Unida), los partidos de la oposición “oficial” (creados por el Kremlin para fingir un sistema pluripartidista, como por ejemplo el Partido Rusia Justa) y la oposición “no oficial” (partidos de la oposición liberal –la coalición PARNAS y Yabolko– o los que no han cumplido con los requisitos para registrarse como partidos políticos).

Los miembros del partido Rusia Unida apenas han participado en la campaña electoral, porque el Kremlin controla la mayoría de los medios de comunicación y, sobre todo, porque Vladimir Putin, el mayor activo político del partido ha participado activamente en ella, como en una especie de precampaña electoral de las elecciones presidenciales de 2018, en las que lo más probable es que repita como candidato para su cuarto mandato presidencial.

A pesar de la difícil situación económica, Putin ha sabido capitalizar su popularidad con la anexión de Crimea en 2014, el apoyo a los rebeldes pro rusos en el este de Ucrania y la intervención en Siria, donde ha desafiado la política de EEUU. Aunque hay indicios de que el fervor patriótico se está derritiendo en el choque con la realidad de la pésima situación económica, Putin sigue siendo un símbolo de la perfecta unión entre la política exterior (encarnando la nostalgia del poder imperial de Rusia y la aspiración de recuperar el estatus de gran potencia) e interior (garante de la estabilidad económica y política).

Posiblemente, la parte más espectacular de la campaña electoral ha sido una serie de destituciones políticas de sus amigos personales, que ha sorprendido a la opinión pública. Las de Igor Sechin (viceprimer ministro) por “sobreponer intereses corporativos por encima de los estatales”, Vladimir Yakunin (presidente del Ferrocarril estatal) y Sergéi Ivanov (jefe del gabinete), y el nombramiento como gobernadores de algunas regiones de Rusia de personas de la oposición oficial. Las destituciones y nuevos nombramientos de gente más joven y competente demuestran que la lealtad personal y la amistad con el presidente ya no son factores fundamentales para mantenerse en el poder. Estos cambios se deben al aumento de la desconfianza de Putin hacia sus más cercanos colaboradores. Su giro “geopolítico” en política exterior condiciona una mayor dependencia de los militares y de los miembros de los servicios de seguridad, así como su decisión de introducir más profesionales y tecnócratas en el gobierno, porque la crisis económica exige gente más profesional. Ya nadie trabaja con el presidente, sino que todos trabajan para el presidente.

El hecho de que los partidos de la oposición no hayan sabido capitalizar el descontento popular después de las protestas masivas de los “ciudadanos enfadados” (denominador común del Kremlin) por el fraude electoral en 2011 y por la difícil situación económica muestra la impotencia e inmadurez política de sus líderes, incapaces de unirse en torno a un programa político común contra el régimen.

La alta abstención en las últimas elecciones parlamentarias refleja una cada vez mayor desconfianza en el que el régimen pueda garantizar un cambio legal del gobierno. Otra muy significativa señal de inercia popular es el hecho de que las irregularidades en la votación detectadas en regiones remotas del país (como, por ejemplo, el video de una mujer introduciendo tres papeletas en la caja de los votos, o la salida a la luz de presiones sobre los estudiantes de las universidades públicas que disfrutan de becas estatales) no han provocado protestas masivas, al contrario que en 2011.

En este sentido, y a pesar de que los objetivos del Kremlin eran incompatibles –presentar el proceso electoral como limpio, legal y legítimo e impedir la victoria de los partidos de la oposición–, el régimen ha conseguido su objetivo: ganar con mayoría absoluta e impedir protestas masivas en su contra.

La composición de la futura Duma

A diferencia de las elecciones de 2011, en las que participaron siete partidos políticos, este año han competido en los comicios 14. Este aumento significativo se debe a una relajación de las condiciones electorales con el propósito de dispersar el voto de la oposición y a la convicción del Kremlin que no pueden amenazar su predominio político. A pesar de ello, los cuatro partidos que hasta ahora tenían presencia en la Duma seguirán ocupando sus escaños, aunque en diferente proporción: Rusia Unida (238 escaños en 2011 frente a 343 en 2016), el Partido Comunista (92 frente a 42), el Partido Liberal Demócrata de Rusia –a pesar de su nombre, de signo ultra nacionalista– (56 frente a 39) y Rusia Justa (65 frente a 23). Yabloko y PARNAS no han conseguido el 5% de los votos exigidos para tener representación en la Cámara baja. De los 450 escaños, 225 son elegidos por las listas de los partidos y otros 225 por la elección directa de los representantes individuales de los partidos.

En sus primeras declaraciones sobre la victoria de Rusia Unida, Vladimir Putin ha afirmado que los ciudadanos rusos, a pesar de las dificultades económicas que están viviendo, han apoyado al partido que les puede garantizar orden y seguridad. Es cierto que la mayoría de los ciudadanos rusos teme los cambios democráticos, debido al fracaso a la transición a la democracia en los años 90, que llevó al caos económico y político. Ahora, muchos de ellos anteponen el orden y la seguridad a la libertad individual. Rusia no es un país para liberales.

La ausencia de un cambio real en la composición de la Duma no significa que no habrá cambio alguno en la política rusa en un futuro próximo. El régimen es consciente de que los cambios políticos son muy necesarios. La cuestión clave es si el Kremlin será capaz de encontrar un modelo político para perpetuarse en el poder.

La estrategia del Kremlin para perpetuarse en el poder

Las elecciones parlamentarias han supuesto un test de la fuerza del sistema actual del Kremlin y la preparación para las elecciones presidenciales de 2018. Su objetivo principal es preservar el poder actual de las elites políticas, de los oligarcas y del presidente, sin hacer reformas sustanciales. La estrategia del Kremlin seguirá siendo la misma que introdujo en 2012, la “estabilidad flexible”, pero con la novedad de un mayor número de tecnócratas en el gobierno (lo que no indicaría que el poder no pertenece sólo a Putin y a su reducido círculo de amigos, sino que los profesionales serán cada vez más valorados para los puestos clave) y de ciertas reformas económicas.

El Estado “modernitario” –que Josef Joffe definió como el régimen autoritario que intenta introducir la modernización en el sistema económico y que se basa en el monopolio de la redistribución de los beneficios sociales y económicos– está a punto de estallar debido a la corrupción generalizada y a la crisis económica aguda. El régimen continuará con las medidas de austeridad que suponen aún mayores recortes en el gasto social, la reorganización de los sistemas educativo y sanitario, y el incumplimiento de la promesa de incrementar las pensiones. Las consecuencias de ello no son previsibles, toda vez que es conocida la disposición del pueblo ruso para sacrificarse por lo que considera su interés nacional. Mientras el régimen tenga éxito en convencer a los rusos de que sus males vienen de los “enemigos exteriores de Rusia” (Occidente), y no de la corrupción y de la falta de sustanciales reformas estructurales y políticas, se mantendrá en el poder.

La supervivencia del régimen a largo plazo depende de reformas estructurales, pero no está claro cuándo y cómo piensan realizarlas.

Conclusiones

Las últimas elecciones legislativas rusas demuestran que hasta ahora el Kremlin ha controlado con éxito el sistema político ruso, lo que ha fortalecido el régimen autocrático de Vladimir Putin. Sin embargo, para perpetuarse en el poder, el régimen tendrá que hacer cambios. La naturaleza de estos cambios todavía no está clara. Teniendo en cuenta las características de los actores actuales –la oposición inexistente, el régimen autocrático y la apatía política de los ciudadanos–, más que cambios sustanciales se tratará de ciertas concesiones, porque el principal objetivo del gobierno es conservar el statu quo político, es decir, no perder el poder.

Lo más decepcionante del desarrollo político de Rusia tras el colapso general del comunismo ha sido el fracaso en la transición a la democracia, debido al pasado imperial del país y a la creencia, vigente desde la época de Catalina la Grande (1729-1796), la “déspota ilustrada”, de que sólo un fuerte poder central puede gobernar con éxito Rusia, y de que las revoluciones liberales no han sido el resultado de la fuerza y presión del poder autocrático, sino de su debilidad.

Mira Milosevich-Juaristi, Investigadora senior asociada, Real Instituto Elcano.


1 El partido Rusia Unida fue creado en 2001 por la unión de tres grupos parlamentarios: “Unidad”, “Patria” y “Toda Rusia”. El partido nunca llegó a adoptar oficialmente un programa y hasta 2008 se definía como una fuerza sin ideología (el artículo 13 de la Constitución rusa de 1993 prohíbe cualquier ideología “patrocinada por el Estado” u “obligatoria”). Desde 2008 se define como un partido conservador. El presidente ruso Vladimir Putin nunca fue miembro de Rusia Unida, aunque sí tres veces su candidato en elecciones presidenciales.

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