Las enseñanzas de la crisis griega

Remontémonos a marzo del 2010. Fueron varias semanas de intensas consultas, llamadas telefónicas y un sinfín de reuniones. La tensión crecía por momentos, no solo en el Eurogrupo, sino también con nuestros socios internacionales. Pero, pese a todo, prevaleció entre los europeos el sentido de la determinación y la solidaridad: «O nadamos juntos o nos hundimos juntos».

Llegó mayo. El Eurogrupo acordó un plan de apoyo a Grecia consistente en un préstamo conjunto de la zona euro y el FMI y subordinado a la firme aplicación de un programa de ajuste creíble para devolver a la economía griega unas bases sólidas. Era esta una respuesta decisiva para preservar la estabilidad financiera de toda la zona euro y afrontar los desequilibrios subyacentes de Grecia.

Estamos en agosto. Ha concluido la primera evaluación de la aplicación del programa. Las autoridades griegas han demostrado su determinación a la hora de tomar las medidas radicales, y en ocasiones dolorosas, que se requieren para invertir una situación insostenible. Los resultados son alentadores. El saneamiento presupuestario va progresando, a raíz de unas medidas de ajuste que totalizan en torno al 8% del PIB en el 2010. Las reformas de la gobernanza presupuestaria han avanzado, por ejemplo en la lucha contra la evasión fiscal. Las reformas estructurales van franqueando etapas, del mercado laboral y las pensiones al entorno empresarial, y algunas de ellas se están realizando antes de lo planeado. Además, el establecimiento de un nuevo fondo de estabilidad incrementa la capacidad de resistencia del sistema financiero.

De cara al futuro, serán fundamentales una aplicación rigurosa de las medidas acordadas y, cuando sea posible, la superación de los objetivos fijados (por ejemplo, en materia de ejecución presupuestaria) a fin de adquirir de nuevo credibilidad y hacer frente a los desequilibrios. Las reformas estructurales, entre ellas una mayor liberalización y desregulación en diversos sectores, deben proseguir para mejorar el crecimiento y el empleo e incrementar la competitividad.

El ambicioso programa griego, que se concentra en la primera parte del periodo de referencia, se halla en el buen camino para lograr el retorno de la estabilidad macroeconómica y financiera y un crecimiento más fuerte y equilibrado a medio plazo. La determinación mostrada al aplicarlo reforzará también, previsiblemente, su credibilidad, así como la confianza de ciudadanos e inversores.

Soy consciente de que el empuje de la reforma griega no ha erradicado aún por completo la inquietud que suscita la reestructuración de la deuda. Con todo, creo que esa inquietud no está justificada, y ello por varios motivos interrelacionados. En primer lugar, y si bien el programa es ambicioso, también es realista. La senda de ajuste presupuestario del programa integra una dinámica sostenible de la deuda, partiendo de un escenario macroeconómico prudente (lo que podría llevarnos a revisar al alza el crecimiento). Las reformas presupuestarias estructurales contribuirán a alcanzar los objetivos del programa con respecto a las cuentas públicas. En segundo lugar, la reforma estructural de carácter más general que el programa incorpora permitirá fortalecer el potencial de crecimiento a medio plazo de Grecia, mejorando así la sostenibilidad de la deuda. Por otro lado, la reforma de las pensiones favorece la sostenibilidad a más largo plazo de las finanzas públicas.

Y en tercer lugar, quienes defienden una reestructuración de la deuda griega tienden a infravalorar su enorme coste económico y político. En efecto, tendría serias repercusiones sobre la economía y el sistema financiero de Grecia, e incidiría negativamente en el conjunto de la zona euro y en la economía mundial. Su coste político ocasionaría un inmenso perjuicio, no solo a Grecia, sino también a la zona euro y a la UE en general. Sería un resultado indeseado -e innecesario- que podemos y debemos evitar.

Si bien la credibilidad no mejora de un día para otro, se vislumbran ya señales de un cambio gradual en la percepción que el mercado tiene de Grecia. Estoy convencido de que el sentimiento de riesgo se atenuará a medida que avance el proceso de ajuste y de que se sentarán así los cimientos para restablecer finalmente el acceso al mercado. Con ello se disiparán igualmente los temores de que los beneficios del programa puedan quedar reducidos a cenizas por una posible reestructuración de la deuda.

Desde una perspectiva más amplia, la crisis de la deuda soberana, y el caso griego en particular, han puesto al descubierto deficiencias sistémicas en la gobernanza económica de la UE. Debemos extraer las enseñanzas de esta crisis y corregir las deficiencias para evitar otras similares en el futuro. La Comisión ha presentado ambiciosas propuestas para consolidar la gobernanza económica que intensificarán la supervisión presupuestaria preventiva, crearán un marco para atajar los desequilibrios macroeconómicos cuando aparezcan y, en última instancia, si la prevención fracasa, instaurarán un sólido mecanismo de resolución de crisis. Tengo la intención de presentar un conjunto de medidas legislativas de reforma de la gobernanza de aquí a finales de septiembre.

La crisis de Grecia no solo ha llevado a un punto de inflexión al desarrollo económico de ese país, sino que ha supuesto un estímulo decisivo para afrontar las deficiencias sistémicas de la gobernanza económica en la zona euro y la UE. Estoy seguro de que la Unión Económica y Monetaria ganará en funcionalidad y solidez y de que la UE saldrá, por tanto, más fuerte de la crisis.

Olli Rehn, comisario de Asuntos Económicos de la UE.