Las ideas económicas del presidente

El presidente del Gobierno se ha prodigado, durante las últimas semanas, en la presentación de sus ideas acerca de la economía española. Primero fue su intervención en el Consejo Económico y Social; más tarde su comparecencia ante el Congreso de los Diputados; y después sus múltiples declaraciones en actos del partido socialista. Las ideas económicas de Rodríguez Zapatero se han expuesto de una manera nítida y, por fin, después de muchos meses de tiras y aflojas en el debate económico, han dejado de ser un arcano. Pueden ser, por ello, sometidas al escrutinio del público y al análisis de los expertos. Es lo que me propongo hacer en las líneas que siguen.

El presidente establece su punto de partida en un singular diagnóstico sobre la actual coyuntura económica española. Según él, nos enfrentamos «a una fuerte ralentización, casi un frenazo, del crecimiento» que sólo tardíamente y a regañadientes ha llegado a calificar de crisis. Rodríguez Zapatero entiende que las causas de esa situación son exclusivamente externas -la crisis financiera norteamericana y la escalada de los precios del petróleo- y que a ellas se añade, forzada por las circunstancias, el «ajuste particularmente intenso y rápido de nuestro sector de la construcción». Se trata de un diagnóstico simplista y limitado que no atiende ni a la complejidad de los fenómenos monetarios que se han derivado de la pérdida de confianza en una buena parte de las entidades financieras internacionales, ni a las características de los mercados energéticos, ni sobre todo a los factores internos de la economía española que subyacen a la crisis y potencian sus efectos.

Así, Zapatero no menciona la baja competitividad de la economía española ni el déficit creciente de las cuentas exteriores. Tampoco se refiere a la mayor inflación española con respecto a los países europeos, ni al creciente diferencial entre ambas. Asimismo están ausentes los problemas de nuestro modelo energético derivados de su extrema dependencia del petróleo, que nos hace vulnerables a los aumentos de precios, y de su proclividad hacia las energías renovables, que nos conduce a producir una electricidad excesivamente cara. Y también la política monetaria del Banco Central Europeo que, al empujar al alza la cotización del euro, nos hace perder competitividad. Nada de esto es relevante para el presidente, pues está convencido de que la economía española es poco vulnerable a la crisis porque «España está mejor preparada que nunca para afrontar esta situación».

Un diagnóstico insuficiente conduce una política mal orientada. El discurso de Zapatero lo confirma plenamente. El presidente, al desgranar las medidas de política económica de su Gobierno, describe la rebaja fiscal de 400 euros en el IRPF -que sin duda es regresiva, inflacionista y tiene un coste superior a los beneficios esperados de ella-, la pretensión de suprimir el impuesto sobre el patrimonio -que ahorrará 1.800 millones de euros a los más ricos- y también la mínima rebaja del impuesto de sociedades y la devolución adelantada del IVA a las empresas -medidas éstas que se acordaron en la anterior legislatura. Asimismo, en sus intervenciones se hace una confusa mención a los planes de vivienda según los cuales se pretende añadir 150.000 unidades de protección oficial al año a un mercado saturado que, en el momento actual, cuenta con un exceso de oferta cifrado en unas 800.000 viviendas. En total, según el presidente, el Estado se va a gastar en todo esto 18.000 millones de euros; pero como él mismo prevé que la economía va a pasar de crecer un 3,8 por ciento en 2007, a menos de un 2 por ciento en 2008, resulta que ese gasto va a servir para producir un valor añadido de 19.000 millones menos que en el año anterior.

Eso no es todo. Zapatero, en un caótico inventario de medidas nuevas y viejas, ha aludido al aumento del crédito oficial a las Pymes, aunque no aclara en cuánto. También a un plan de rehabilitación de viviendas dotado con 2.500 millones para créditos. Añade, nada menos que «para reanimar el consumo», un programa de sustitución de coches viejos por otros nuevos, poco contaminantes, dotado con 1.500 millones, también para créditos pues de lo que se trata es de que al Estado, finamente, todo esto no le cueste nada. Y agrega la misma estrategia de política económica de la legislatura anterior, o sea: el plan de infraestructuras de transporte; la construcción de guarderías; las leyes de educación y universidades; una «hoja de ruta» para reformar, no se sabe cuándo, la formación profesional; el dinero para I+D y el Ministerio de Ciencia e Innovación -que todavía no ha pensado cómo resolver el problema de la insuficiencia de empresas innovadoras-; y unas «reformas estructurales» consistentes en liberalizar y, en su caso, privatizar, el transporte ferroviario de mercancías, la gestión aeroportuaria, los puertos, las telecomunicaciones de banda ancha y los servicios, así como en duplicar la interconexión eléctrica con Francia.

Según el presidente esta estrategia ya ha dado frutos. Y para demostrarlo da «un solo dato: el crecimiento de la productividad se ha multiplicado por siete en los últimos cuatro años». Alguien le ha engañado. Si acudimos a la Contabilidad Nacional podemos comprobar que, valorada a los precios del año 2000, la productividad creció entre ese año y el 2003 un 0,9 por ciento, al pasar de 36.685,4 euros a 37.016,3 euros; y entre 2004 y 2007, mientras gobernaba Zapatero, sólo un 0,02 por ciento, al pasar de 36.960,7 euros a 36.967,7 euros. O sea: con la estrategia de Zapatero la productividad ha crecido 45 veces menos que con la política de Aznar. Pero no echemos las campanas opositoras al vuelo porque, con esos crecimientos tan exiguos, en realidad lo que ha ocurrido es que la productividad permanece estancada todo lo que llevamos de siglo.

El colofón del discurso presidencial es aparentemente ortodoxo, pues apela al «rigor y austeridad», al «objetivo de estabilidad, de equilibrio presupuestario para el conjunto de las Administraciones Públicas» bajo el compromiso del «mantenimiento de las políticas sociales». Los hechos, sin embargo, le desmienten, tal como se comprueba en la propuesta que ha presentado en el Parlamento con relación al límite de gasto presupuestario para 2009, cifrada en 160.158 millones de euros. Ese límite se ha calculado partiendo de la idea de que el PIB crecerá un 2,3 por ciento el año próximo. Pero Zapatero ha dicho que, en realidad, la economía crecerá por debajo del 2 por ciento. Pongamos el 1,9 por ciento. Con esta rebaja, resulta que la recaudación fiscal se reducirá en 627 millones de euros; y entonces no existirá el superávit del 0,02 por ciento del PIB que ha previsto el Gobierno, sino más bien un déficit del 0,06 por ciento. No obstante, Zapatero tiene respuestas para todo; y para esto también. Por ello, dice que va a establecer «un plan de austeridad centrado en la contención de los gastos corrientes de la Administración», de manera que se va a ahorrar 250 millones de euros. Si, en efecto, es así, el déficit será de sólo el 0,03 por ciento del PIB. Pero como le falle la previsión del crecimiento de la economía, por cada punto menos de variación del PIB, el déficit aumentará en 0,027 puntos. Esto quieredecir que si, como ya se está avanzando en las previsiones, la economía crece sólo en un uno por ciento, el déficit del Estado se aproximará al 0,3 por ciento del PIB; y si se entra en recesión puede llegarse rápidamente a un déficit que supere el 1 por ciento del PIB.

Resumamos. Las ideas económicas del presidente, además de simplificadoras, confusas y desordenadas, no parece bien ajustadas a la gravedad de los problemas que afrontamos en España. Sus medidas coyunturales son de escaso impacto, cuestan más que el valor de la actividad productiva que se prevé generar e introducen un sesgo de desigualdad, al favorecer más a los ricos que a los pobres. Sus medidas estructurales reproducen una estrategia que no ha funcionado en la legislatura anterior y no ha reasignado los recursos económicos hacia las actividades más competitivas y de mayor contenido tecnológico. Y su política presupuestaria se ha formulado sin el rigor requerido y oculta, en la maraña de sus números, una tendencia deficitaria carente de justificación.

Mikel Buesa, Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.

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