Las herramientas económicas

El análisis económico tiene metafórico parecido con lo que Joan Robinson llamó “caja de herramientas”. A modo de atornilladores, alicates o martillos, dentro del análisis económico se disponen de “herramientas” que permiten analizar los sucesos económicos con cierto cuidado, no exento de la necesaria precaución, para evitar errores o “daños”, que serían los producidos de utilizar el martillo con tan poca destreza que golpeara en los dedos. La diferencia con el “martillo económico” es que la falta de pericia no termina provocando lesiones en el artífice sino en otros, que han de soportar el doloroso “machacamiento”. Ello sin descontar la posibilidad de que el infausto evento no sea debido a la ausencia de habilidad y conocimiento. Pudiera suceder que el empleo de los instrumentos de análisis económico se realice con intenciones espurias.

La profusa utilización de modelos matemáticos y estadísticos, con su diluvio de alfas y betas, varianzas, covarianzas y coeficientes de regresión, ha provocado la dilución del conocimiento económico en unas conclusiones cuantitativas que no arrojan más que confusiones. La economía es mucho más que la “metafísica matemática”, es además de lo “económico”, historia, filosofía, instituciones, y un inevitable consecuente ético, que se deberá tener presente cuando se reflexiona sobre una materia tan delicada como esta que relaciona hombres, bienes y necesidades y determina aquello que pueda ser la vida, pues no es vida la del paro y el hambre.

A los que no tienen presente estas cuestiones, bien les valdría considerar que La Riqueza de las Naciones de Adam Smith no se entiende sin su correlato filosófico de la Teoría de los sentimiento morales. O la obra de Keynes sin la filosofía del sentido común de Moore. Pues esto es en definitiva la teoría keynesiana: la aplicación del sentido común a la sucesión de las relaciones económicas.

Tómese la conocida conclusión de Reinhart y Rogoff sobre deuda pública y crecimiento económico, resumida en dos variaciones porcentuales: una variación de aumento de la deuda pública por encima del 90% provoca una disminución del 0,1% en el producto interior bruto. Una primera observación respondería al análisis del ámbito interno: información estadística empleada, modelos de regresión, etcétera, para descartar posibles errores o datos estadísticos sesgados, ya sea de manera intencionada o no.

Bajo la idea de neutralidad científica, que deja al margen la formulación de proposiciones o conclusiones con intereses ocultos, sucede que la citada conclusión se ve refutada al eliminar los errores contenidos en los datos y considerar los pesos de las variables no estimadas, como hacen Rendón Ash y Pollin en A Critique of Reinhart and Rogoff, en la que muestra que las relaciones entre deuda pública y producto interior bruto varían significativamente de un período y un país a otro. Ítem más, una variación porcentual del 90% de la deuda pública provoca una variación positiva de un 2,2% en el producto interior bruto. Viniendo a resultar que lo que era blanco ahora es negro: es positivo el aumento de la deuda pública para procurar el crecimiento económico.

Se ha supuesto la neutralidad científica, pero lo cierto es que no lo es. La ciencia tiene motivos e intereses. Sin estos no existen incentivos para la investigación. Es esto tan evidente, que hace superfluo la cita de autoridades. Es claro que el establecimiento como una especie de dogma de la relación negativa entre deuda pública y crecimiento económico tenía como fin desacreditar la política de déficit público como instrumento de recuperación económica.

Es de manual de economía que el aumento del gasto público, en la medida que impulsa la demanda efectiva, procura el crecimiento económico y la disminución del paro; y al revés, la disminución del gasto público desalienta la demanda, reduce el crecimiento y eleva el paro. Insistir en el empleo de la política monetaria es hacer más evidente su inutilidad en fases de recesión. Lo que sucede en la actualidad con el Banco Central Europeo: la bajada de los tipos de interés a niveles aproximados a cero no deja margen de maniobra para compensar las reducciones del gasto público, con lo que progresivamente se agudiza la crisis y convierte la política de austeridad en una política peligrosa.

La “austeridad expansiva” es en sentido estricto un oximoron y en un sentido más amplio un completo disparate: ¿cómo reduciendo el gasto público puede aumentar el producto interior bruto? La respuesta de los bocconi boys y su hinchada, la referencia no se encuentra en el periódico deportivo “Marca”, es que una contundente austeridad fiscal crea la suficiente confianza en el sector privado para compensar las reducciones del gasto público. La culpa de que la “austeridad expansiva” resulte un dramático fiasco la tienen los hechos (IMF Fiscal Monitor, octuber, 2012): conforme las reducciones del gasto y los aumentos de los impuestos son más drásticos, más severa ha sido la “represión económica” sufrida por estados como Grecia, Portugal o España.

Es vano insistir en la carencia de un mínimo rigor de la “austeridad expansiva”, tanto como lo es de presuntuoso suponer que los partidarios de esa clase de política están in albis de sus consecuencias, pues sería tanto como ignorar que las relaciones económicas se desenvuelven como una especie de juego de suma no nula. La austeridad favorece a los acreedores y detentadores de grandes rentas y perjudica los deudores y a las gentes menos favorecidas, que además han de soportar la lacra del paro, que se constituye en un instrumento depresor de los salarios y de contención de la inflación. En suma, la crisis aumenta los beneficios y las ganancias especulativas.

Esta última consecuencia de ampliar la fronda de la desigualdad económica que es inviable concretar en un porcentaje de paro, de disminución de consumo o aumento de la morbilidad. ¿Hay unidad de medida para el sufrimiento de una muerte prematura en un hospital desasistido de medios, la hay para medir el sentimiento de angustia, de fracaso, de una persona arrojada al infierno del paro?

La cuestión de fondo de las proposiciones económicas no reside en el empleo de los datos estadísticos y modelos de manera errónea o intencionadamente torcida. Ambos casos, incompetencia y falseamiento, no serían posibles de partir las proposiciones de una base ética. Cuando se obra mal con la conciencia de hacerlo se parte de la premisa de que el mal causado evita la ocurrencia de un mal mayor, sin advertir que los hechos futuros son una consecuencia de los hechos presentes: el futuro no existe salvo como idea contingente. La ausencia de moral se oculta detrás de la máscara del cinismo retórico.

También se obra mal sin conciencia, sin reflexionar sobre las consecuencias de los actos, de los daños que se causen. Se trata de la banalidad del mal, de la consideración intrascendente de los actos, de lo que se dice o se hace.

En esta categoría de la banalidad del mal se encuadran muchas proposiciones económicas, de corte parecido a la de Reinhart y Rogoff, una especie de inútiles y oxidados alicates o tenazas, convertidos por manos de los intereses en instrumentos de tortura o en armas homicidas.

Manuel Montalvo es catedrático de Economía Política de la Universidad de Granada.

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