Desde Pakistán hasta Líbano, pasando por Iraq, Egipto y Siria, la tensión entre las comunidades suníes y chiíes se agrava. Esto vuelve más complejos los vínculos de Occidente con una región donde predomina el islam político. Los signos se multiplican. Mientras en Siria y Líbano los salafistas (grupo radical suní) ganan terreno, en Pakistán se produjo el 10 de enero la matanza de 92 chiíes a manos de radicales suníes. Al mismo tiempo, crece la movilización suní contra el primer ministro iraquí, Nuri Kamal al Maliki (chií).
El derrocamiento de Sadam Husein en Iraq tuvo como consecuencia no deseada para Estados Unidos un auge del chiismo, lo que significó más influencia para Irán en Oriente Medio con el ascenso de los chiíes al poder en Bagdad. El duro enfrentamiento sectario entre suníes y chiíes en Iraq dio el primer indicio a Occidente de que no sería sencillo alinearse con uno u otro lado. La revuelta árabe que comenzó en diciembre del año 2010 confirma que la división religiosopolítica en Oriente Medio es un terreno movedizo.
El enfrentamiento entre suníes y chiíes arranca desde la muerte de Mahoma, en el año 632. La disputa sobre quiénes debían liderar el culto provocó una guerra civil y una extensa cadena de violencia entre musulmanes. La división se prolonga hasta hoy, se refleja en sus prácticas y tradiciones religiosas y se manifiesta en sus proyectos políticos. Una de las mayores diferencias es que el sunismo apela al consenso y la razón humana mientras que el chiismo exige una sumisión absoluta a las órdenes de los imanes. Pero ambas ramas muestran un alto grado de intolerancia y violencia hacia la otra. Se calcula que el 65% de los musulmanes en Oriente Medio son suníes y el 30% chiíes.
Turquía y Qatar son dos países con mayoría suní que están alineados con Estados Unidos y Europa en la guerra contra el presidente Bashar el Asad en Siria. Los países mayoritariamente suníes del golfo Pérsico (Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Dubái) también quieren acabar con el Asad y se alinean con Israel presionando a Estados Unidos para que elimine el programa nuclear de Teherán.
Turquía compite estratégicamente con Irán por la hegemonía en la región, pero no tiene interés en un ataque militar de Israel o de Estados Unidos a ese país. Por otro lado, si bien Qatar es un aliado de Estados Unidos, apoya política y económicamente a Hamas en la franja de Gaza. Por su parte, astutamente los líderes de Hamas se han distanciado de Bashar el Asad e Irán y se encuentran ahora más cerca de Egipto.
El Gobierno egipcio del Partido Libertad y Justicia, de los Hermanos Musulmanes (suníes), liderado por Mohamed Morsi, tiene el apoyo crítico de Estados Unidos y Europa, quienes buscan contar con un gobierno aliado (aunque incómodo) en Egipto; un objetivo que comparten implícitamente con Israel. Para los gobiernos de Barack Obama y Beniamin Netanyahu es un desafío porque Morsi está abiertamente apoyando a Hamas en Gaza, y ha expresado su intención de tener una política exterior independiente.
La batalla por Siria será un factor decisivo para la confrontación entre suníes y chiíes. La caída del régimen llevará a que Irán y Hizbulah queden más aislados. Hamas saldría más fortalecido. Qatar y Turquía podrían ganar más influencia, mientras que en Líbano resurgirían confrontaciones sectarias violentas. La familia de Bashar el Asad pertenece a la secta alauí (chií). La oposición es una mezcla cada vez más amplia de suníes, yihadistas de diferentes países y, crecientemente, salafistas radicales. Por ejemplo, el antioccidental jeque Adnan Arur está desempeñando un fuerte papel como agitador de la rebelión contra el régimen. Ni la victoria ni la derrota de esta oposición fragmentada garantizarán estabilidad en la región.
Los salafistas, un movimiento que surgió en el siglo XIX y que predica un regreso estricto a los orígenes del islam en los tiempos de Mahoma, han ganado espacio político en Egipto, presionando a los Hermanos Musulmanes en el debate sobre la Constitución en cuestiones como la mujer y la ley islámica, al igual que en Túnez, Libia y Marruecos. Entre tanto, la guerra en Siria ha provocado enfrentamientos entre suníes y chiíes en Líbano, que están siendo aprovechados por los salafistas.
La crisis de una serie de regímenes autoritarios en Oriente Medio ofrece la oportunidad a diferentes tendencias del islam político para que lideren los procesos. Pero esto significa que también tendrán que mostrar su capacidad para encontrar soluciones políticas, económicas y sociales integradoras y no sectarias. Por su parte, Estados Unidos y Europa deben evitar fomentar el sectarismo en su beneficio. En caso contrario, se abrirá una nueva era de violencia en la región.
Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Resource Centre, en Oslo.