Las grietas abiertas de América latina

Por Francisco Seminario (LA NACIÓN, 14/05/06):

Nunca tan cerca y nunca tan lejos. Pocas veces como en los últimos tiempos ha sido tan publicitada la afinidad ideológica de la gran mayoría de los presidentes de la región -algo que supuestamente haría fértil el terreno a una mayor sintonía en sus políticas y sus decisiones estratégicas-, pero pocas veces como ahora, también, han sido tantas y tan sonoras sus disputas y sus acusaciones mutuas.

"Contrariamente a la creencia generalizada de que hay un tsunami izquierdista en América latina que se está levantando en bloque contra Washington y el libre mercado, lo que estamos viendo en la región es un enfrentamiento muy diferente: la izquierda contra la izquierda", escribió esta semana el columnista Andrés Oppenheimer en LA NACION. La temperatura que alcanzó la disputa por el gas boliviano, las quejas de los socios menores del Mercosur y la incomodidad de Brasil por las continuas intromisiones de Hugo Chávez en países vecinos ilustran un fenómeno que no deja de sorprender a los observadores.

Tan mal están las cosas en el vecindario, de hecho, que esta semana el asesor especial de Luiz Inacio Lula da Silva en Asuntos Internacionales, Marco Aurelio García, agitó el temor a que se instale un "clima de Guerra Fría" en la región. Y aunque el canciller argentino Jorge Taiana licuó el temor que despierta esa referencia histórica -en rigor, explicó que el brasileño sólo había querido advertir sobre la necesidad de tener una posición pragmática, sin preconceptos ideológicos-, lo cierto es que la cuestión de la izquierda vuelve a cobrar protagonismo.

Marco Aurelio García se refería a la situación general del continente, es verdad, pero sobre todo buscó marcar diferencias con la Venezuela chavista y sus aliados potenciales o reales: trazó una línea clara entre los "anti" y los "pro" y colocó a Brasil entre estos últimos. Del otro lado quedaron los anti Estados Unidos, los anti libre mercado y los anti inversiones extranjeras. Dos modelos de izquierda, en definitiva, quedaron claramente expuestos, y el choque entre estas dos visiones pocas veces fue tan evidente -y virulento- como ahora.

Estos dos modelos de izquierda, ¿se enfrentan también desde ambas orillas del río Uruguay? La voluntad del presidente Tabaré Vázquez de crear un ámbito propicio para las inversiones extranjeras, frente al deseo de Kirchner de nacionalizar una causa que no se defiende a menos que medie la movilización popular, sugiere una lectura de este tipo. Pero a diferencia de Vázquez, que con criterio pragmático principalmente busca no poner en riesgo la mayor inversión en la historia de su país -por 1800 millones de dólares-, el presidente argentino sigue planteando acertijos. A veces es "pro" y a veces "anti", según la tribuna y según la circunstancia. Así y todo, Kirchner y Tabaré no dejan de ser dos líderes de fuerte afinidad ideológica que no aciertan a superar diferencias que nadie imaginó que podían existir. Como ocurre en buena parte de América latina. "No hace falta más que mirar el mapa para ver que en la región todos están peleados con todos", observó Jorge Lavope, profesor universitario y experto en procesos de integración regional. A la hora de ensayar explicaciones, Lavope enumeró: "Los proyectos comunes han fracasado, las izquierdas regionales han evolucionado de distinta manera, hacia izquierdas tradicionales o modernas, pero han compartido una incapacidad o falta de voluntad para dar fuerza institucional a los acuerdos supranacionales, y vemos que acá y allá los países van firmando acuerdos bilaterales de libre comercio con Estados Unidos". De pronto, añadió, "ahora estalla todo".

Espacios de influencia

En breve e incompleto resumen, la relación bilateral entre la Argentina y Uruguay pasa por su peor punto en décadas. Evo Morales se asesoró en Venezuela y adoptó una decisión que disgustó a Brasil: nacionalizó el gas que abastece en un 80% al área industrial de San Pablo y -gesto que no pasó inadvertido- apostó soldados ante una planta de Petrobrás. Cansados de no ser tenidos en cuenta, los socios menores del Mercosur, Paraguay y Uruguay, expresaron días atrás su malestar a los socios mayores y comenzaron a coquetear con Estados Unidos porque, como dijo Tabaré, "el Mercosur así no sirve". Hugo Chávez rompió con la Comunidad Andina de Naciones (CAN) por los acuerdos comerciales que negocian Perú y Colombia en Washington y, tras enterrar el ALCA en Mar del Plata el año pasado, se mostró dispuesto a dar muerte también al Mercosur... Lula y Kirchner debieron pedirle moderación.

En línea con lo señalado por Lavope, también otros observadores ven en estas disputas algo más que las diferencias entre dos modelos de izquierda. A la grave crisis que atraviesan los procesos de integración -que incluye ingredientes políticos pero también económicos y comerciales-, se añade una competencia cada vez mayor por espacios de influencia política regional. "Se trata de dos fenómenos que se dan en forma simultánea y que muestran, por ejemplo, un doble fracaso de Brasil, que no ha logrado mantener la cohesión dentro del Mercosur y no consigue afirmar su ambición en el plano sudamericano", señaló a LA NACION Roberto Bouzas, director de la maestría en relaciones y negociaciones internacionales de la Universidad de San Andrés y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Esta combinación de elementos permite que otros actores ganen margen de juego, según coinciden los analistas. A modo de ejemplo, si Uruguay se acerca a Estados Unidos, con las fricciones que esto provocó en el Mercosur, en parte se debe a que el bloque nunca pasó de una unión aduanera imperfecta. Y así como Brasil y la Argentina ceden espacios de liderazgo regional, Venezuela tiene la voluntad y los recursos como para ocuparlos mediante una agresiva "diplomacia del petróleo" en momentos en que escasean en el mundo los hidrocarburos. "Si alguien tiene algo para ganar de estas disputas en América latina, ése es Hugo Chávez: él está en mejor situación para sacarles provecho y ganar más influencia", afirmó a LA NACION Peter Hakim, presidente del Diálogo Interamericano, un centro de análisis de Washington.

De hecho, la influencia de los petrodólares venezolanos ha llegado ya a las puertas de los Estados Unidos: en México respaldó con fondos la candidatura del opositor Andrés Manuel López Obrador, de izquierda, y cada vez que puede polemiza con el presidente Vicente Fox, aliado clave de los Estados Unidos. Y en estos días, además, una clara batalla se está librando en Perú, donde la segunda vuelta de las elecciones presidenciales se dirimirá el 4 de junio próximo entre Ollanta Humala y Alan García. El primero cuenta con la bendición de Chávez, tiene declarada afinidad con el mandatario venezolano y protagonizó, como él, un alzamiento militar antes de volcarse a la política. El segundo ha dicho que se propone gobernar a la manera de Lula, al frente de una izquierda moderna y moderada, y cuenta, a falta de alternativas, con el respaldo norteamericano.

¿Con la crisis de los procesos de integración regional gana también Estados Unidos? Según Lavope, que además de profesor universitario es director del Comité de Estudios de Asuntos Latinoamericanos del CARI, el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, no hay dudas al respecto. Al gobierno de Washington, observó, no le hizo falta mandar misiles a la región: "Con saber dónde tocar, ha logrado desarticular prácticamente a toda América del Sur", dijo en alusión a las crisis del Mercosur y la CAN.

Todo se remonta al fracaso del ALCA, el Area de Libre Comercio de las Américas que Chávez enterró en Mar del Plata y que nadie se preocupó por resucitar. Después de una década de negociaciones infructuosas, este fracaso, según Bouzas, "legitimó la estrategia norteamericana de avanzar con acuerdos bilaterales de libre comercio con los países dispuestos a hacerlo". Esto muestra la manera en que los Estados Unidos promueven su agenda en la región y el mundo, una agenda que, a su juicio, tiene que ver más con objetivos comerciales que políticos. Es que, excluido México, que forma parte del Nafta, los Estados Unidos tuvieron el año pasado con América latina un déficit comercial de 50.691 millones de dólares, más de la mitad, paradójicamente, con Venezuela (27.556 millones de dólares). Y este desequilibrio comercial se incrementa año tras año: en 2004 fue de 37.183 millones y en 2003 de 26.882 millones. Desde 1998 es más lo que los Estados Unidos compran a la región que lo que le venden.

Pero no se acaban allí las maneras de explicar las grietas que se abren en el paisaje latinoamericano. El analista político Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, añade como factor "una revitalización de los nacionalismos" que asoma bajo reivindicaciones indígenas largamente postergadas y que ahora surgen con fuerza, detrás de un neopopulismo que muchas veces busca legitimarse desde el atril.

El nacionalismo, que en las primeras décadas del siglo XX era patrimonio de la derecha, explica Fraga, ha cambiado de signo y de la mano de una izquierda que propicia un estado fuerte se manifiesta ahora de muchas maneras: en la disputa por las papeleras uruguayas y en el reciente triunfo de Humala en la primera vuelta en Perú; en las recurrentes tensiones fronterizas entre Venezuela y Colombia, en los planteos de Bolivia a Chile por la salida al mar y en los reclamos de Paraguay y Uruguay a los socios mayores del Mercosur. Esta variedad de formas de expresarse, señaló el analista, "confirma que este nuevo nacionalismo se antepone a las afinidades político-ideológicas".

Algo de esto se entrevió la semana pasada en la improvisada cumbre de Puerto Iguazú. Lula no pudo disimular su malestar con Morales por la sorpresiva nacionalización del gas, sector en el que Brasil es el principal inversor externo, y con Chávez, por hacer suya la causa boliviana. Sólo cuando Morales precisó los alcances de la nacionalización y puso en caja los temores de Lula y de Kirchner pudieron los cuatro mandatarios volver a soñar con la integración regional -aunque ésta sólo sea energética- y comenzar a negociar un nuevo precio del gas. Brasil paga ya 1000 millones de dólares anuales y no está dispuesto a pagar mucho más o a aceptar condiciones desventajosas en un año electoral. Para la Argentina, un aumento del 65 por ciento, a 5,50 dólares el millón de BTU (la unidad de medida), tal como pretende Bolivia, representaría el pago de alrededor de 100 millones de dólares adicionales. Y tal vez un alza en el precio del GNC.

Hasta aquí, el estado de cosas en la región no augura más que nuevos desencuentros en el futuro. Además de la fractura de los bloques hay, para el economista Diego Estévez, muchos países de América latina que no logran todavía encontrar su identidad y posicionarse ante el mundo. Pero esto puede cambiar. "Brasil, Chile, Colombia y México están haciendo punta: tienen economías modernas y están a favor de las inversiones sin ser necesariamente de corte liberal", dijo.

Lavope, en cambio, cree que los procesos de integración pueden reformularse, algo que ofrecería una posible salida a la situación. "Si queda un poco de inteligencia, se podría avanzar hacia un tipo de integración más flexible, que no se rompa".

De esa flexibilidad, seguramente, dependen en este momento la suerte de los acuerdos vigentes y el futuro de la convivencia latinoamericana.