Las escuelas africanas navegan en la “nueva normalidad”

Las escuelas africanas navegan en la “nueva normalidad”
Luca Sola/AFP via Getty Images

Khadidiatou Fall, una joven senegalesa de 15 años, estaba desesperada por volver a la escuela. Debido a la pandemia de COVID-19, su escuela estuvo cerrada durante la mayor parte del año pasado. A pesar de que dicha escuela ofrecía clases en línea, el acceso limitado a Internet en Rufisque, la pequeña ciudad natal de Khadidiatou, significó que a menudo ella perdiera lecciones importantes. Se desvanecían sus posibilidades de aprovechar al máximo su educación.

Khadidiatou es una de los millones de estudiantes africanos cuya educación ha sido interrumpida por la pandemia. Muchos países africanos tomaron medidas tempranas para contener la pandemia COVID-19, incluyendo el cierre de las escuelas. Utilizando los datos de seguimiento de Oxford, el más reciente reporte sobre perspectivas económicas africanas titulado African Economic Outlook  que fue preparado por el Banco Africano de Desarrollo (BAfD) indica que el 50% de los países africanos anunciaron restricciones escolares dentro de los tres días posteriores a los primeros casos confirmados de COVID-19. En un mes, todos los países ya habían hecho lo propio.

Entre el 16 de febrero y el 1 de diciembre de 2020, las escuelas en África estuvieron cerradas durante más de 100 días, en promedio. Si bien la cifra real fue mucho menor en algunos países (menos de 50 días en Madagascar, Benín y Zambia), fue mucho mayor en otros (más de 200 en Etiopía y Uganda). A nivel regional, las escuelas del sur de África estuvieron cerradas durante la menor cantidad de días  (85 en promedio), y las escuelas en África oriental estuvieron cerradas durante la mayor cantidad de días (137 en promedio).

Las escuelas africanas navegan en la “nueva normalidad”

A diferencia de lo que ocurre en los países ricos, las escuelas de muchos países africanos no pudieron trasladar rápidamente sus planes de estudios para que se impartan clases en línea. En Kenia, a pesar de que se cuenta con una tasa de penetración de Internet del 83%, el 80% de los estudiantes no puede seguir las clases en línea debido a que la red de Internet de banda ancha es poco fiable. También puede que muchos estudiantes no tengan acceso a dispositivos habilitados para conectarse a clases en línea (como por ejemplo teléfonos inteligentes y computadoras portátiles). Incluso cuando las sesiones virtuales de aprendizaje se transmiten por las emisoras de radio y televisión, la escasamente fiable red de electricidad puede perturbar el aprendizaje.

Como resultado de todo ello, innumerables estudiantes africanos perdieron un semestre completo de aprendizaje durante el último año académico. No es de extrañar que los resultados educativos de los estudiantes de los países de bajos ingresos sufran un bajón. A nivel mundial, la pérdida estimada de ingresos a lo largo de toda el ciclo de vida de las personas a causa del cierre de las escuelas relacionado con la pandemia se traduce en una pérdida de entre el 43% y el 61% del PIB actual en los países de bajos ingresos, en comparación con tan sólo una pérdida de entre el 6 y 8% en los países de altos ingresos.

Incluso dentro de los propios países de bajos ingresos, estas consecuencias no serán asumidas de manera igualitaria por la población estudiantil. Los estudiantes que ya se encontraban en una situación vulnerable (especialmente las estudiantes mujeres, los estudiantes, tanto hombres como mujeres, de hogares con orígenes pobres y aquellos que viven en zonas remotas) serán los que más sufrirán las consecuencias, debido a que ellos cuentan con un menor acceso a los servicios digitales, se ven imposibilitados de poder adquirir dispositivos con acceso a Internet; y, en muchos casos, tienen la presión de contribuir al sustento de la familia. Si a todo esto se añade la brecha que se crea entre escuelas públicas y escuelas privadas con respecto a la diferencia en eficacia con la que dichas escuelas pudieron trasladar sus planes de estudio para que se desarrollen en línea, se puede señalar que el riesgo de que se presente un fuerte incremento en la desigualdad educativa y, en última instancia, en la desigualdad económica, es elevado.

Pero los cierres prolongados de escuelas conllevan un peligro aún más inmediato. Cuando no asisten a la escuela, los niños pobres y vulnerables no reciben comidas escolares, mismas que a menudo se constituye en su fuente de nutrición fundamental. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) informa que más de 369 millones en niños en todo el mundo perdieron estas comidas durante el pico máximo del cierre de las escuelas en abril del año 2020. Esos cierres afectaron a más de 75 millones de niños en África cuyas escuelas reciben apoyo del PMA y de sus respectivos gobiernos, principalmente en Egipto, Uganda y Sudáfrica.

Las escuelas africanas navegan en la “nueva normalidad”

Los últimos datos del PMA sugieren que, hoy en día, más de 50 millones de estudiantes en África siguen sin comer en la escuela. Para muchos de estos estudiantes, la comida escolar era la única que recibían a lo largo del día, y una razón importante que los impulsaba a asistir regularmente. Estos estudiantes también han perdido el acceso a los servicios básicos de salud y nutrición que las escuelas solían proporcionar, servicios que de otro modo posiblemente no vayan a poder recibir.

Por lo tanto, el espectro del aumento de la malnutrición se cierne sobre África, continente que ya cuenta de la mayor proporción a nivel mundial de personas desnutridas y con inseguridad alimentaria. Los riesgos son más agudos en África meridional y oriental, zonas que también están luchando contra las crisis climáticas e invasiones de langostas. Los miembros de los hogares donde las mujeres son jefes de familia (que se han visto especialmente afectados por la pérdida de empleo e ingresos, así como por las infecciones por COVID-19) son especialmente vulnerables a sufrir desnutrición.

La ayuda alimentaria de emergencia puede ayudar a aliviar la amenaza de desnutrición. Pero no hará nada para por eliminar los efectos de los cierres prolongados de escuelas en cuanto a la acumulación de capital humano y la desigualdad. Sólo la reapertura de las escuelas puede lograr eso.

Las soluciones creativas pueden contribuir en gran medida a minimizar los riesgos asociados a la salud pública. Por ejemplo, a fin de facilitar el distanciamiento social, las clases numerosas pueden dividirse en clases más pequeñas con menor cantidad de alumnos, en las cuales los profesores roten o se añada la ayuda de personal de apoyo a fin de aumentar la cobertura. Las clases menos numerosas también podrían llevarse a cabo alternando días durante la semana.

En los países en los que aún no se pueden reabrir las escuelas de forma segura, los responsables de la formulación de políticas deben tomar medidas para eliminar los obstáculos que enfrenta el aprendizaje virtual. Como sugirió un informe del BAfD del año 2020, los gobiernos podrían trabajar con los proveedores privados de Internet para entregar paquetes de datos gratuitos a los servicios educativos, como por ejemplo a las plataformas de aprendizaje en línea. Cuando sea posible, dichos gobiernos también podrían proveer teléfonos inteligentes o computadoras portátiles a los estudiantes con recursos económicos escasos, como ocurrió en Kenia y Sudáfrica.

Las soluciones innovadoras y adaptativas pueden ayudar a mitigar los riesgos vinculados a la reapertura de las escuelas. Al mantenerlas cerradas sólo se aumentarán costos de todo tipo. Para un continente que necesita desesperadamente acumular capital humano para garantizar su prosperidad, y para los estudiantes africanos como la joven Khadidiatiou, el precio ya es demasiado alto.

Hanan Morsy is Director of the African Development Bank’s Macroeconomic Policy, Forecasting, and Research Department. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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