Las expectativas de los "Marcheurs"

Emmanuel Macron ha empleado sus dos primeros meses en el Elíseo para sentar las bases de su política comunicativa y posicionarse en el escenario geopolítico mundial desde el día uno. Ambas iniciativas encarnan una ruptura, y más cuando su predecesor era criticado por no ajustarse la corbata en cinco años, como le ocurrió a Pepère Hollande, o bien necesitaron dos mandatos, como Jacques Chirac, para ocupar un rol tan preciado como el de líder de la oposición mundial frente a unos Estados Unidos post 11-S. Chirac lo logró en 2003 con la oposición a la Guerra de Irak y la defensa del universalismo galo desplegada por Villepin en su histórico discurso del 14 de Febrero en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. A Macron le habrán bastado 8 semanas como Presidente y su clip en inglés de cinco minutos con el eslogan ‘Make Our Planet Great Again’ para erigirse en defensor del multilateralismo y líder simbólico del frente anti-Trump en la guerra global contra el cambio climático. Eso, y una serie de puestas en escena: Macron con Schwarzenegger, una jornada olímpica en la que jugó a tenis y boxeó, el making-off del retrato presidencial retwiteado por el propio Presidente, los paseos en bicicleta… una escenificación incesante que sin embargo cuenta con el respaldo del 62% de los franceses, que consideran que la estrategia comunicativa del Presidente es necesaria para implementar su agenda política, según la última encuesta Odoxa-Dentsu publicada por franceinfo a finales de junio.

No obstante, el ejemplo de sus dos predecesores también apunta a que los franceses juzgarán a Macron por su capacidad de resolver temas de corte interno, más allá del aura mediática inicial. Nicolas Sarkozy fue elegido con la segunda cuota de popularidad más alta de la Quinta República (66%) como el candidato de la ‘ouverture’ con ministros ‘de izquierda y de derecha’, prometiendo una agenda de reformas transversales que al final quedaron sepultadas por el estilo histriónico del Presidente bling bling (el estudio de la campaña de 2007 entre Ségolène y Sarkozy ofrece paralelismos sorprendentes con el fenómeno En Marche). Esa decepción y polarización alrededor de Sarkozy se saldó con su derrota frente a un François Hollande que ganó las elecciones en 2012 diciendo que su ‘enemigo eran las finanzas’ y que su presidencia debía ser juzgada por su capacidad de ‘crear empleo de nuevo’. Una vez elegido, el Presidente socialista se volvió ilegible, prosiguiendo una agenda de corte social-demócrata, reformista, pro-business con su pacto de competitividad, y sin lograr en cinco años invertir la curva del desempleo. El éxito de Macron se explica, en parte, por esa mala gestión o esa discordancia con las expectativas generadas.

En ese ámbito, el estudio de la opinión pública durante la campaña presidencial y las legislativas ofrece algunas respuestas respecto a las propias expectativas que determinarán el devenir de Emmanuel Macron. La primera de esas expectativas ha sido detectada por todos los institutos de opinión franceses a lo largo de los últimos meses y consistía en las ganas de ‘dégagisme’ –echarlos a todos-. El principal barómetro académico trimestral francés publicado por el CEVIPOF muestra como, durante la campaña, Macron acabó perfilándose como el más capaz para efectuar ese ‘cambio del sistema político’ del país. Una actualización del software, un cambio de logiciel, como dice a menudo la columnista Françoise Fressoz. La primera demanda es, pues, la de la renovación de la clase política y la de una reforma institucional profunda, como la anunciada recientemente en Versalles con una reducción del 25% de los diputados y una simplificación de la navette parlamentaria para que las comisiones puedan legislar directamente en algunos casos. En ese sentido, más allá de las ventajas y las desventajas analíticas, la composición de un gobierno plural y mixto, el sistema profesionalizado de selección de los diputados marcheurs y el fin de la cacofonía comunicativa se corresponden con aquello que los franceses esperaban del Presidente. Con esas ganas de dar una bofetada a una clase política y a unos partidos desactualizados.

A nivel de contenido político las expectativas son algo más difusas, aunque tanto los marcheurs convencidos como aquellos que votaron por Macron por eliminación (según diferentes encuestas, hasta un 40-45% de todo el voto por el Presidente o por su movimiento tiene un componente estratégico asociado al voto útil), todos comparten una expectativa prioritaria en materia de educación, de reforma laboral y de integración europea. Es en esas políticas públicas donde el resultado puede impactar o influenciar en mayor medida la popularidad del Presidente y del Primer Ministro. Teniendo en cuenta esa lista, el anuncio formulado a finales de junio por la Cour des Comptes –el principal órgano responsable de la auditoría económica del país– cobra una relevancia significativa. La institución concluye que el cálculo del gasto presupuestario en 2016 no fue ‘del todo transparente’ y que Francia acabó el año con un déficit del 3,4%. El Gobierno deberá acometer un recorte suplementario de 5 mil millones más en el próximo año si quiere cumplir con el techo de déficit. Un ejercicio que se presenta complicado teniendo en cuenta las demandas mayoritarias de la ciudadanía en materia de actualización e inversión en educación, mercado laboral y proyectos comunitarios. Un ejercicio también delicado para el nuevo Presidente, el cual prometió no incumplir en ningún año de su mandato el techo del déficit que fija la Comisión Europea. Una promesa clave en el proceso de consolidar la confianza en la dupla franco-alemana.

En definitiva, Macron está ocupando con vehemencia un escenario global y mediático, pero su popularidad y su futuro siguen dependiendo de la misma pregunta existencial que atraviesa Francia desde 2005: cómo introducir dosis de flexibilidad, simplificación y liberalismo en un país históricamente marcado por el corporativismo y la aprensión a las dinámicas de la globalización. En otras palabras, cómo actualizar el software francés sin resucitar o dar a alas a la oposición.

Dídac Gutiérrez-Peris, investigador asociado, CIDOB.

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