La evolución del sistema financiero chino en los últimos años ha sido extraordinaria. He observado su transformación como miembro del Consejo Asesor Internacional de la Comisión Reguladora Bancaria de China (CRBCh).
En el año 2002, la totalidad de los principales bancos de China estaban inundados de préstamos fallidos o de dudosa recuperación, que en algunos casos ascendían a más del 10% del total de la hoja de balance. Ninguno de los bancos más importantes cumplía siquiera los estándares de Basilea 1 de normas de adecuación de capital. Pocas instituciones financieras de Londres o Nueva York podrían haber nombrado un banco que no fuera el Banco de China, que a menudo se pensaba equivocadamente que era el banco central. Y se habría considerado absurdo sugerir que la Reserva Federal de los Estados Unidos o la autoridad de servicios financieros del Reino Unido podrían aprender algo de las autoridades financieras de China.
Menos de una década después, mucho ha cambiado. El viejo problema de cartera vencida se resolvió, principalmente mediante la creación de empresas de gestión de activos para hacerse cargo de los activos dudosos y la inyección de nuevo capital en los bancos comerciales. Ahora, los préstamos fallidos representan poco más del 1% de los activos. Se ha traído socios extranjeros para la transferencia de conocimientos, y se ha permitido participaciones minoritarias. Las valoraciones actuales sitúan a cuatro bancos chinos entre los diez primeros del mundo en términos de capitalización bursátil. Ahora se están expandiendo al extranjero, fortalecidos por su sólido respaldo de capital.
Por supuesto, sigue habiendo retos. Incluso en China no existe una poción mágica que pueda reactivar un préstamo dado a un exportador que haya caído en bancarrota. Y los grandes bancos de China han prestado grandes sumas de dinero, de grado o no, a los gobiernos locales para proyectos de infraestructura, muchos de ellos de dudoso valor económico. Está el riesgo siempre presente de que el mercado inmobiliario pueda colapsar un día, aunque los bancos saldrían de la situación de mejor forma que los bancos de los EE.UU. y el Reino Unido, debido a que gran parte de la inversión especulativa se ha financiado con dinero en efectivo o con un bajo nivel de apalancamiento.
Las autoridades de Beijing, en especial la CBRC y el Banco Popular de China (el verdadero banco central), tiene un buen historial de manejo de auges y depresiones incipientes, y yo no apostaría en contra de su éxito en esta ocasión. Tienen una considerable flexibilidad, debido a una serie de instrumentos de políticas, como requisitos de capital variable y reserva y controles directos sobre las condiciones de los préstamos hipotecarios. Han estado ajustando las variables del crecimiento del crédito durante varios meses, con efectos positivos.
Sería halagador pensar que este cambio en el sistema financiero de China se pueda atribuir a los sabios consejos de los asesores extranjeros. Pero, si bien las influencias externas han sido útiles en algunos aspectos - el estímulo de Basilea 1 y 2 fortaleció a quienes en Beijing estaban empeñados en limpiar el sistema bancario - hoy los chinos, no sin razón, ven con cierto escepticismo los consejos procedentes de la City de Londres y Wall Street.
Por ejemplo, las recientes críticas a las entidades reguladoras asiáticas del Secretario del Tesoro de EE.UU., Timothy Geithner, se vieron con desdén en toda la región, por no hablar de incredulidad. Viene al caso un poco más de humildad, teniendo en cuenta el desempeño de los reguladores de EE.UU. en el período previo a la crisis. Quienes viven en casas de cristal no debe lanzar piedras, ni siquiera retóricas.
La novedad más interesante es que ahora podemos ver la convergencia cada vez mayor de los criterios normativo de Beijing, Londres y Nueva York. Hasta la reciente cuasi implosión del capitalismo occidental, las autoridades del Atlántico Norte pensaban que se había alcanzado el fin de la historia financiera. Las condiciones financieras se podían controlar con una sola herramienta -la tasa de interés de corto plazo- utilizada exclusivamente en la búsqueda de un objetivo, implícito o explícito, de inflación de los precios al consumidor.
Se establecieron a nivel global relaciones de solvencia de capital, y una vez establecidas, se mantuvieron fijas. En todo lo restante, el mercado era el árbitro. Los bancos tenían sus propios incentivos para prestar con prudencia y los controles sobre los préstamos serían necesariamente ineficaces. Por el contrario, en China, todos los aspectos del negocio de un banco se supervisaron directamente. De hecho, la mayoría de los bancos se encontraban bajo la égida del banco central.
Ahora, en Beijing, los funcionarios ven las ventajas de un enfoque más práctico y de instituciones con un enfoque primordialmente comercial. Pero no han evitado el uso de requisitos de reserva y capital variable, relaciones de préstamos a depósitos, y umbrales para depósitos mínimos y máximo de apalancamiento como controles sobre los préstamos inmobiliarios.
Mientras tanto, en los mercados de capitales desarrollados estamos muy ocupados reinventando estos "instrumentos macroprudenciales", para usar el término en boga en Basilea. Ahora podemos ver la utilidad de un conjunto de herramientas más flexibles para responder a la expansión excesiva del crédito, o las burbujas de precios de los activos, donde la manipulación de las tasas de interés a corto plazo puede ser un instrumento insuficiente, o peor, un arma de doble filo. Un aumento de las tasas de interés podría ayudar a desacelerar el mercado hipotecario, pero podría también enfriar el resto de la economía.
Además, los pensamientos reguladores están convergiendo. La famosa afirmación de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher de que "no se puede limitar el mercado" era parte de la mentalidad de regulación en la "angloesfera" anterior a la crisis. Y el ex presidente de la Fed, Alan Greenspan, se resistió a cualquier intento de controlar los instintos desatados de los creadores de riqueza en Wall Street.
Los chinos fueron los menos ideológicos. No tenían ningún reparo en llamar una burbuja por su nombre, o intervenir para desinflarla. Ahora, sólo Sarah Palin venera todos los puntos de vista de Thatcher, y Greenspan ha sido borrado de la historia financiera, al estilo chino.
Cuando el G-7 se transformó en el G-20 a principios de 2009, muchos estaban comprensiblemente preocupados de que, con tal diversidad de participantes procedentes de tradiciones tan diferentes, sería difícil lograr un consenso sobre asuntos normativos en el Comité de Basilea y otros lugares. Estas preocupaciones resultaron ser exageradas. Existen en la actualidad las bases para un consenso más amplio sobre el futuro papel de la regulación financiera, siempre y cuando los estadounidenses como Geithner puedan resistir su constante deseo de decirle al resto del mundo que haga lo que dicen y no lo que hacen.
Howard Davies, ex presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, Vicegobernador del Banco de Inglaterra y Director de la Escuela de Economía de Londres. Es autor de Banking on the Future: The Fall and Rise of Central Banking. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.