El mes de septiembre trajo consigo una gran tristeza, frustración e indignación cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acudió al Congreso para eliminar el DACA, o plan de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. Se trata de un programa que aseguraba el futuro de alrededor de 800.000 niños de todo el mundo residentes en Estados Unidos al protegerlos ante una posible deportación. Los mexicanos, que suponen casi el 80% de esa cifra, se verán afectados por el fin del programa de manera desproporcionada.
Los latinos, particularmente los mexicanos, hemos sido el blanco principal de los constantes ataques raciales de Trump. Según el presidente, somos culpables de toda suerte de actos criminales. Nos ha llamado violadores, narcotraficantes y ladrones de empleos norteamericanos. Ha llegado a exigir que paguemos un muro que se construirá entre nuestras dos naciones y que nos impedirá entrar en Estados Unidos.
Muchos de los beneficiarios del plan DACA llegaron siendo bebés o niños muy pequeños y no conocen otro hogar. Reconocen, sin embargo, su lugar de nacimiento y aman a su patria, asumiendo con orgullo una identidad híbrida. Todo país tiene sus propios dreamers, como se conoce a estos jóvenes inmigrantes. Al crecer, estudiar, crear negocios e intercambiar ideas, ayudan a fortalecer un mundo globalizado en el que se entremezclan las diferentes culturas.
Estos ciudadanos del mundo conocen su valía. Al margen del color de la piel, la educación o la nacionalidad, son capaces de prosperar en diferentes entornos. Vemos ejemplos cada día: personas que luchan por poner fin al racismo y llevar igualdad, inclusión y representatividad a sus gobiernos.
La inmigración es complicada y tiene muchos matices; no existe una respuesta sencilla a la pregunta de cómo deberían lidiar con los asuntos de seguridad nacional los gobiernos. Cualquiera que haya dirigido una nación, yo incluido, entiende que es prioritario mantener a los ciudadanos a salvo. La respuesta, no obstante, no está en el castigo a unos hombres y mujeres cuya admiración por y dedicación al país ha actuado como catalizador de su duro trabajo y su éxito.
Hemos escuchado muchas historias sobre gente joven que llegó a Estados Unidos con sus padres; unos padres cuyos sueños de proporcionar a sus hijos la mejor vida posible les llevaron a arriesgarse a cruzar una frontera que les adentraba en territorio desconocido. Estos jóvenes continuaron con sus vidas, adquirieron estudios y carreras profesionales y crearon comunidades; ayudaron a sus padres a rellenar solicitudes de empleo e impresos médicos en inglés y enviaron ayuda y asistencia a sus lugares de origen. Su intención no es dañar a su país de adopción sino lo contrario: lo único que buscan es reconocimiento.
Una de las razones por las que Estados Unidos despierta tanta admiración es por lo que parece representar: igualdad, oportunidades y heterogeneidad. Una rescisión del plan DACA sería un enorme retroceso para una nación que siempre se ha enorgullecido de su tolerancia. Mientras que no se puede cuantificar el daño que podría causar a cientos de miles de vidas, las ventajas son inexistentes. Este cambio castigaría a esas personas cuyo deseo de vivir en el país era tal que arriesgaron todo lo que tenían para llegar hasta allí.
Si lo que nos trae el futuro es la idea de una identidad global y de países sin fronteras, es imperativo que la conservación y la celebración de nuestras tradiciones culturales se conviertan en prioridades. Nuestras costumbres nos proporcionan una fascinante mezcla de ideas, experiencias e historias. Y esa es nuestra contribución.
Si respetamos lo que, debido a su origen y experiencia, cada individuo aporta a la sociedad, el término “minoría” acabará por convertirse en un anacronismo. Cada persona tiene una historia y unas habilidades únicas, algo que, a todos los efectos, nos hace iguales en cuanto a nuestras posibles contribuciones a la sociedad.
Desde el Brexit en el Reino Unido hasta la presencia del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania en las elecciones de este año, los movimientos conservadores se han alzado contra esta mezcla cultural, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Los cambios repentinos causan preocupación e inestabilidad y la respuesta de los líderes conservadores es prometer tranquilidad y seguridad por medio del proteccionismo y de un exagerado nacionalismo.
No podemos recurrir a soluciones antiguas para dar respuesta a esta nueva lucha. Ya no es posible cerrar las puertas en un mundo de mezclas políticas, económicas, sociales y culturales. La prohibición de entrada a un país a hombres y mujeres por su religión es una muestra de odio e intolerancia. Negarle a refugiados y solicitantes de asilo las oportunidades que muchos de nuestros países están en disposición de ofrecer es innecesariamente cruel y, tal y como sucede en el caso del plan DACA, solo sirve para perjudicar a nuestro prójimo más vulnerable.
Vicente Fox Quesada fue el presidente de México desde 2000 hasta 2006