Las frenéticas prisas del PP

Aunque parecía que algunos no se daban cuenta, este jueves fue, políticamente hablando, un día histórico. Todos nosotros, incluso quienes discrepamos con algunos aspectos del tijeretazo o lo consideramos incompleto, ganamos un match point. La pelota titubeó al rozar la red, pero acabó cayendo en el lado necesario. No hemos ganado en absoluto el partido, pero de momento continúa, aunque pinte mal. Si Rodríguez Zapatero no hubiese conseguido en el Congreso el voto afirmativo, habríamos firmado la sentencia de una intervención europea a la griega en la política y la economía españolas. Una victoria del no hundía la bolsa, nos convertía en apestados cara a toda la UE, arruinaba cualquier esperanza de vender nuestra deuda pública en el mercado internacional, golpeaba en la nuca el futuro de muchísimas empresas y abría la puerta a otra oleada masiva de despidos laborales.

El día fue histórico porque el Gobierno de Zapatero salvó, aunque fuese por los pelos, una situación más dramática para el conjunto de los ciudadanos que para el propio presidente. También lo fue porque, aunque Mariano Rajoy tenga cada vez más probabilidades de ser el próximo inquilino de la Moncloa, el jueves demostró no tener toda la altura moral imprescindible para serlo. Era el momento de la verdad y prefirió apostar a que todos nos hundiésemos, con la esperanza de que eso se llevase por delante a Zapatero y le abriese las puertas del poder. Dicho de otra manera, con su no a las medidas de austeridad le propinó una inmensa patada a ZP en nuestro culo, en el de todos los ciudadanos. A Rajoy le cuesta mucho tomar decisiones, pero cuando las toma puede llegar a ser más peligroso que Zapatero.

El jueves proporcionó otros dos datos. Convergència tuvo, en el momento de la verdad, sentido de Estado¿ español. Permitió que se aprobase un tijeretazo necesario del que discrepaba en algunos aspectos. Tal vez no lo hizo por todas esas cosas revueltas que llamamos España, sino solo para que no resultasen perjudicados los catalanes. Pero hizo lo que debía. Marcó distancias con un PP que, con la boca siempre llena de referencias a su supuesto patriotismo, votó a favor de un daño inmediato y drástico a todos los españoles.

Hay otro elemento importante. Pese a que el PSOE superó puntualmente el listón de la supervivencia, el jueves quedó de manifiesto que esta etapa gubernamental tiene posible fecha de caducidad en este final de año. El Gobierno es más débil y frágil que nunca. Si los juegos de manos de Zapatero no recomponen sus relaciones con CiU y el PNV, estas formaciones no le permitirán aprobar los presupuestos generales del año que viene. En las actuales circunstancias, sería suicida encarar el año 2011 sin un Gobierno con margen para desplegar una política eficaz, de modo se justificaría el adelanto de elecciones. Los socialistas las tendrían que abordar con el superquemado Zapatero, o con un recurso de emergencia como Javier Solana, o apostando por la lucidez de Rubalcaba, o forzando cualquier otra fórmula, con una única baza a favor: las dudas que plantea a buena parte del electorado ese PP al que no le importa un desplome general si eso le lleva a la Moncloa.

¿Por qué tienen tanta prisa Rajoy y el PP? Resulta inevitable malpensar sobre las razones que el jueves llevaron a este partido a un gran descrédito internacional, ya que todas las formaciones europeas que se le parecen imponen donde gobiernan (Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, etcétera) medidas similares ¿o más transgresoras de la filosofía del Estado del bienestar¿ a las de Zapatero. Al analizar las circunstancias nacionales específicas que gravitan sobre los populares se pone de relieve que la prisa puede deberse a las urgencias del calendario judicial de sus graves affaires de corrupción. En las actuales circunstancias, pese al sesgo conservador de la cúpula de la justicia española, si los encausamientos pueden seguir todo el tiempo que teóricamente debe durar esta legislatura, la trama Gürtel puede dañar mucho a este partido, como dañaron mucho al PSOE las corrupciones destapadas en los últimos años de Felipe González.

La justicia española es muy lenta, pero los relojes avanzan en contra de Rajoy. Su brazo derecho en materia de justicia, Federico Trillo, intenta pararlos o retrasarlos, pero a veces fracasa. Un ejemplo: las dilaciones de los altos magistrados valencianos que se desentendieron del escándalo de los trajes del presidente Francisco Camps y de la presunta financiación irregular del partido al final han sido insostenibles y el caso vuelve a estar en los juzgados de Valencia. Todo lo que rodea las actividades de Luis Bárcenas, el extesorero nacional del PP, es otra bomba de relojería si algo o alguien no la desactiva a tiempo. Al PP le conviene que todo eso se dilucide después de las generales, o que las generales se adelanten a ello.

Los tabiques que separan en nuestro país política y justicia son delgadísimos, de modo que algunos pueden estar haciéndose ilusiones de que si hay un cambio de Gobierno también puede haber un giro en la persistencia en las indagaciones. Eso independientemente de la facultad legal de indulto que tendrán quienes gobiernen cuando haya sentencias. Ya sé que a esto se le llama malpensar, pero las prisas frenéticas del PP por volver a dominar las riendas de toda la Administración del Estado son tan excesivas que es lícito hacerlo.

Antonio Franco, periodista.