Las familias importan

Durante los siglos XIX y XX, muchos países desarrollados cuestionaron los fundamentos de la sociedad. Desde el papel de la religión hasta ciertos equilibrios económicos, pasando por las formas tradicionales de autoridad, las convenciones sociales y el origen y la naturaleza de la vida humana.

Las críticas procedían de posiciones morales y filosóficas muy diferentes. La que tuvo más recorrido a largo plazo fue la liberal, que situaba por encima de cualquier otro valor la autonomía y la libertad del individuo.

La familia no se libró de las críticas. Al contrario. Desde ciertas posiciones progresistas se la señaló como una institución reaccionaria. Como un vivero de represión y adoctrinamiento contra cualquier conducta o preferencia que se saliera de lo socialmente aceptable.

En la segunda mitad del siglo XX, los jóvenes identificaron la rebeldía con todo aquello que disgustara a sus padres. Esto, unido a los cambios sociales y tecnológicos, condujo a una brecha intergeneracional como nunca se había conocido. La afirmación individualista de la juventud parecía anticipar el final de los tradicionales lazos de parentesco. ¿Sobreviviría la familia como unidad básica de organización social?

Sobrevivió, naturalmente. Porque aquellos lazos, cuyo origen hay que buscar en la biología y en nuestro pasado más remoto, tienen mucha más fuerza de la que ingenuamente le suponían sus críticos.

La familia nos ofrece una identidad más concreta que cualquier ilusión política, con raíces en la tierra y ramas que se extienden hacia el pasado y el futuro. Nos ofrece seguridad y bienestar, algo especialmente valioso cuando cada día nos atropellan revoluciones tecnológicas, transformaciones sociales y hasta pandemias de origen todavía incierto.

Sin embargo, algo de aquella vieja retórica contra la familia parece pervivir, como se aprecia cuando se nos llama conservadores (cuando no reaccionarios) a quienes defendemos su vigencia. Pese a la evidencia que señala a la familia como red de seguridad de los individuos durante las crisis económicas (hay quien sostiene que la familia es el verdadero Estado del bienestar español), defender su importancia ha sido tabú durante mucho tiempo.

Que está dejando de serlo se aprecia en el éxito transversal de Feria, el libro de Ana Iris Simón, y en la polémica que ha suscitado. En un país envejecido que se ha enzarzado en los últimos años en bizantinas querellas culturales e identitarias, el debate sobre algo tan concreto como la familia es, sin duda, refrescante y oportuno.

¿Es posible defender la familia desde un punto de vista liberal? ¿No deberíamos limitarnos a reclamar la libertad necesaria para que cada cual haga con su vida lo que quiera? ¿No incurrimos en incoherencia si afirmamos que crear una familia es un acto que debe ser protegido e incluso incentivado?

Yo creo los liberales no extraemos nuestros principios de lo abstracto, sino de lo concreto, y que hay datos que demuestran que la familia no sólo redistribuye recursos, garantizando el bienestar, sino que hace más felices a sus miembros. Los lazos afectivos que unen a los padres con los hijos, a los abuelos con los nietos y a los hermanos entre sí son indispensables para mantener la salud mental y prevenir la soledad no deseada.

Por ello, los liberales debemos proteger y apoyar a las familias. Porque son valiosas para la sociedad.

Para nosotros, lo importante es favorecer los lazos familiares, pero no el modelo de familia. El respeto a la libertad y a la autonomía personal exige no diferenciar entre familias tradicionales, familias monoparentales o familias LGTBI. Todas las familias merecen el apoyo de las Administraciones y su diversidad debe ser tenida en cuenta en el diseño de las políticas públicas. Por eso nos gusta hablar de las familias, en plural, más que de la familia, en singular.

Es hora de reclamar más y mejores políticas a favor de las familias desde las Administraciones españolas. Porque son precisamente los hogares con menores a cargo los que más están sufriendo la crisis económica y social provocada por el coronavirus.

Uno de cada tres hogares ha visto reducidos sus ingresos desde marzo de 2020. Desde el Área Social del Ayuntamiento de Madrid hemos hecho un estudio que demuestra que, en el caso de las familias con hijos, el porcentaje sube al 42%. En el de las familias monoparentales, al 47%.

Esta tendencia es secular. La crisis de 2008 también castigó más a las familias y a la infancia.

En el Ayuntamiento de Madrid hemos impulsado la conciliación familiar con la beca infantil (una vía para avanzar hacia la universalidad de la educación de cero a tres años), el nuevo servicio de apoyo a domicilio (SERCAF) y tres nuevos centros de día infantiles.

También nos hemos comprometido con las familias que cuidan a personas dependientes (multiplicando por seis el programa Cuidar a quienes cuidan), hemos creado un nuevo programa de apoyo a familias LGTBI y hemos transformado las ayudas sociales con la Tarjeta Familias, destinada a quienes tienen dificultades para adquirir alimentos y productos básicos.

Echamos de menos un mayor compromiso desde el resto de las Administraciones, en especial desde el Gobierno, que en sus planes de futuro (España 2050) apenas contempla medidas comprometidas con la natalidad cuando conocemos la brecha que existe entre el número de hijos que tienen las familias y los que desearían tener.

En cambio, la decisión de la Comunidad de Madrid (anunciada en su discurso de investidura por la presidenta Isabel Díaz Ayuso) de dar ayudas de hasta 14.500 euros por hijo a las madres bajo ciertas condiciones, indica, cuando menos, la aceptación de que esta cuestión es importante, más allá de las condiciones establecidas para las ayudas y del diseño final de la ayuda.

Formar una familia nunca ha sido fácil. Supone dejar atrás los privilegios de la juventud y anteponer el bienestar de los hijos a cualquier otra consideración, algo que exige valor y compromiso. Es una experiencia emocional inigualable, en ocasiones dura y siempre gratificante. Doy fe como padre de una niña de diez años.

Hay muchos jóvenes que darían el paso, pero que sienten vértigo ante la falta de expectativas económicas y laborales. Esperan de nosotros políticas públicas que hagan algo más fácil el tránsito a la vida adulta, pero esperan sobre todo un mensaje: que nuestra sociedad reconozca a las familias su incuestionable valor social.

Es hora de decir que las familias importan y de trabajar para facilitar el camino de los jóvenes hacia la vida familiar. ¿España 2050? Me hubiera gustado que la primera frase del documento hubiera sido: “Haremos de España el mejor país del mundo para formar una familia”.

Pepe Aniorte es delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid.

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