Las impotencias de la política española

La política española sigue atrapada en su laberinto de prejuicios endogámicos, sin que ningún actor político demuestre tener diagnóstico, proyecto colectivo o capacidad de liderazgo. El bloqueo institucional ya dura todo este año y no parece que se pueda encontrar ningún desatascador inmediato. Pero lo que es realmente importante es que las salidas imaginables siempre son precarias. La gestualidad política de consumo mediático apenas consigue desviar la atención de una crisis sistémica con claras expresiones en los campos social e institucional. En este contexto, la impotencia de las cuatro formaciones políticas de ámbito estatal acaba de certificar el carácter estructural, no coyuntural, de la crisis.

Vayamos por partes. Empecemos por el partido alfa de la política española. El PP es prisionero de su trayectoria. Lo que le ha hecho fuerte también lo ha carcomido. Los casos de corrupción y una gestión muy torpe de la mayoría absoluta lo han debilitado. El contacto político con el PP es tóxico, pero mantiene suficiente apoyo electoral para bloquear la gobernación del Estado y reivindicar el derecho a gobernar. Por otra parte, la política definida y practicada respecto de Catalunya en los últimos 10 años lo desautoriza absolutamente en la cuestión de la redefinición del modelo territorial. En esta situación, lo normal sería un acto de autocrítica real previo a una renovación profunda de los equipos directivos, como condiciones previas a una reorientación severa de las políticas. Inimaginable. El PP está cautivo de su cultura política vertical y autoritaria y de los intereses que representa. Por más dudas que genere Rajoy, nadie levantará el dedo para proponer su relevo.

La situación del PSOE se resume en la siguiente contradicción absurda: los mismos líderes territoriales que prohibieron a Pedro Sánchez pactar con Podemos y dialogar con los independentistas son los que le cortarán la cabeza si permite un Gobierno liderado por Rajoy. El pulso más duro de Sánchez no lo tiene planteado con el PP o Ciudadanos; lo tiene planteado con aquello que representa Susana Díaz y, subsidiariamente, con Iglesias. Por encima de todo, Sánchez necesita ganar el pulso interno. A nadie debería sorprender que no ceda a las presiones internas y externas.

En cuanto al partido de Rivera, frustradas las expectativas de disputar al PP la hegemonía del centroderecha español, su papel queda limitado al de fuerza auxiliar con una credibilidad política muy limitada más allá del discurso de demonización retórica y ridículamente doctrinal de podemitas e independentistas. Magro balance: el Podemos de derechas se ha convertido en una herramienta política oxidada en un tiempo récord.

Finalmente, nos queda el partido de Pablo Iglesias y sus confluencias. Después de un crecimiento muy rápido y poco sólido, pasadas las elecciones del 20-D Iglesias cometió un grave error de percepción que desfiguró su proyecto político. Confundió la guerra de posiciones con la guerra de movimientos, y el asalto a los cielos ha terminado con una crisis interna y de proyecto muy seria. Ahora mismo, el pacto de Podemos con el socialismo meridional es imposible, y las opciones de superar electoralmente al PSOE, mucho más remotas que hace un año.

La representación esperpéntica de la política española es, en parte, el resultado de una suma de impotencias contradictorias.

En una democracia republicana consolidada, el jefe de Estado podría tener margen de maniobra para desbloquear la situación. Este no es el caso del Reino de España, en el que, lógicamente, el jefe de Estado solo tiene competencias simbólicas, litúrgicas o de representación. Democráticamente, no sería justificable que alguien no legitimado por el voto popular tuviera competencias políticas ejecutivas. De modo que el Rey asiste, como espectador privilegiado, al bloqueo institucional. La impotencia del jefe de Estado evidencia la falta de funcionalidad de la institución monárquica y hace más visible el carácter sistémico de la crisis institucional.

Pero imaginemos por un momento que finalmente Sánchez se inmola políticamente con la cuerda que le ofrece el fuego amigo y termina haciendo posible la investidura de Rajoy. La política definida por el equipo de Rajoy, modulada por el equipo de Rivera y matizada por el socialismo meridional, continuaría siendo una política incapaz de resolver las crisis estructural y sistémica de España. El régimen del 78 vio frustrada una evolución adaptativa con una reinterpretación regresiva de los pactos fundacionales forzada por el 23-F, la filosofía de la LOAPA y la apropiación partidista de las instituciones del Estado. Ahora, como hace 30 años, el felipismo marca los límites del régimen del 78. Un régimen que ya hace diez años que muestra síntomas de obsolescencia, y que en Catalunya ya solo está vigente formalmente.

Enric Marín, periodista y profesor de Comunicación de la UAB.

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