Las familias importan

Cuando en el futuro recordemos la pandemia de Covid-19, no serán las mascarillas, ni el confinamiento, ni la alteración de la vida cotidiana lo que con más intensidad nos vendrá a la memoria. Lo que nos marcará más profundamente, lo que ya nos ha marcado, es el sufrimiento que hemos experimentado nosotros, nuestros seres queridos o nuestros conciudadanos. Reviviremos las historias de las personas que murieron solas. Y las de sus familiares, que no pudieron despedirse, que tuvieron que sortear quién iba al tanatorio, que se vieron obligados a ausentarse en el entierro. Es un dolor individual, pero también es un dolor familiar.

La familia es una realidad social decisiva que en las últimas décadas ha salido del foco mediático. Sólo vuelve a aparecer en los momentos críticos. El sufrimiento que mencionábamos nos ha recordado que no tenemos nada más valioso que los lazos familiares. La pandemia ha desestabilizado el sistema educativo, lo cual afecta directamente a las familias, no sólo en lo que concierne a la formación de los hijos, sino también a la conciliación. Volviendo la vista a los años 2008-2012, recordaremos cómo los miembros de las familias se apoyaron económicamente: padres a hijos, hijos a padres, abuelos a padres e hijos. Cuando todo falla, la familia está. Cuando las familias sufren, todo empieza a fallar.

A pesar de esta evidencia, el debate público ha desplazado el foco hacia los problemas de grupos sociales concretos, que se abordan en muchas ocasiones desde perspectivas identitarias. Por supuesto, muchos de estos problemas son reales y merecen solución, pero se suele olvidar que en buena medida las dificultades las sufren en el ámbito de la familia.

Por poner un ejemplo: cuando se habla de la brecha de género, algunos tienden a esconder datos como los que publicó en julio el Banco de España, que demostraban que la brecha salarial está profundamente ligada a la maternidad. Tener hijos le cuesta a una mujer española una pérdida salarial de hasta el 28%. Otro ejemplo muy relacionado: las familias monoparentales –la gran mayoría encabezadas por mujeres– sufren en mayor medida la desigualdad social y las dificultades para conciliar, algo que desde el Ayuntamiento de Madrid comprobamos cuando en abril hicimos una encuesta sobre las consecuencias económicas del confinamiento. Conclusión: un feminismo que ignora la realidad familiar es un feminismo incompleto.

Familias monoparentales, familias LGTBI, familias reconstituidas… Todos son nuevos modelos que conviven con la familia tradicional, de la que tal vez les separen algunos rasgos pero con la que comparten innumerables preocupaciones y desafíos. Es urgente volver a mirar a las familias, hablar de ellas, recuperar discursos y proyectos políticos adaptados al siglo XXI. No usamos el adjetivo urgente a la ligera. Ahora que la expresión «emergencia» se maneja con tanta soltura, tal vez podríamos aplicarla a la situación demográfica de España, un país cuyo índice de fecundidad (1,3 niños por mujer) es el segundo más bajo de la Unión Europea, sólo por delante del de Malta.

En la política actual, para que un problema se tome realmente en serio es necesario visibilizarlo, mostrar a quien lo padece e incluso reclamar con orgullo un lugar destacado en el espacio público. Por eso es importante que las familias se dejen ver, alcen la voz y nos recuerden que la sociedad no se entiende sin ellas. Por diversas que sean, las familias se asocian con unos valores comunes, entre los cuales destacaríamos la entrega y los cuidados. Entrega y cuidados a los niños y a los mayores. Lo que las familias nos piden a las administraciones –y lo que deben exigir en voz alta– es que les apoyemos en su decisivo papel social. Y los gobernantes debemos responder con políticas públicas concretas, entre las cuales destacaríamos las siguientes.

La conciliación familiar y laboral es el eje de todo. Hacer compatible el cuidado de los hijos con el trabajo es una obligación política ineludible en un país con datos de desempleo como los nuestros. No podemos forzar a las familias (en especial a las mujeres, como hemos visto) a renunciar a puestos de trabajo o a carreras profesionales precisamente cuando han dado el paso de fundar una familia. Un país que penaliza a quienes tienen hijos es un país con tendencias suicidas.

En este sentido, nos parece urgente avanzar hacia la universalización y gratuidad de la educación infantil de cero a tres años, algo con lo que estamos comprometidos en el Ayuntamiento de Madrid y para lo cual hemos creado una beca infantil que iremos ampliando en próximos cursos. La educación de cero a tres no es sólo conciliación: también supone igualdad de oportunidades, ya que, en términos generales, los niños que la reciben tienen posteriormente un mejor desempeño académico.

Pero la conciliación también es necesaria cuando el cuidado de las familias no se dedica a los niños sino a los mayores o a personas con discapacidad o enfermedades degenerativas. Las familias cuidadoras sufren un fuerte desgaste físico y emocional (que, una vez más, recae sobre todo sobre las mujeres). Las administraciones, además de generar plazas de centros de día y atención domiciliaria, debemos reforzar los programas de atención a los cuidadores, facilitándoles formación, atención psicológica y respiro familiar.

Por último, nos parece clave que las políticas sociales sean capaces de atajar la pobreza infantil, un gravísimo problema enquistado en España. Tanto el estudio del Ayuntamiento de Madrid durante el confinamiento como la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre de 2020 demuestran que el confinamiento ha golpeado con más dureza a las economías de las familias con hijos. Este es el motivo por el que desde el área social de Madrid creamos una tarjeta monedero para ayudas de primera necesidad cuyo baremo beneficia a dichas familias. Quisimos llamar a este nuevo instrumento Tarjeta Familias, para recordar quién padece las formas más severas de pobreza.

Estas son algunos de los pasos que ha dado el Ayuntamiento, que indican el camino que hemos tomado. Es necesario que este camino lo sigan todas las administraciones. Igual de importante será que la sociedad civil y los medios de comunicación vuelvan a hablar de las familias, que la crianza de los hijos y el cuidado a los mayores reciban el reconocimiento que merecen y que nunca olvidemos que sin familias no hay futuro.

Begoña Villacís es vicealcaldesa de Madrid y Pepe Aniorte, delegado municipal de Familias, Igualdad y Bienestar Social.

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